Un campesino llevó su vaca al mercado, donde la vendió por siete escudos. Cuando regresaba a su casa hubo de pasar junto a una charca, y ya desde lejos oyó croar las ranas: "¡cuak, cuak, cuak!".
- ¡Bah! -dijo para sus adentros-. Ésas no saben lo que se dicen. Siete son los que he sacado, y no cuatro-. Al llegar al borde del agua, las increpó:
- ¡Bobas que sois! ¡Qué sabéis vosotras! Son siete y no cuatro.
Pero las ranas siguieron impertérritas: "cuak, cuak, cuak".
- Bueno, si no queréis creerlo los contaré delante de vuestras narices.
Y sacando el dinero del bolsillo, contó los siete escudos, a razón de veinticuatro reales cada uno. Pero las ranas, sin prestar atención a su cálculo, seguían croando: "cuak, cuak, cuak".
- ¡Caramba con los bichos! -gritó el campesino, amoscado-. Puesto que os empeñáis en saberlo mejor que yo, contadlo vosotras mismas.
Y arrojó las monedas al agua, quedándose de pie en espera de que las hubiesen contado y se las devolviesen. Pero las ranas seguían en sus trece, y duro con su "cuak, cuak, cuak", sin devolver el dinero. Aguardó el hombre un buen rato, hasta el anochecer; pero entonces ya no tuvo más remedio que marcharse. Púsose a echar pestes contra las ranas, gritándoles:
- ¡Chapuzonas, cabezotas, estúpidas! ¡Podéis tener una gran boca para gritar y ensordecernos, pero sois incapaces de contar siete escudos! ¿Os habéis creído que aguardaré aquí hasta que hayáis terminado?
Y se marchó, mientras lo perseguía el "cuak, cuak, cuak" de las ranas, por lo que el hombre llegó a su casa de un humor de perros.
Al cabo de algún tiempo compró otra vaca y la sacrificó, calculando que si vendía bien la carne sacaría de ella lo bastante para resarcirse de la pérdida de la otra, y aún le quedaría la piel. Al entrar en la ciudad con la carne, viose acosado por toda una jauría de perros, al frente de los cuales iba un gran lebrel. Saltaba éste en torno a la carne, olfateándola y ladrando: -¡Vau, vau, vau! -Y como se empeñaba en no callar, díjole el labrador:
- Sí, ya te veo, bribón, gritas "vau vau" porque quieres que te dé un pedazo de vaca. ¡Pues sí que haría yo buen negocio!
Pero el perro no replicaba sino "vau, vau, vau".
- ¿Me prometes no comértela y me respondes de tus compañeros?
- Vau, vau -repitió el perro.
- Bueno, puesto que te empeñas, te la dejaré; te conozco bien y sé a quién sirves. Pero una cosa te digo: dentro de tres días quiero el dinero; de lo contrario, lo vas a pasar mal. Me lo llevarás a casa.
Y, descargando la carne, se volvió, mientras los perros se lanzaban sobre ella, ladrando: "vau, vau". Oyéndolos desde lejos, el campesino se dijo: "Todos quieren su parte, pero el grande tendrá que responder".
Transcurridos los tres días, pensó el labrador: "Esta noche tendrás el dinero en el bolsillo, y esta idea lo llenó de contento. Pero nadie se presentó a pagar. "¡Es que no te puedes fiar de nadie!", se dijo, y, perdiendo la paciencia, fuese a la ciudad a pedir al carnicero que le satisficiese la deuda. El carnicero se lo tomó a broma, pero el campesino replicó:
- Nada de burlas, yo quiero mi dinero. ¿Acaso el perro no os trajo hace tres días toda la vaca muerta?
Enojóse el carnicero y, echando mano de una escoba, lo despidió a escobazos.
- ¡Aguardad -gritóle el hombre-, todavía hay justicia en la tierra! -y, dirigiéndose al palacio del Rey, solicitó audiencia.
Conducido a presencia del Rey, que estaba con su hija, preguntóle éste qué le ocurría.
