Hallándose un rey de cacería en un gran bosque, salió en persecución de una pieza con tal ardor, que ninguno de sus acompañantes pudo seguirlo. Al anochecer detuvo su caballo y dirigiendo una mirada a su alrededor, se dio cuenta de que se había extraviado y, aunque trató de buscar una salida no logró encontrar ninguna. Vio entonces a una vieja, que se le acercaba cabeceando. Era una bruja.
- Buena mujer -le dijo el Rey-, ¿no podrías indicarme un camino para salir del bosque?.
- Oh, si, Señor rey -respondió la vieja-. Si puedo, pero con una condición. Si no la aceptáis, jamás saldréis de esta selva. Y moriréis de hambre.
- ¿Y qué condición es ésa? -preguntó el Rey.
- Tengo una hija -declaró la vieja-, hermosa como no encontraríais otra igual en el mundo entero, y muy digna de ser vuestra esposa. Si os comprometéis a hacerla Reina, os mostraré el camino para salir del bosque. El Rey, aunque angustiado en su corazón, aceptó el trato, y la vieja lo condujo a su casita, donde su hija estaba sentada junto al fuego. Recibió al Rey como si lo hubiese estado esperando, y aunque el soberano pudo comprobar que era realmente muy hermosa, no le gustó, y no podía mirarla sin un secreto terror. Cuando la doncella hubo montado en la grupa del caballo, la vieja indicó el camino al Rey, y la pareja llegó, sin contratiempo, al palacio, donde poco después se celebró la boda.
El Rey estuvo ya casado una vez, y de su primera esposa le habían quedado siete hijos: seis varones y una niña, a los que amaba más que todo en el mundo. Temiendo que la madrastra los tratara mal o llegara tal vez a causarles algún daño, los llevó a un castillo solitario, que se alzaba en medio de un bosque. Tan oculto estaba y tan difícil era el camino que conducía allá, que ni él mismo habría sido capaz de seguirlo a no ser por un ovillo maravilloso que un hada le había regalado. Cuando lo arrojaba delante de sí, se desenrollaba él solo y le mostraba el camino. Pero el rey salía con tanta frecuencia a visitar a sus hijos, que, al cabo, aquellas ausencias chocaron a la Reina, la cual sintió curiosidad por saber qué iba a hacer solo al bosque. Sobornó a los criados, y éstos le revelaron el secreto, descubriéndole también lo referente al ovillo, único capaz de indicar el camino. Desde entonces la mujer no tuvo un momento de reposo hasta que hubo averiguado el lugar donde su marido guardaba la milagrosa madeja. Luego confeccionó unas camisetas de seda blanca y, poniendo en práctica las artes de brujería aprendidas de su madre, hechizó las ropas. Un día en que el Rey salió de caza, cogió ella las camisetas y se dirigió al bosque. El ovillo le señaló el camino. Los niños, al ver desde lejos que alguien se acercaba, pensando que sería su padre, corrieron a recibirlo, llenos de gozo. Entonces ella les echó a cada uno una de las camisetas y, al tocar sus cuerpos, los transformó en cisnes, que huyeron volando por encima del bosque. Ya satisfecha regresó a casa creyéndose libre de sus hijastros. Pero resultó que la niña no había salido con sus hermanos, y la Reina ignoraba su existencia. Al día siguiente, el Rey fue a visitar a sus hijos y sólo encontró a la niña.
- ¿Dónde están tus hermanos? -le preguntó el Rey.
- ¡Ay, padre mío! -respondió la pequeña-. Se marcharon y me dejaron sola - y le contó lo que viera desde la ventana: cómo los hermanitos transformados en cisnes, habían salido volando por encima de los árboles; y le mostró las plumas que habían dejado caer y ella había recogido. Se entristeció el Rey, sin pensar que la Reina fuese la artista de aquella maldad. Temiendo que también le fuese robada la niña, quiso llevársela consigo. Mas la pequeña tenía miedo a su madrastra, y rogó al padre le permitiera pasar aquella noche en el castillo solitario.
