Éranse un hombre y una mujer muy pobres; no tenían más que una pequeña choza, y sólo comían lo que el hombre pescaba el mismo día. Sucedió que el pescador, al sacar una vez la red del agua, encontró en ella un pez de oro, y mientras lo contemplaba admirado, púsose el animal a hablar, y dijo:
- Óyeme, pescador; si me devuelves al agua, convertiré tu pobre choza en un magnífico palacio.
Respondióle el pescador:
- ¿De qué me servirá un palacio, si no tengo qué comer?
Y contestó el pez:
- También remediaré esto, pues habrá en el palacio un armario que, cada vez que lo abras, aparecerá lleno de platos con los manjares más selectos y apetitosos que quedas desear.
- Si es así - respondió el hombre, - bien puedo hacerte el favor que me pides.
- Sí - dijo el pez, - pero hay una condición: No debes descubrir a nadie en el mundo, sea quien fuere, de dónde te ha venido la fortuna. Una sola palabra que digas, y todo desaparecerá.
El hombre volvió a echar al agua el pez milagroso y se fue a su casa. Pero donde antes se levantaba su choza, había ahora un gran palacio. Abriendo unos ojos como naranjas, entró y se encontró a su mujer en una espléndida sala, ataviada con hermosos vestidos. Contentísima, le preguntó:
- Marido mío, ¿cómo ha sido esto? ¡La verdad es que me gusta!
- Sí - respondióle el hombre, - a mí también; pero vengo con gran apetito, dame algo de comer.
- No tengo nada - respondió ella - ni encuentro nada en la nueva casa.
- No hay que apurarse - dijo el hombre; - veo allí un gran armario: ábrelo.
Y al abrir el armario aparecieron pasteles, carne, fruta y vino, que daba gloria verlos. Exclamó entonces la mujer, no cabiendo en sí de gozo:
- Corazón, ¿qué puedes ambicionar aún?
Y se sentaron, y comieron y bebieron en buena paz y compañía. Cuando hubieron terminado, preguntó la mujer:
- Pero, marido, ¿de dónde nos viene toda esta riqueza?
- No me lo preguntes - respondió él -, no me está permitido decirlo. Si lo revelara, perderíamos toda esta fortuna.
- Como quieras - dijo la mujer. - Si es que no debo saberlo, no pensaré más en ello.
Pero su idea era muy distinta, y no dejó en paz a su marido de día ni de noche, fastidiándolo y pinchándole con tanta insistencia que, perdida ya la paciencia, el hombre acabó por revelarle que todo les venía de un prodigioso pez de oro que había pescado y vuelto a poner en libertad a cambio de aquellos favores. Apenas había terminado de hablar, desapareció el hermoso palacio con su armario, y hételos de nuevo en su mísera choza.
El hombre no tuvo más recurso que reanudar su vida de trabajo y salir a pescar; pero quiso la suerte que el mismo pez volviese a caer en sus redes.
- Óyeme - le dijo; - si otra vez me echas al agua, te devolveré el palacio con el armario lleno de guisos y asados; pero mantente firme y no descubras a nadie quién te lo ha dado, o volverás a perderlo.
- Me guardaré muy bien - respondió el pescador, soltando nuevamente al pez en el agua.
Y al llegar a su casa, la encontró otra vez en gran esplendor, y a su mujer, encantada con su suerte. Pero la curiosidad no la dejaba vivir, y a los dos días ya estaba preguntando otra vez cómo había ocurrido aquello y a qué se debía. El hombre se mantuvo firme una temporada; pero, al fin, exasperado por la importunidad de su esposa, reventó y descubrió el secreto; y, en el mismo instante desapareció el palacio, y el matrimonio se encontró en su vieja cabaña.
- Estarás satisfecha - le regañó el marido. - Otra vez nos tocará pasar hambre.
- ¡Ay! - replicó ella. - Prefiero no tener riquezas, si no puedo saber de dónde me vienen; la curiosidad no me deja vivir.
Volvió el hombre a la pesca, y, al cabo de un tiempo - el destino lo tenía dispuesto, - capturó por vez tercera al pez de oro.
- Escúchame - dijo éste, - bien veo que habré de caer siempre en tus manos. Llévame a tu casa y córtame en seis pedazos: dos, los darás a comer a tu esposa; otros dos, a tu caballo, y los dos restantes, los entierras; de todos obtendrás bendiciones.
Hizo el hombre tal como el pez le había indicado, y sucedió que de los dos pedazos que plantara en tierra brotaron dos lirios de oro; la yegua tuvo dos potrillos de oro; y la mujer dio a luz dos niños de oro también.