- ¡Ah! -exclamó el campesino-. Las ranas y los perros se quedaron con lo que era mío, y ahora el carnicero me ha pagado a palos-, y explicó circunstanciadamente lo ocurrido.
La princesa prorrumpió en una sonora carcajada, y el Rey le dijo:
- No puedo hacerte justicia en este caso, pero, en cambio, te daré a mi hija por esposa. En toda su vida la vi reírse como ahora, y prometí casarla con quien fuese capaz de hacerla reír. Puedes dar gracias a Dios de tu buena suerte!
- ¡Oh! -replicó el campesino-. No la quiero -, en casa tengo ya una mujer, y con ella me sobra. Cada vez que llego a casa, me parece como si me saliese una de cada esquina.
El Rey, colérico, chilló:
- ¡Eres un imbécil!
- ¡Ah, Señor Rey! -respondió el campesino-. ¡Qué podéis esperar de un asno, sino coces!
- Aguarda -dijo el Rey-, te pagaré de otro modo. Márchate ahora y vuelve dentro de tres días; te van a dar quinientos bien contados.
Al pasar el campesino la puerta, díjole el centinela:
- Hiciste reír a la princesa; seguramente te habrán pagado bien.
- Sí, eso creo -murmuró el rústico-. Me darán quinientos.
- Oye -inquirió el soldado-, podrías darme unos cuantos. ¿Qué harás con tanto dinero?
- Por ser tú, te cederé doscientos -dijo el campesino-. Preséntate al Rey dentro de tres días y te los pagarán.
Un judío, que se hallaba cerca y había oído la conversación, corrió tras el labrador y le dijo, tirándole de la chaqueta:
- ¡Maravilla de Dios, vos sí que nacisteis con buena estrella! os cambiaré el dinero en moneda de vellón. ¿Qué haríais vos con los escudos en pieza?
- Trujamán -contestó el campesino-, puedes quedarte con trescientos. Cámbiamelos ahora mismo, y dentro tres días, el Rey te los pagará.
El judío, contento del negociete, diole la cantidad en moneda de cobre, ganándose uno por cada tres. Al expirar el plazo, el campesino, obediente a la orden recibida, se presentó ante el Rey.
- Quitadle la chaqueta -mandó éste-, va a recibir los quinientos prometidos.
- ¡Oh! -dijo el hombre-, ya no son míos: doscientos los regalé al centinela, y los trescientos restantes me los cambió un judío, así que no me toca ya nada.
Presentáronse entonces el soldado y el judío a reclamar lo que les ofreciera el campesino, y recibieron en las espaldas los azotes correspondientes. El soldado los sufrió con paciencia; ya los había probado en otras ocasiones. Pero el judío todo era exclamarse:
- ¡Ay! ¿Esto son los escudos?
El Rey no pudo por menos de reírse del campesino y, calmado su enojo, le dijo:
- Puesto que te has quedado sin recompensa, te daré una compensación. Ve a la cámara del tesoro y llévate todo el dinero que quieras.
El hombre no se lo hizo repetir y se llenó los bolsillos a reventar; luego entró en la posada y se puso a contar el dinero. El judío, que lo había seguido, oyólo que refunfuñaba:
- Este pícaro de Rey me ha jugado una mala pasada; ¿No podía darme él mismo el dinero, y ahora sabría yo cuánto tengo? En cambio, ahora, ¿quién me dice que lo que he cogido, a mi talante, es lo que me tocaba?
"¡Dios nos ampare! -dijo para sus adentros el judío-. ¡Este hombre murmura de nuestro Rey! Voy a denunciarlo; de este modo me darán una recompensa y encima lo castigarán".
Al enterarse el Rey de los improperios del campesino, montó en cólera y mandó al judío que fuese en su busca y se presentase con él en palacio. Corrió el judío en busca del labrador:
- Debéis comparecer inmediatamente ante el Rey -le dijo-; así, tal como estáis.
- Yo sé mejor lo que debo hacer -respondió el campesino-. Antes tengo que encargarme una casaca nueva. ¿Crees que un hombre con tanto dinero en los bolsillos puede ir hecho un desharrapado?