Pensaba la pobre muchachita: "No puedo ya quedarme aquí; debo salir en busca de mis hermanos." Y, al llegar la noche, huyó a través del bosque. Anduvo toda la noche y todo el día siguiente sin descansar, hasta que la rindió la fatiga. Viendo una cabaña solitaria, entró en ella y halló un aposento con seis diminutas camas; pero no se atrevió a meterse en ninguna, sino que se deslizó debajo de una de ellas, dispuesta a pasar la noche sobre el duro suelo.
Más a la puesta del sol oyó un rumor y, al mismo tiempo, vio seis cisnes que entraban por la ventana. Se posaron en el suelo y se soplaron mutuamente las plumas, y éstas les cayeron, y su piel de cisne quedo alisada como una camisa. Entonces reconoció la niña a sus hermanitos y, contentísima, salió a rastras de debajo de la cama. No se alegraron menos ellos al ver a su hermana; pero el gozo fue de breve duración.
- No puedes quedarte aquí -le dijeron-, pues esto es una guarida de bandidos. Si te encuentran cuando lleguen, te matarán.
- ¿Y no podríais protegerme? -preguntó la niña.
- No -replicaron ellos-, pues sólo nos está permitido despojarnos, cada noche, que nuestro plumaje de cisne durante un cuarto de hora, tiempo durante el cual podemos vivir en nuestra figura humana, pero luego volvemos a transformarnos en cisnes.
Preguntó la hermanita, llorando:
- ¿Y no hay modo de desencantaros?
- No -dijeron ellos-, las condiciones son demasiado terribles. Deberías permanecer durante seis años sin hablar ni reír, y en este tiempo tendrías que confeccionarnos seis camisas de velloritas. Una sola palabra que saliera de tu boca, lo echaría todo a rodar.
Y cuando los hermanos hubieron dicho esto, transcurrido ya el cuarto de hora, volvieron a remontar el vuelo, saliendo por la ventana.
Pero la muchacha había adoptado la firme resolución de redimir a sus hermanos, aunque le costase la vida. Salió de la cabaña y se fue al bosque, donde pasó la noche, oculta entre el ramaje de un árbol. A la mañana siguiente empezó a recoger velloritas para hacer las camisas. No podía hablar con nadie, y, en cuanto a reír, bien pocos motivos tenía. Llevaba ya mucho tiempo en aquella situación, cuando el Rey de aquel país, yendo de cacería por el bosque, pasó cerca del árbol que servía de morada a la muchacha. Unos monteros la vieron y la llamaron:
- ¿Quién eres? -pero ella no respondió.
- Baja -insistieron los hombres-. No te haremos ningún daño -. Más la doncella se limitó a sacudir la cabeza. Los cazadores siguieron acosándola a preguntas, y ella les echó la cadena de oro que llevaba al cuello, creyendo que así se darían por satisfechos. Pero como los hombres insistieran, les echó el cinturón y luego las ligas y, poco a poco, todas las prendas de que pudo desprenderse, quedando, al fin, sólo con la camiseta. Más los tercos cazadores treparon a la copa del árbol y, bajando a la muchacha, la condujeron ante el Rey, el cual le pregunto:
- ¿Quién eres? ¿Qué haces en el árbol? -pero ella no respondió. El Rey insistió, formulando de nuevo las mismas preguntas en todas las lenguas que conocía. Pero en vano; ella permaneció siempre muda. No obstante, viéndola tan hermosa, el Rey se sintió enternecido, y en su alma nació un gran amor por la muchacha. La envolvió en su manto y, subiéndola a su caballo, la llevó a palacio. Una vez allí mandó vestirla con ricas prendas, viéndose entonces la doncella más hermosa que la luz del día. Más no hubo modo de arrancarle una sola palabra. Sentóla a su lado en la mesa y su modestia y recato le gustaron tanto, que dijo:
- La quiero por esposa, y no querré a ninguna otra del mundo.
Y al cabo de algunos días se celebró la boda.
Pero la madre del Rey era una mujer malvada, a quien disgustó aquel casamiento, y no cesaba de hablar mal de su nuera.