Crecieron los hijos, altos y hermosos, y con ellos crecieron los lirios y los caballos. Cuando ya fueron mayores, dijeron un día:
- Padre, vamos a montar los caballos de oro y a correr mundo.
Pero él les respondió, con tristeza:
- ¿Qué será de mí, si os marcháis y no tengo noticias de vosotros?
Y dijeron los niños:
- Os quedan los dos lirios de oro. Por ellos sabréis cómo nos van las cosas: Mientras se mantengan frescos y lozanos, gozaremos de buena salud; si se marchitan, es que estaremos enfermos; si mueren, es que también nosotros habremos muerto.
Pusiéronse en camino y llegaron a una hospedería llena de gente que, al ver a los dos niños de oro, empezó a reírse y burlarse de ellos. Al oír uno de los dos hermanos aquellas burlas, se avergonzó y, renunciando a irse por el mundo, regresó a la casa paterna, mientras el otro seguía adelante y llegaba a un gran bosque. Al disponerse a entrar en él, le dijo la gente del lugar:
- No te aventures a atravesarlo, pues está lleno de bandidos y lo pasarás mal; y si ven que eres de oro y tu caballo también, te quitarán la vida.
Pero el mozo, sin arredrarse, exclamó:
- ¡Pues pasaré!
Procuróse pieles de oso, con las cuales se cubrió a sí mismo y al caballo, de modo que no se viese nada del oro, y entró en el bosque, muy confiado. Al poco tiempo oyó un rumor entre las matas, y unas voces de hombres que hablaban entre sí. Dijo una:
- ¡Ahí viene un hombre!
Y respondía otra:
- Déjalo pasar, es un cazador de osos, más pobre y pelado que una rata de sacristía. ¡Qué podríamos sacar de él!
Y de este modo el niño de oro atravesó el bosque sin sufrir ningún daño.
Al llegar un día a un, pueblo, vio a una muchacha tan hermosa, que pensó que no podía haber otra igual. Prendado de ella, fue a su encuentro y le dijo:
- Te amo con todo mi corazón, ¿quieres ser mi esposa?
A la muchacha le gustó también tanto el mozo que, aceptando su ofrecimiento, le respondió:
- Sí, quiero ser tu esposa, y te guardaré fidelidad toda la vida.
Casáronse y estando en plena alegría y regocijo, llegó a casa el padre de la novia, y al ver aquella boda, admirado, preguntó:
- ¿Dónde está el novio?
Le enseñaron el niño de oro, que seguía cubierto con las pieles de oso; el hombre se enfadó mucho:
- ¡Jamás un cazador de osos se casará con mi hija! - exclamó, tratando de matarlo. Su hija se deshizo en súplicas y le dijo:
- Es mi marido y lo quiero de corazón - y, al fin, logró apaciguarlo. Sin embargo, el hombre no lograba quitarse aquella preocupación de la cabeza, y a la mañana siguiente se levantó de madrugada dispuesto a saber si su yerno era un mendigo andrajoso y vulgar. Al entrar en el dormitorio vio en la cama a un apuesto joven, todo él de oro, las pieles de oso esparcidas por el suelo. Retirándose pensó: "¡Qué suerte tuve al reprimir mi cólera; habría cometido un gran disparate!".
Mientras tanto el muchacho soñaba que estaba de cacería, persiguiendo un hermoso ciervo, y al despertarse dijo a su esposa:
- Me voy de caza.
Sintió ella angustia, y le rogó que se quedase a su lado: - Puede ocurrirse una desgracia - le dijo.
Pero él insistió:
- Debo ir, e iré.
Se fue, pues, al bosque, y al poco rato descubrió a cierta distancia un altivo ciervo, igual al que viera en sueños. Apuntóle para disparar, pero el animal pegó un brinco y escapó. El mozo se lanzó en su persecución, saltando fosos y atravesando matorrales, sin detenerse en toda la jornada; pero, al anochecer, el ciervo desapareció. Al mirar el joven a su alrededor, vio que se hallaba frente a una casita, en la que vivía una bruja. La vieja salió a abrir al llamar él a la puerta, y le preguntó:
- ¿Qué buscas tan tarde, en medio de este inmenso bosque?
Dijo él:
- ¿Habéis visto un ciervo?
- Sí - respondió la mujer, - bien conozco al ciervo - y mientras ella hablaba, un perrillo, que había salido también de la casa, ladraba furiosamente al forastero.