El judío, al ver que no lograría arrastrar al otro sin una chaqueta nueva y temiendo que al Rey se le pasara el enfado y, con él, se esfumara su premio y el castigo del otro, dijo:
- Os prestaré por unas horas una hermosa casaca; y conste que lo hago por pura amistad. ¡Qué no hace un hombre por amor!
Avínose el labrador y, poniéndose la casaca del judío, fuese con él a palacio. Reprochóle el Rey los denuestos que, según el judío, le había dirigido.
- ¡Ay! -exclamó el campesino-. Lo que dice un judío es mentira segura. ¿Cuándo se les ha oído pronunciar una palabra verdadera? ¡Este individuo sería capaz de sostener que la casaca que llevo es suya!
- ¿Cómo? -replicó el judío-. ¡Claro que lo es! ¿No acabo de prestárosla por pura amistad, para que pudierais presentaros dignamente ante el Señor Rey?
Al oírlo el Rey, dijo:
- Fuerza es que el judío engañe a uno de los dos: al labrador o a mí.
Y mandó darle otra azotaina en las costillas, mientras el campesino se marchaba con la buena casaca y el dinero en los bolsillos, diciendo:
- Esta vez he acertado.
- ¡Bah! -dijo para sus adentros-. Ésas no saben lo que se dicen. Siete son los que he sacado, y no cuatro-. Al llegar al borde del agua, las increpó:
- ¡Bobas que sois! ¡Qué sabéis vosotras! Son siete y no cuatro.
Pero las ranas siguieron impertérritas: "cuak, cuak, cuak".
- Bueno, si no queréis creerlo los contaré delante de vuestras narices.
Y sacando el dinero del bolsillo, contó los siete escudos, a razón de veinticuatro reales cada uno. Pero las ranas, sin prestar atención a su cálculo, seguían croando: "cuak, cuak, cuak".
- ¡Caramba con los bichos! -gritó el campesino, amoscado-. Puesto que os empeñáis en saberlo mejor que yo, contadlo vosotras mismas.
Y arrojó las monedas al agua, quedándose de pie en espera de que las hubiesen contado y se las devolviesen. Pero las ranas seguían en sus trece, y duro con su "cuak, cuak, cuak", sin devolver el dinero. Aguardó el hombre un buen rato, hasta el anochecer; pero entonces ya no tuvo más remedio que marcharse. Púsose a echar pestes contra las ranas, gritándoles:
- ¡Chapuzonas, cabezotas, estúpidas! ¡Podéis tener una gran boca para gritar y ensordecernos, pero sois incapaces de contar siete escudos! ¿Os habéis creído que aguardaré aquí hasta que hayáis terminado?
Y se marchó, mientras lo perseguía el "cuak, cuak, cuak" de las ranas, por lo que el hombre llegó a su casa de un humor de perros.
Al cabo de algún tiempo compró otra vaca y la sacrificó, calculando que si vendía bien la carne sacaría de ella lo bastante para resarcirse de la pérdida de la otra, y aún le quedaría la piel. Al entrar en la ciudad con la carne, viose acosado por toda una jauría de perros, al frente de los cuales iba un gran lebrel. Saltaba éste en torno a la carne, olfateándola y ladrando: -¡Vau, vau, vau! -Y como se empeñaba en no callar, díjole el labrador:
- Sí, ya te veo, bribón, gritas "vau vau" porque quieres que te dé un pedazo de vaca. ¡Pues sí que haría yo buen negocio!
Pero el perro no replicaba sino "vau, vau, vau".
- ¿Me prometes no comértela y me respondes de tus compañeros?
- Vau, vau -repitió el perro.
- Bueno, puesto que te empeñas, te la dejaré; te conozco bien y sé a quién sirves. Pero una cosa te digo: dentro de tres días quiero el dinero; de lo contrario, lo vas a pasar mal. Me lo llevarás a casa.
Y, descargando la carne, se volvió, mientras los perros se lanzaban sobre ella, ladrando: "vau, vau". Oyéndolos desde lejos, el campesino se dijo: "Todos quieren su parte, pero el grande tendrá que responder".