- ¡Quién sabe de dónde ha salido esta chica que no habla! -Murmuraba-. Es indigna de un Rey.
Transcurrido algo más de un año, cuando la Reina tuvo su primer hijo, la vieja se lo quitó mientras dormía, y manchó de sangre la boca de la madre. Luego se dirigió al Rey y la acusó de haber devorado al niño. El Rey se negó a darle crédito, y mandó que nadie molestara a su esposa. Ella, empero, seguía ocupada constantemente en la confección de las camisas, sin atender otra cosa. Y con el próximo hijo que tuvo, la suegra repitió la maldad, sin que tampoco el Rey prestara oídos a sus palabras. Dijo:
- Es demasiado piadosa y buena, para ser capaz de actos semejantes. Si no fuese muda y pudiese defenderse, su inocencia quedaría bien patente.
Pero cuando, por tercera vez, la vieja robó al niño recién nacido y volvió a acusar a la madre sin que ésta pronunciase una palabra en su defensa, el Rey no tuvo más remedio que entregarla un tribunal, y la infeliz reina fue condenada a morir en la hoguera.
El día señalado para la ejecución de la sentencia resultó ser el que marcaba el término de los seis años durante los cuales le había estado prohibido hablar y reír. Así había liberado a sus queridos hermanos del hechizo que pesaba sobre ellos. Además, había terminado las seis camisas, y sólo a la última le faltaba la manga izquierda. Cuando fue conducida la hoguera, se puso las camisas sobre el brazo y cuando, ya atada al poste del tormento, dirigió una mirada a su alrededor, vio seis cisnes, que se acercaban en raudo vuelo. Comprendiendo que se aproximaba el momento de su liberación, sintió una gran alegría. Los cisnes llegaron a la pira y se posaron en ella, a fin de que su hermana les echara las camisas; y no bien éstas hubieron tocado sus cuerpos, se les cayó el plumaje de ave y surgieron los seis hermanos en su figura natural, sanos y hermosos. Sólo al menor le faltaba el brazo izquierdo, sustituido por un ala de cisne. Se abrazaron y se besaron, y la Reina, dirigiéndose al Rey, que asistía, consternado, a la escena, rompiendo, por fin, a hablar, le dijo:
- Esposo mío amadísimo, ahora ya puedo hablar y declarar que sido calumniada y acusada falsamente -y relató los engaños de que había sido víctima por la maldad de la vieja, que le había robado los tres niños, ocultándolos.
Los niños fueron recuperados, con gran alegría del Rey, y la perversa suegra, en castigo, hubo de subir a la hoguera y morir abrasada. El Rey y la Reina, con sus seis hermanos, vivieron largos años en paz y felicidad.
- Buena mujer -le dijo el Rey-, ¿no podrías indicarme un camino para salir del bosque?.
- Oh, si, Señor rey -respondió la vieja-. Si puedo, pero con una condición. Si no la aceptáis, jamás saldréis de esta selva. Y moriréis de hambre.
- ¿Y qué condición es ésa? -preguntó el Rey.
- Tengo una hija -declaró la vieja-, hermosa como no encontraríais otra igual en el mundo entero, y muy digna de ser vuestra esposa. Si os comprometéis a hacerla Reina, os mostraré el camino para salir del bosque. El Rey, aunque angustiado en su corazón, aceptó el trato, y la vieja lo condujo a su casita, donde su hija estaba sentada junto al fuego. Recibió al Rey como si lo hubiese estado esperando, y aunque el soberano pudo comprobar que era realmente muy hermosa, no le gustó, y no podía mirarla sin un secreto terror. Cuando la doncella hubo montado en la grupa del caballo, la vieja indicó el camino al Rey, y la pareja llegó, sin contratiempo, al palacio, donde poco después se celebró la boda.