- ¡Vas a callarte, maldito perro! - gritó el cazador. - ¡Si no te callas, te pego un tiro!
A lo cual replicó la vieja, colérica:
- ¡Cómo!, ¿a mi perrito te atreverías a matar? - y, en el acto, lo dejó transformado en una piedra. Su esposa estuvo aguardándolo inútilmente, y pensando: "De seguro le ha sucedido lo que me temía; ¡me lo daba el corazón!".
En la casa paterna, el otro hermano no perdía de vista los lirios de oro, y se dio cuenta de que uno se marchitaba bruscamente. "¡Dios mío! - pensó, - a mi hermano le debe haber ocurrido alguna gran desgracia. Tengo que ir en su busca, quizá llegue a tiempo de salvarlo". Su padre le dijo:
- Quédate aquí, pues si también a ti te pierdo, ¿qué podré hacer ya?
Pero el muchacho respondió:
- Es preciso que me marche, es mi deber.
Y, montando en su caballo de oro, púsose en camino y llegó al gran bosque donde su hermano estaba transformado en piedra. La bruja salió de su casa y lo llamó, con intención de encantarlo también a él. Pero el mozo le gritó desde lejos:
- ¡Si no devuelves la vida a mi hermano, te mato de un tiro!
La vieja, a regañadientes, tocó la piedra con el dedo e inmediatamente el hermano recobró su ser natural. Los dos muchachos sintieron una gran alegría al verse y, después de besarse y abrazarse, se alejaron juntos del bosque, dirigiéndose uno a casa de su esposa y el otro a la de su padre. Dijo éste al verlo llegar:
- Ya sabía que habías salvado a tu hermano, pues el lirio de oro se enderezó y vuelve a estar lozano.
Y, desde entonces, vivieron todos contentos y felices hasta el fin de sus días.
- Óyeme, pescador; si me devuelves al agua, convertiré tu pobre choza en un magnífico palacio.
Respondióle el pescador:
- ¿De qué me servirá un palacio, si no tengo qué comer?
Y contestó el pez:
- También remediaré esto, pues habrá en el palacio un armario que, cada vez que lo abras, aparecerá lleno de platos con los manjares más selectos y apetitosos que quedas desear.
- Si es así - respondió el hombre, - bien puedo hacerte el favor que me pides.
- Sí - dijo el pez, - pero hay una condición: No debes descubrir a nadie en el mundo, sea quien fuere, de dónde te ha venido la fortuna. Una sola palabra que digas, y todo desaparecerá.
El hombre volvió a echar al agua el pez milagroso y se fue a su casa. Pero donde antes se levantaba su choza, había ahora un gran palacio. Abriendo unos ojos como naranjas, entró y se encontró a su mujer en una espléndida sala, ataviada con hermosos vestidos. Contentísima, le preguntó:
- Marido mío, ¿cómo ha sido esto? ¡La verdad es que me gusta!
- Sí - respondióle el hombre, - a mí también; pero vengo con gran apetito, dame algo de comer.
- No tengo nada - respondió ella - ni encuentro nada en la nueva casa.
- No hay que apurarse - dijo el hombre; - veo allí un gran armario: ábrelo.
Y al abrir el armario aparecieron pasteles, carne, fruta y vino, que daba gloria verlos. Exclamó entonces la mujer, no cabiendo en sí de gozo:
- Corazón, ¿qué puedes ambicionar aún?
Y se sentaron, y comieron y bebieron en buena paz y compañía. Cuando hubieron terminado, preguntó la mujer:
- Pero, marido, ¿de dónde nos viene toda esta riqueza?
- No me lo preguntes - respondió él -, no me está permitido decirlo. Si lo revelara, perderíamos toda esta fortuna.
- Como quieras - dijo la mujer. - Si es que no debo saberlo, no pensaré más en ello.
Pero su idea era muy distinta, y no dejó en paz a su marido de día ni de noche, fastidiándolo y pinchándole con tanta insistencia que, perdida ya la paciencia, el hombre acabó por revelarle que todo les venía de un prodigioso pez de oro que había pescado y vuelto a poner en libertad a cambio de aquellos favores. Apenas había terminado de hablar, desapareció el hermoso palacio con su armario, y hételos de nuevo en su mísera choza.
El hombre no tuvo más recurso que reanudar su vida de trabajo y salir a pescar; pero quiso la suerte que el mismo pez volviese a caer en sus redes.
- Óyeme - le dijo; - si otra vez me echas al agua, te devolveré el palacio con el armario lleno de guisos y asados; pero mantente firme y no descubras a nadie quién te lo ha dado, o volverás a perderlo.