Transcurridos los tres días, pensó el labrador: "Esta noche tendrás el dinero en el bolsillo, y esta idea lo llenó de contento. Pero nadie se presentó a pagar. "¡Es que no te puedes fiar de nadie!", se dijo, y, perdiendo la paciencia, fuese a la ciudad a pedir al carnicero que le satisficiese la deuda. El carnicero se lo tomó a broma, pero el campesino replicó:
- Nada de burlas, yo quiero mi dinero. ¿Acaso el perro no os trajo hace tres días toda la vaca muerta?
Enojóse el carnicero y, echando mano de una escoba, lo despidió a escobazos.
- ¡Aguardad -gritóle el hombre-, todavía hay justicia en la tierra! -y, dirigiéndose al palacio del Rey, solicitó audiencia.
Conducido a presencia del Rey, que estaba con su hija, preguntóle éste qué le ocurría.
- ¡Ah! -exclamó el campesino-. Las ranas y los perros se quedaron con lo que era mío, y ahora el carnicero me ha pagado a palos-, y explicó circunstanciadamente lo ocurrido.
La princesa prorrumpió en una sonora carcajada, y el Rey le dijo:
- No puedo hacerte justicia en este caso, pero, en cambio, te daré a mi hija por esposa. En toda su vida la vi reírse como ahora, y prometí casarla con quien fuese capaz de hacerla reír. Puedes dar gracias a Dios de tu buena suerte!
- ¡Oh! -replicó el campesino-. No la quiero -, en casa tengo ya una mujer, y con ella me sobra. Cada vez que llego a casa, me parece como si me saliese una de cada esquina.
El Rey, colérico, chilló:
- ¡Eres un imbécil!
- ¡Ah, Señor Rey! -respondió el campesino-. ¡Qué podéis esperar de un asno, sino coces!
- Aguarda -dijo el Rey-, te pagaré de otro modo. Márchate ahora y vuelve dentro de tres días; te van a dar quinientos bien contados.
Al pasar el campesino la puerta, díjole el centinela:
- Hiciste reír a la princesa; seguramente te habrán pagado bien.
- Sí, eso creo -murmuró el rústico-. Me darán quinientos.
- Oye -inquirió el soldado-, podrías darme unos cuantos. ¿Qué harás con tanto dinero?
- Por ser tú, te cederé doscientos -dijo el campesino-. Preséntate al Rey dentro de tres días y te los pagarán.
Un judío, que se hallaba cerca y había oído la conversación, corrió tras el labrador y le dijo, tirándole de la chaqueta:
- ¡Maravilla de Dios, vos sí que nacisteis con buena estrella! os cambiaré el dinero en moneda de vellón. ¿Qué haríais vos con los escudos en pieza?
- Trujamán -contestó el campesino-, puedes quedarte con trescientos. Cámbiamelos ahora mismo, y dentro tres días, el Rey te los pagará.
El judío, contento del negociete, diole la cantidad en moneda de cobre, ganándose uno por cada tres. Al expirar el plazo, el campesino, obediente a la orden recibida, se presentó ante el Rey.
- Quitadle la chaqueta -mandó éste-, va a recibir los quinientos prometidos.
- ¡Oh! -dijo el hombre-, ya no son míos: doscientos los regalé al centinela, y los trescientos restantes me los cambió un judío, así que no me toca ya nada.
Presentáronse entonces el soldado y el judío a reclamar lo que les ofreciera el campesino, y recibieron en las espaldas los azotes correspondientes. El soldado los sufrió con paciencia; ya los había probado en otras ocasiones. Pero el judío todo era exclamarse:
- ¡Ay! ¿Esto son los escudos?
El Rey no pudo por menos de reírse del campesino y, calmado su enojo, le dijo:
- Puesto que te has quedado sin recompensa, te daré una compensación. Ve a la cámara del tesoro y llévate todo el dinero que quieras.