El Rey estuvo ya casado una vez, y de su primera esposa le habían quedado siete hijos: seis varones y una niña, a los que amaba más que todo en el mundo. Temiendo que la madrastra los tratara mal o llegara tal vez a causarles algún daño, los llevó a un castillo solitario, que se alzaba en medio de un bosque. Tan oculto estaba y tan difícil era el camino que conducía allá, que ni él mismo habría sido capaz de seguirlo a no ser por un ovillo maravilloso que un hada le había regalado. Cuando lo arrojaba delante de sí, se desenrollaba él solo y le mostraba el camino. Pero el rey salía con tanta frecuencia a visitar a sus hijos, que, al cabo, aquellas ausencias chocaron a la Reina, la cual sintió curiosidad por saber qué iba a hacer solo al bosque. Sobornó a los criados, y éstos le revelaron el secreto, descubriéndole también lo referente al ovillo, único capaz de indicar el camino. Desde entonces la mujer no tuvo un momento de reposo hasta que hubo averiguado el lugar donde su marido guardaba la milagrosa madeja. Luego confeccionó unas camisetas de seda blanca y, poniendo en práctica las artes de brujería aprendidas de su madre, hechizó las ropas. Un día en que el Rey salió de caza, cogió ella las camisetas y se dirigió al bosque. El ovillo le señaló el camino. Los niños, al ver desde lejos que alguien se acercaba, pensando que sería su padre, corrieron a recibirlo, llenos de gozo. Entonces ella les echó a cada uno una de las camisetas y, al tocar sus cuerpos, los transformó en cisnes, que huyeron volando por encima del bosque. Ya satisfecha regresó a casa creyéndose libre de sus hijastros. Pero resultó que la niña no había salido con sus hermanos, y la Reina ignoraba su existencia. Al día siguiente, el Rey fue a visitar a sus hijos y sólo encontró a la niña.
- ¿Dónde están tus hermanos? -le preguntó el Rey.
- ¡Ay, padre mío! -respondió la pequeña-. Se marcharon y me dejaron sola - y le contó lo que viera desde la ventana: cómo los hermanitos transformados en cisnes, habían salido volando por encima de los árboles; y le mostró las plumas que habían dejado caer y ella había recogido. Se entristeció el Rey, sin pensar que la Reina fuese la artista de aquella maldad. Temiendo que también le fuese robada la niña, quiso llevársela consigo. Mas la pequeña tenía miedo a su madrastra, y rogó al padre le permitiera pasar aquella noche en el castillo solitario.
Pensaba la pobre muchachita: "No puedo ya quedarme aquí; debo salir en busca de mis hermanos." Y, al llegar la noche, huyó a través del bosque. Anduvo toda la noche y todo el día siguiente sin descansar, hasta que la rindió la fatiga. Viendo una cabaña solitaria, entró en ella y halló un aposento con seis diminutas camas; pero no se atrevió a meterse en ninguna, sino que se deslizó debajo de una de ellas, dispuesta a pasar la noche sobre el duro suelo.
Más a la puesta del sol oyó un rumor y, al mismo tiempo, vio seis cisnes que entraban por la ventana. Se posaron en el suelo y se soplaron mutuamente las plumas, y éstas les cayeron, y su piel de cisne quedo alisada como una camisa. Entonces reconoció la niña a sus hermanitos y, contentísima, salió a rastras de debajo de la cama. No se alegraron menos ellos al ver a su hermana; pero el gozo fue de breve duración.
- No puedes quedarte aquí -le dijeron-, pues esto es una guarida de bandidos. Si te encuentran cuando lleguen, te matarán.
- ¿Y no podríais protegerme? -preguntó la niña.
- No -replicaron ellos-, pues sólo nos está permitido despojarnos, cada noche, que nuestro plumaje de cisne durante un cuarto de hora, tiempo durante el cual podemos vivir en nuestra figura humana, pero luego volvemos a transformarnos en cisnes.
Preguntó la hermanita, llorando:
- ¿Y no hay modo de desencantaros?
- No -dijeron ellos-, las condiciones son demasiado terribles. Deberías permanecer durante seis años sin hablar ni reír, y en este tiempo tendrías que confeccionarnos seis camisas de velloritas. Una sola palabra que saliera de tu boca, lo echaría todo a rodar.
Y cuando los hermanos hubieron dicho esto, transcurrido ya el cuarto de hora, volvieron a remontar el vuelo, saliendo por la ventana.