- Me guardaré muy bien - respondió el pescador, soltando nuevamente al pez en el agua.
Y al llegar a su casa, la encontró otra vez en gran esplendor, y a su mujer, encantada con su suerte. Pero la curiosidad no la dejaba vivir, y a los dos días ya estaba preguntando otra vez cómo había ocurrido aquello y a qué se debía. El hombre se mantuvo firme una temporada; pero, al fin, exasperado por la importunidad de su esposa, reventó y descubrió el secreto; y, en el mismo instante desapareció el palacio, y el matrimonio se encontró en su vieja cabaña.
- Estarás satisfecha - le regañó el marido. - Otra vez nos tocará pasar hambre.
- ¡Ay! - replicó ella. - Prefiero no tener riquezas, si no puedo saber de dónde me vienen; la curiosidad no me deja vivir.
Volvió el hombre a la pesca, y, al cabo de un tiempo - el destino lo tenía dispuesto, - capturó por vez tercera al pez de oro.
- Escúchame - dijo éste, - bien veo que habré de caer siempre en tus manos. Llévame a tu casa y córtame en seis pedazos: dos, los darás a comer a tu esposa; otros dos, a tu caballo, y los dos restantes, los entierras; de todos obtendrás bendiciones.
Hizo el hombre tal como el pez le había indicado, y sucedió que de los dos pedazos que plantara en tierra brotaron dos lirios de oro; la yegua tuvo dos potrillos de oro; y la mujer dio a luz dos niños de oro también.
Crecieron los hijos, altos y hermosos, y con ellos crecieron los lirios y los caballos. Cuando ya fueron mayores, dijeron un día:
- Padre, vamos a montar los caballos de oro y a correr mundo.
Pero él les respondió, con tristeza:
- ¿Qué será de mí, si os marcháis y no tengo noticias de vosotros?
Y dijeron los niños:
- Os quedan los dos lirios de oro. Por ellos sabréis cómo nos van las cosas: Mientras se mantengan frescos y lozanos, gozaremos de buena salud; si se marchitan, es que estaremos enfermos; si mueren, es que también nosotros habremos muerto.
Pusiéronse en camino y llegaron a una hospedería llena de gente que, al ver a los dos niños de oro, empezó a reírse y burlarse de ellos. Al oír uno de los dos hermanos aquellas burlas, se avergonzó y, renunciando a irse por el mundo, regresó a la casa paterna, mientras el otro seguía adelante y llegaba a un gran bosque. Al disponerse a entrar en él, le dijo la gente del lugar:
- No te aventures a atravesarlo, pues está lleno de bandidos y lo pasarás mal; y si ven que eres de oro y tu caballo también, te quitarán la vida.
Pero el mozo, sin arredrarse, exclamó:
- ¡Pues pasaré!
Procuróse pieles de oso, con las cuales se cubrió a sí mismo y al caballo, de modo que no se viese nada del oro, y entró en el bosque, muy confiado. Al poco tiempo oyó un rumor entre las matas, y unas voces de hombres que hablaban entre sí. Dijo una:
- ¡Ahí viene un hombre!
Y respondía otra:
- Déjalo pasar, es un cazador de osos, más pobre y pelado que una rata de sacristía. ¡Qué podríamos sacar de él!
Y de este modo el niño de oro atravesó el bosque sin sufrir ningún daño.
Al llegar un día a un, pueblo, vio a una muchacha tan hermosa, que pensó que no podía haber otra igual. Prendado de ella, fue a su encuentro y le dijo:
- Te amo con todo mi corazón, ¿quieres ser mi esposa?
A la muchacha le gustó también tanto el mozo que, aceptando su ofrecimiento, le respondió:
- Sí, quiero ser tu esposa, y te guardaré fidelidad toda la vida.
Casáronse y estando en plena alegría y regocijo, llegó a casa el padre de la novia, y al ver aquella boda, admirado, preguntó:
- ¿Dónde está el novio?
Le enseñaron el niño de oro, que seguía cubierto con las pieles de oso; el hombre se enfadó mucho:
- ¡Jamás un cazador de osos se casará con mi hija! - exclamó, tratando de matarlo. Su hija se deshizo en súplicas y le dijo:
- Es mi marido y lo quiero de corazón - y, al fin, logró apaciguarlo. Sin embargo, el hombre no lograba quitarse aquella preocupación de la cabeza, y a la mañana siguiente se levantó de madrugada dispuesto a saber si su yerno era un mendigo andrajoso y vulgar. Al entrar en el dormitorio vio en la cama a un apuesto joven, todo él de oro, las pieles de oso esparcidas por el suelo. Retirándose pensó: "¡Qué suerte tuve al reprimir mi cólera; habría cometido un gran disparate!".