El hombre no se lo hizo repetir y se llenó los bolsillos a reventar; luego entró en la posada y se puso a contar el dinero. El judío, que lo había seguido, oyólo que refunfuñaba:
- Este pícaro de Rey me ha jugado una mala pasada; ¿No podía darme él mismo el dinero, y ahora sabría yo cuánto tengo? En cambio, ahora, ¿quién me dice que lo que he cogido, a mi talante, es lo que me tocaba?
"¡Dios nos ampare! -dijo para sus adentros el judío-. ¡Este hombre murmura de nuestro Rey! Voy a denunciarlo; de este modo me darán una recompensa y encima lo castigarán".
Al enterarse el Rey de los improperios del campesino, montó en cólera y mandó al judío que fuese en su busca y se presentase con él en palacio. Corrió el judío en busca del labrador:
- Debéis comparecer inmediatamente ante el Rey -le dijo-; así, tal como estáis.
- Yo sé mejor lo que debo hacer -respondió el campesino-. Antes tengo que encargarme una casaca nueva. ¿Crees que un hombre con tanto dinero en los bolsillos puede ir hecho un desharrapado?
El judío, al ver que no lograría arrastrar al otro sin una chaqueta nueva y temiendo que al Rey se le pasara el enfado y, con él, se esfumara su premio y el castigo del otro, dijo:
- Os prestaré por unas horas una hermosa casaca; y conste que lo hago por pura amistad. ¡Qué no hace un hombre por amor!
Avínose el labrador y, poniéndose la casaca del judío, fuese con él a palacio. Reprochóle el Rey los denuestos que, según el judío, le había dirigido.
- ¡Ay! -exclamó el campesino-. Lo que dice un judío es mentira segura. ¿Cuándo se les ha oído pronunciar una palabra verdadera? ¡Este individuo sería capaz de sostener que la casaca que llevo es suya!
- ¿Cómo? -replicó el judío-. ¡Claro que lo es! ¿No acabo de prestárosla por pura amistad, para que pudierais presentaros dignamente ante el Señor Rey?
Al oírlo el Rey, dijo:
- Fuerza es que el judío engañe a uno de los dos: al labrador o a mí.
Y mandó darle otra azotaina en las costillas, mientras el campesino se marchaba con la buena casaca y el dinero en los bolsillos, diciendo:
- Esta vez he acertado.
Однажды мужик стащил свою корову на базар и продал ее там за семь талеров.
На обратном пути он должен был проходить мимо одного пруда, из которого далеко кругом разносилось кваканье лягушек: "Ква, ква, ква, ква!" "Ну да, - стал он говорить сам себе, - мелют по-пустому: семь талеров я выручил, а не два!"
Подойдя к самой воде, он и лягушкам крикнул: "Глупое вы зверье! Небось лучше меня знаете? Семь талеров, а не два!" А лягушки-то все на своем: "Ква, ква, ква!" "Ну, коли вы не верите, так я вам сочту".
Вытащил деньги из карманов и пересчитал все семь талеров, раскладывая по двадцать четыре гроша на каждый.
Однако же лягушки не сошлись с ним в счете и опять тянули ту же песню: "Ква, ква, ква!"
"Коли так, - крикнул мужик, разгневавшись, - коли вы полагаете, что знаете дело лучше меня, так нате же, считайте сами!" и швырнул им деньги всей кучей в воду.
Он постоял на берегу некоторое время и намерен был обождать, пока они справятся со счетом и возвратят ему деньги, но лягушки настаивали на своем, продолжая по-прежнему голосить: "Ква, ква, ква", да и денег тоже ему не возвращали.
Подождал он еще немало времени, пока не наступил вечер и не понадобилось ему идти домой; тогда он выругал лягушек и крикнул им: "Ах, вы, водошлепницы! Ах, вы, толстоголовые, пучеглазые! Рыло-то у вас широко и кричать вы горазды, так что от вас в ушах трещит, а семи талеров пересчитать не умеете! Или вы думаете, что так я вот тут буду стоять и дожидаться, пока вы со счетом справитесь?"