Pero la muchacha había adoptado la firme resolución de redimir a sus hermanos, aunque le costase la vida. Salió de la cabaña y se fue al bosque, donde pasó la noche, oculta entre el ramaje de un árbol. A la mañana siguiente empezó a recoger velloritas para hacer las camisas. No podía hablar con nadie, y, en cuanto a reír, bien pocos motivos tenía. Llevaba ya mucho tiempo en aquella situación, cuando el Rey de aquel país, yendo de cacería por el bosque, pasó cerca del árbol que servía de morada a la muchacha. Unos monteros la vieron y la llamaron:
- ¿Quién eres? -pero ella no respondió.
- Baja -insistieron los hombres-. No te haremos ningún daño -. Más la doncella se limitó a sacudir la cabeza. Los cazadores siguieron acosándola a preguntas, y ella les echó la cadena de oro que llevaba al cuello, creyendo que así se darían por satisfechos. Pero como los hombres insistieran, les echó el cinturón y luego las ligas y, poco a poco, todas las prendas de que pudo desprenderse, quedando, al fin, sólo con la camiseta. Más los tercos cazadores treparon a la copa del árbol y, bajando a la muchacha, la condujeron ante el Rey, el cual le pregunto:
- ¿Quién eres? ¿Qué haces en el árbol? -pero ella no respondió. El Rey insistió, formulando de nuevo las mismas preguntas en todas las lenguas que conocía. Pero en vano; ella permaneció siempre muda. No obstante, viéndola tan hermosa, el Rey se sintió enternecido, y en su alma nació un gran amor por la muchacha. La envolvió en su manto y, subiéndola a su caballo, la llevó a palacio. Una vez allí mandó vestirla con ricas prendas, viéndose entonces la doncella más hermosa que la luz del día. Más no hubo modo de arrancarle una sola palabra. Sentóla a su lado en la mesa y su modestia y recato le gustaron tanto, que dijo:
- La quiero por esposa, y no querré a ninguna otra del mundo.
Y al cabo de algunos días se celebró la boda.
Pero la madre del Rey era una mujer malvada, a quien disgustó aquel casamiento, y no cesaba de hablar mal de su nuera.
- ¡Quién sabe de dónde ha salido esta chica que no habla! -Murmuraba-. Es indigna de un Rey.
Transcurrido algo más de un año, cuando la Reina tuvo su primer hijo, la vieja se lo quitó mientras dormía, y manchó de sangre la boca de la madre. Luego se dirigió al Rey y la acusó de haber devorado al niño. El Rey se negó a darle crédito, y mandó que nadie molestara a su esposa. Ella, empero, seguía ocupada constantemente en la confección de las camisas, sin atender otra cosa. Y con el próximo hijo que tuvo, la suegra repitió la maldad, sin que tampoco el Rey prestara oídos a sus palabras. Dijo:
- Es demasiado piadosa y buena, para ser capaz de actos semejantes. Si no fuese muda y pudiese defenderse, su inocencia quedaría bien patente.
Pero cuando, por tercera vez, la vieja robó al niño recién nacido y volvió a acusar a la madre sin que ésta pronunciase una palabra en su defensa, el Rey no tuvo más remedio que entregarla un tribunal, y la infeliz reina fue condenada a morir en la hoguera.
El día señalado para la ejecución de la sentencia resultó ser el que marcaba el término de los seis años durante los cuales le había estado prohibido hablar y reír. Así había liberado a sus queridos hermanos del hechizo que pesaba sobre ellos. Además, había terminado las seis camisas, y sólo a la última le faltaba la manga izquierda. Cuando fue conducida la hoguera, se puso las camisas sobre el brazo y cuando, ya atada al poste del tormento, dirigió una mirada a su alrededor, vio seis cisnes, que se acercaban en raudo vuelo. Comprendiendo que se aproximaba el momento de su liberación, sintió una gran alegría. Los cisnes llegaron a la pira y se posaron en ella, a fin de que su hermana les echara las camisas; y no bien éstas hubieron tocado sus cuerpos, se les cayó el plumaje de ave y surgieron los seis hermanos en su figura natural, sanos y hermosos. Sólo al menor le faltaba el brazo izquierdo, sustituido por un ala de cisne. Se abrazaron y se besaron, y la Reina, dirigiéndose al Rey, que asistía, consternado, a la escena, rompiendo, por fin, a hablar, le dijo:
- Esposo mío amadísimo, ahora ya puedo hablar y declarar que sido calumniada y acusada falsamente -y relató los engaños de que había sido víctima por la maldad de la vieja, que le había robado los tres niños, ocultándolos.
Los niños fueron recuperados, con gran alegría del Rey, y la perversa suegra, en castigo, hubo de subir a la hoguera y morir abrasada. El Rey y la Reina, con sus seis hermanos, vivieron largos años en paz y felicidad.
Een koning jaagde eens in een heel groot bos en zette een hert met zoveel drift na, dat geen van de jagers hem bij kon houden. Toen de avond viel, hield hij zijn paard in, keek om zich heen en zag dat hij verdwaald was. Hij zocht een uitweg, maar kon er geen vinden. Opeens kwam er een oude vrouw aan met een wiebelhoofd, die op hem afkwam; maar dat was een heks.
"Vrouwtje," zei de koning, "kun je me de weg niet wijzen?"
"Ja zeker, heer koning," zei ze, "dat kan ik best. Maar op één voorwaarde. Vervult u die voorwaarde niet, dan komt u het bos nooit meer uit – en moet u van honger sterven."
"Wat is dat dan voor een voorwaarde?" vroeg de koning.
"Ik heb een dochter," zei het oude mens, "en ze is zo mooi, er is geen mooier meisje op de wereld, en ze verdient het, uw vrouw te worden; als u haar tot koningin maakt, dan wijs ik u de weg uit het bos."
In zijn angst stemde de koning daarmee in en het oudje bracht hem naar haar huisje, waar haar dochter bij het vuur zat. Ze ontving de koning alsof ze hem al verwacht had, hij zag wel dat ze mooi was, maar helemaal beviel ze hem niet, en hij kon haar zonder een gevoel van afgrijzen niet aankijken. Maar hij hief het meisje voor zich op het paard, de oude vrouw wees hem de weg, en de koning bereikte het koninklijk slot weer, waar de bruiloft werd gevierd.
Nu was de koning al eens getrouwd geweest, en bij zijn eerste vrouw had hij zeven kinderen, zes jongens en een meisje. Die waren hem het liefst van alles op de wereld. Maar hij was bang dat de stiefmoeder hen niet goed zou behandelen, of hen zelfs kwaad kon doen; daarom bracht hij hen naar een eenzaam slot, dat midden in een bos stond. Het lag zo verscholen, en de weg erheen was zo moeilijk te vinden, dat hij er zelf nooit gekomen zou zijn, als niet een wijze vrouw hem een kluwen garen gegeven had van wonderlijke kracht. Als je die vóór je uit gooide, liep hij vanzelf uit en wees de weg.
Nu ging de koning zo dikwijls naar zijn zeven kinderen toe dat de koningin argwaan kreeg, ze wilde weten wat hij altijd zo alleen in dat bos deed. Zo gaf ze aan een lakei een massa geld en die verried haar 't geheim en vertelde ook van die kluwen die alleen vooruit rolde en de weg wees. Nu had ze geen rust, tot ze uitgevonden had, waar de koning die kluwen bewaarde. Ze maakte toen kleine, witzijden hemdjes, en omdat ze van haar moeder heksenkunsten had geleerd, naaide ze er toverkracht in. En op een keer dat de koning weer op jacht was, nam zij de hemdjes en de kluwen en ging naar het bos, en de kluwen wees haar de weg. De kinderen zagen uit de verte iemand aankomen; ze dachten dat het hun vader was – en juichend holden ze hem tegemoet. Ze wierp elk van hen een hemdje om en toen dat hen aanraakte, veranderden ze in zwanen en vlogen over de bomen weg. De koningin ging opgewekt naar huis en dacht, dat ze nu van die stiefkinderen af was; maar het meisje was niet met de broers naar buiten gekomen, en ze had niets van haar gemerkt. De volgende dag kwam de koning weer op bezoek bij zijn kinderen, maar hij vond alleen het dochtertje.