И пошел прочь от пруда, а лягушки-то ему вслед: "Ква, ква, ква", так что он и домой пришел раздосадованный.
Сколько-то времени спустя выторговал он себе корову, заколол ее и стал рассчитывать, что если бы ему удалось выгодно продать ее мясо, он бы столько выручил за него, сколько стоили ему обе коровы, да еще шкура у него в барышах бы осталась.
Когда он с мясом подъезжал к городу, то перед самыми городскими воротами наткнулся на целую стаю собак, сбежавшихся сюда. И впереди всех огромная борзая; так и прыгает около мяса, и разнюхивает, и лает: "Дай, дай, дай!"
Так как она все прыгала и все лаяла, то мужик и сказал ей: "Ну, да! Вижу я, что ты недаром говоришь: дай, дай, а потому что говядинки хочешь… Ну, хорош же я был бы, кабы точно взял да и отдал бы тебе говядину!"
А борзая все то же: "Дай, дай". "Да ты скажи мне: ты ее не сожрешь сама, и за товарищей своих ответишь?" "Дай, дай", - лаяла по-прежнему собака. "Ну, коли ты на этом настаиваешь, так я тебе говядину оставлю; я тебя знаю и знаю, у кого ты служишь; но я тебя предупреждаю: через три дня чтобы мне были готовы деньги, не то тебе плохо придется: ты можешь их мне и сюда вынести".
Затем он свалил говядину и повернул домой; собаки тотчас на нее набросились с громким лаем: "Дай, дай!"
Мужик, издали прислушиваясь к этому лаю, сказал себе:
"Ишь, теперь все от нее своей доли требуют; ну, да мне за всех одна эта большая ответит".
Когда минуло три дня, мужик подумал: "Сегодня вечером у меня деньги в кармане", и очень был этим доволен. Однако же никто не приходил и денег не выплачивал. "Ни на кого-то теперь положиться нельзя", сказал он, наконец, потеряв терпение, пошел в город к мяснику и стал от него требовать своих денег.
Мясник сначала думал, что он с ним шутки шутит, но мужик сказал: "Шутки в сторону: мне деньги нужны! Разве ваша большая собака три дня назад не приволокла сюда моей битой коровы?" Тогда мясник разозлился, ухватился за метловище и выгнал его вон. "Погоди ужо! сказал мужик. Есть еще справедливость на свете!" и пошел в королевский замок и выпросил себе у короля аудиенцию.
Привели его к королю, который сидел рядом со своею дочерью, и тот спросил его, какой ему ущерб учинился?
"Ах, - сказал мужик, лягушки и собаки у меня отняли мою собственность, а резник меня же за это палкой попотчевал", и подробно рассказал, как было дело.
Королевна, услышав его рассказ, не выдержала расхохоталась громко, и король сказал ему: "Рассудить твоего дела я не могу; но зато ты можешь взять дочь мою себе в жены; она еще отродясь не смеялась, только вот сегодня ты ее рассмешил, а я обещал ее тому в жены, кто сумеет ее рассмешить. Ну, вот и благодари Бога за свое счастье!" "О, да я вовсе и не желаю на ней жениться! - отвечал мужик. - У меня дома уж есть одна жена, да и ту одну мне девать некуда. Если я на твоей дочке женюсь да домой вернусь, так что же мне по уголкам их, что ли, расставлять прикажешь?" Туг король не на шутку прогневался и сказал: "Ты грубиян!" "Ах, господин король! - возразил мужик. - Вестимое дело: на свинке не шелк, а щетинки!" "Ладно, ладно, - отвечал король, - я тебе другую награду назначу. Теперь проваливай, а денька через три возвращайся, тогда тебе все пятьсот отсыплют сполна".
Когда мужик стал выходить из замка, один из стражи королевской сказал ему: "Ты королевну нашу рассмешил, так уж, верно, получишь за это хорошую награду". "Кажись, что не без того, - отвечал мужик. Пять сотен мне будут выплачены". "Слышь-ка, мужик! - сказал солдат. - Удели мне малую толику. Ну, куда тебе такая уйма денег!" "Ну, разве уж для тебя куда ни шло! Получай двести! Так-таки заявись к королю денька через три и прикажи тебе именно столько выплатить".