"Waar zijn de jongens?" vroeg de koning.
"Och vaderlief," antwoordde ze, "die zijn weg en ze hebben mij alleen gelaten," en ze vertelde hem, dat ze uit haar kamertje gezien had, hoe haar broers als zwanen over de bomen waren weggevlogen. En ze liet hem de veren zien, die ze in de tuin hadden laten vallen en die ze had opgeraapt. De koning werd heel bedroefd, maar hij kwam niet op de gedachte, dat de koningin die misdaad zou hebben begaan; integendeel, hij was bang dat zijn dochtertje ook nog geroofd zou worden en hij wilde haar mee naar huis nemen. Maar 't meisje was bij voorbaat al bang voor de stiefmoeder, en smeekte de koning om tenminste deze nacht nog op het slot in het bos te mogen blijven.
Het arme meisje dacht bij zichzelf: "Blijven doe ik zeker niet. Ik wil de broers gaan zoeken." En toen het nacht werd, vluchtte ze, en liep zacht het bos in. Ze liep de hele nacht door, en de dag daarop ook, al maar voort, tot ze van vermoeienis niet verder kon. Toen zag ze een jachthut; ze ging erin en vond een kamer met zes kleine bedjes. Ze durfde er niet in gaan liggen, maar ze kroop onder één van de bedjes, op de harde grond, en daar wou ze de nacht doorbrengen. Maar kort voor zonsopgang hoorde ze een geruis en kijk, zes zwanen kwamen het venster binnengevlogen. Ze gingen op de grond staan, ze bliezen naar elkaar en bliezen zichzelf alle veren af, en hun zwanenhuid stroopte af als een hemd. Nu keek het meisje hen aan en ze herkende hen, het waren haar broers en ze kroop onder 't bed uit. De broers waren hartelijk blij, toen ze hun zusje zagen – maar hun vreugde duurde maar kort.
"Hier kan je niet blijven," zeiden ze tegen haar, "want dit is een rovershol. Komen ze thuis en vinden ze je, dan vermoorden ze je."
"Kunnen jullie me dan niet beschermen?" vroeg het zusje.
"Nee," zeiden ze, "want we kunnen elke avond maar een kwartier onze zwanengestalte afleggen en dan hebben we mensengedaante, maar meteen worden we weer in zwanen veranderd." Het zusje begon te schreien en zei: "Maar kunnen jullie dan niet verlost worden?"
"Och nee," zeiden ze, "dat is veel te moeilijk. Je zou zes jaar lang niet mogen spreken en niet lachen, en je zou in die tijd zes hemden voor ons moeten naaien van asters. Komt er ook maar één enkel woord uit je mond, dan is alles vergeefs geweest." En nauwelijks hadden de broers die woorden geuit, of het kwartier was om, en ze vlogen als zwanen weer het venster uit.
Maar het meisje had haar besluit genomen. Zij wilde haar broers verlossen, al ging het om haar leven. Ze verliet de jachthut, ging 't bos weer in, ging in een boom zitten en bracht daar de nacht door. De volgende morgen ging ze asters zoeken en begon ze te naaien. Praten kon ze toch met niemand, en lachen viel haar niet eens in; ze zat maar en keek naar haar werk. Toen ze daar al een poos zo had geleefd, kwam de koning van 't land er jagen; zijn jagers kwamen bij de boom waar het meisje in zat. Ze riepen haar toe en zeiden: "Wie ben je?" Ze gaf geen antwoord. "Kom bij ons," zeiden ze, "we zullen je niets doen, hoor." Maar ze schudde 't hoofd. Toen ze haar steeds maar met vragen lastig vielen, gooide ze haar gouden ketting naar beneden om hen tevreden te stellen. Nog gingen ze niet weg. Toen liet ze haar gordel vallen; en toen dat geen uitwerking had, haar kousenbanden; en zo het een na het ander, alles wat ze aan had en missen kon. Tenslotte hield ze niets meer aan dan haar hemd. Nog lieten de jagers haar niet met rust, maar ze klommen de boom in, haalden haar naar beneden en brachten haar naar de koning.
De koning vroeg: "Wie bent u? Wat deed u daar in die boom?" Maar ze gaf geen antwoord. Hij vroeg het in andere talen die hij kende, maar zij bleef zo stom als een vis. Maar ze was zo mooi. Het hart van de koning werd bewogen; en hij vatte een grote liefde voor haar op. Hij sloeg zijn eigen mantel om haar heen, zette haar voor zich op het paard, en bracht haar op zijn kasteel. Daar liet hij haar kleden met rijke gewaden; ze straalde nu zo lieflijk als de morgen, maar er was geen woord uit haar te krijgen. Aan tafel liet hij haar naast zich zitten; haar bescheiden en zedige houding maakte zo'n indruk op hem, dat hij zei: "Deze zal ik trouwen, en geen ander op de hele wereld." En enige dagen later werd het huwelijk voltrokken.
De koning had evenwel een boze moeder. Zij was het niet met dit huwelijk eens, en sprak kwaad van de jonge koningin. "Wie weet waar die meid die niet spreken kan vandaan komt; zij is een koning niet waardig." Toen de koningin na een jaar haar eerste kind ter wereld bracht, nam de oude vrouw het weg terwijl zij sliep en bestreek haar mond met bloed. Daarop ging zij naar de koning en klaagde de koningin aan, dat zij een menseneetster was. De koning wilde het niet geloven en stond niet toe dat men haar enig leed berokkende. De koningin zat echter voortdurend aan de hemden te naaien en schonk aan niets anders aandacht. Toen zij de volgende keer weer een gezonde jongen ter wereld bracht, pleegde de valse schoonmoeder hetzelfde bedrog, maar de koning kon er niet toe komen enig geloof aan haar woorden te hechten. Hij sprak: "Zij is te vroom en te goed om zoiets te kunnen doen; als zij niet stom was en zij kon zich verdedigen, dan zou haar onschuld aan het licht komen." Maar toen de oude voor de derde maal het pasgeboren kind roofde en de koningin aanklaagde die geen woord tot haar verdediging uitbracht, kon de koning niet anders doen dan zij aan het gerecht overleveren, dat haar veroordeelde tot de vuurdood.
Toen de dag aanbrak dat het vonnis zou worden voltrokken, was tevens de laatste dag van de zes jaren voorbij, gedurende welke zij niet had mogen spreken of lachen en zij had dus haar geliefde broers uit de macht van de betovering bevrijd. De zes hemden waren gereed, alleen aan het laatste ontbrak nog de linkermouw. Toen zij nu naar de brandstapel gevoerd werd, legde zij de hemden over haar arm en toen zij er bovenop stond en men op het punt stond het vuur aan te steken, keek zij om zich heen: daar kwamen door de lucht zes zwanen aanvliegen. Zij zag dat haar verlossing nabij was en haar hart sprong op van vreugde.
De zwanen ruisten naar haar toe en daalden neer, zodat zij de hemden over hen heen kon werpen en toen zij daardoor werden aangeraakt, vielen hun zwanenhuiden af en haar broers stonden in levenden lijve voor haar en waren jongen schoon; alleen de jongste miste zijn linkerarm en had in plaats daarvan een zwanenvleugel op zijn rug. Zij omhelsden en kusten elkaar en de koningin ging naar de koning, die geheel onthutst was, en zij begon te spreken en zei: "Liefste echtgenoot, nu mag ik spreken en je onthullen dat ik onschuldig ben en valselijk aangeklaagd," en zij vertelde hem van het bedrog van de oude vrouw die haar drie kinderen had weggenomen en verborgen. Toen werden zij tot grote vreugde van de koning te voorschijn gebracht en de boze schoonmoeder werd voor straf op de brandstapel vastgebonden en tot as verbrand. Maar de koning en de koningin met haar zes broers leefden nog vele jaren in vrede en geluk.