Еврей-ростовщик, случившийся поблизости и подслушавший их разговор, побежал за мужиком вслед, ухватил его за полу платья и говорит: "Ай-ай-ай, что вы за счастливчик такой! Я вам деньги разменяю, я вам их мелочью выплачу, куда вам с этими битыми талерами возиться?" "Мойше, - сказал мужик, - триста еще есть на твою долю, только выплати их мне сейчас мелкой монетой: дня через три король тебе их уплатит".
Ростовщик обрадовался барышу и выплатил мужику всю сумму стертыми слепыми грошами такими, что три гроша двух хороших не стоят.
По прошествии трех дней мужик согласно приказу короля явился пред его ясные очи.
"Ну, снимай с него платье долой, - сказал король, - он должен получить свои пять сотен сполна". "Ах, - сказал мужик, - эти пять сотен уже не принадлежат мне: две сотни подарил я солдату вашей стражи, а за три сотни ростовщик уже уплатил мне мелочью так по справедливости мне уж ничего получать не следует".
И точно: явились к королю и солдат, и еврей-ростовщик и стали требовать своей доли в награде мужика, и получили надлежащее количество ударов. Солдату это было дело знакомое, и он вынес свою порцию ударов терпеливо; а ростовщик все время жалобно кричал: "Ай, вей мир! Ай, какие крепкие талеры!"
Король, конечно, посмеялся проделке мужика, и так как гнев-то его прошел, он сказал: "Так как ты свою награду потерял еще ранее, нежели получил ее, то я тебя награжу иначе: ступай в мою казну и возьми себе денег, сколько хочешь".
Мужик не заставил себе этого дважды повторять и набил в свои глубокие карманы, сколько влезло. Потом пошел в гостиницу и стал считать деньги. Ростовщик туда же за ним приполз и слышал, как тот ворчал себе под нос: "А ведь этот плут-король все же провел меня! Дай он мне денег сам, так я бы, по крайности, знал, что у меня есть. А теперь, как я могу наверно знать, сколько я наудачу в карман насыпал?" "Ай-ай, - залепетал про себя ростовщик, - да он непочтительно смеет говорить о нашем государе! Побегу и донесу на него, тогда и я награду получу, и он будет наказан". И точно, когда король услышал о речах мужика, то пришел в ярость и приказал пойти и привести провинившегося.
Ростовщик побежал к мужику. "Пожалуйте, - говорит, - тотчас к господину королю; как есть, так и ступайте". "Нет, уж я лучше знаю, как к королю идти следует, отвечал мужик. Сначала я велю себе сшить новое платье. Или ты думаешь, что человек, у которого так много денег в кармане, может идти к королю в каком-нибудь старье?"
Ростовщик увидал, что мужик заупрямился и без нового платья к королю не пойдет; а между тем, пожалуй, и гнев у короля пройдет: тогда ни ему награды, ни мужику наказания не будет. Вот он и подъехал к мужику: "Я вам из одной дружбы могу на короткое время чудесное платье ссудить; отчего человеку не услужить по душе!"
Мужик на это не возражал, надел платье и пошел в замок.
Король потребовал у мужика отчета в тех непочтительных речах, о которых донес ему ростовщик. "Ах, - сказал мужик, - ведь уж известное дело: этот тип что ни скажет, то соврет… От него разве можно правды ждать? Ведь вот он, пожалуй, станет утверждать, что я его платье надел". "Ай, вей! Что такое? - закричал ростовщик. Разве платье не мое? Разве я не из одной дружбы вам его ссудил на время, чтобы вы могли перед господином королем явиться?"
Услышав это, король сказал: "Ну, кого-нибудь из нас двоих либо меня, либо мужика он все-таки надул!" И приказал ему еще отсчитать малую толику битыми талерами.
А мужик отправился домой и в новом платье, и с деньгами и говорил себе по пути: "Ну, на этот раз я, кажись, в самый раз потрафил".