Mientras tanto el muchacho soñaba que estaba de cacería, persiguiendo un hermoso ciervo, y al despertarse dijo a su esposa:
- Me voy de caza.
Sintió ella angustia, y le rogó que se quedase a su lado: - Puede ocurrirse una desgracia - le dijo.
Pero él insistió:
- Debo ir, e iré.
Se fue, pues, al bosque, y al poco rato descubrió a cierta distancia un altivo ciervo, igual al que viera en sueños. Apuntóle para disparar, pero el animal pegó un brinco y escapó. El mozo se lanzó en su persecución, saltando fosos y atravesando matorrales, sin detenerse en toda la jornada; pero, al anochecer, el ciervo desapareció. Al mirar el joven a su alrededor, vio que se hallaba frente a una casita, en la que vivía una bruja. La vieja salió a abrir al llamar él a la puerta, y le preguntó:
- ¿Qué buscas tan tarde, en medio de este inmenso bosque?
Dijo él:
- ¿Habéis visto un ciervo?
- Sí - respondió la mujer, - bien conozco al ciervo - y mientras ella hablaba, un perrillo, que había salido también de la casa, ladraba furiosamente al forastero.
- ¡Vas a callarte, maldito perro! - gritó el cazador. - ¡Si no te callas, te pego un tiro!
A lo cual replicó la vieja, colérica:
- ¡Cómo!, ¿a mi perrito te atreverías a matar? - y, en el acto, lo dejó transformado en una piedra. Su esposa estuvo aguardándolo inútilmente, y pensando: "De seguro le ha sucedido lo que me temía; ¡me lo daba el corazón!".
En la casa paterna, el otro hermano no perdía de vista los lirios de oro, y se dio cuenta de que uno se marchitaba bruscamente. "¡Dios mío! - pensó, - a mi hermano le debe haber ocurrido alguna gran desgracia. Tengo que ir en su busca, quizá llegue a tiempo de salvarlo". Su padre le dijo:
- Quédate aquí, pues si también a ti te pierdo, ¿qué podré hacer ya?
Pero el muchacho respondió:
- Es preciso que me marche, es mi deber.
Y, montando en su caballo de oro, púsose en camino y llegó al gran bosque donde su hermano estaba transformado en piedra. La bruja salió de su casa y lo llamó, con intención de encantarlo también a él. Pero el mozo le gritó desde lejos:
- ¡Si no devuelves la vida a mi hermano, te mato de un tiro!
La vieja, a regañadientes, tocó la piedra con el dedo e inmediatamente el hermano recobró su ser natural. Los dos muchachos sintieron una gran alegría al verse y, después de besarse y abrazarse, se alejaron juntos del bosque, dirigiéndose uno a casa de su esposa y el otro a la de su padre. Dijo éste al verlo llegar:
- Ya sabía que habías salvado a tu hermano, pues el lirio de oro se enderezó y vuelve a estar lozano.
Y, desde entonces, vivieron todos contentos y felices hasta el fin de sus días.
Er waren eens een arme man en een arme vrouw die niets anders hadden dan een klein hutje. Ze leefden van de visvangst, en 't ging bij hen van de hand in de tand. Maar nu gebeurde het op een dag, dat de man aan het water stond en zijn net uitwierp en dat hij een vis ophaalde en die was helemaal van goud. En terwijl hij de vis vol bewondering bekeek, begon deze te spreken en zei: "Luister visser, als je mij weer in het water gooit, dan maak ik van je kleine hutje een prachtig slot." Daarop antwoordde de visser: "Wat heb ik aan een prachtig slot, als ik niets te eten heb?" Weer zei de goudvis: "Ook daarvoor wordt gezorgd; er zal een kast in het slot zijn, en als je die kast opendoet, staan daar schotels in met het heerlijkste eten, zoveel je maar wilt." - "Als dat zo is," sprak de man, "dan wil ik je dat genoegen wel doen." - "Ja," zei de vis, "maar er is echter één voorwaarde. Aan geen mens op de wereld, aan wie dan ook, mag je onthullen waar je geluk vandaan komt. Als je er met één enkel woord over rept, dan is alles voorbij."
De man wierp de wonderlijke vis het water weer in en ging naar huis. En waar vroeger zijn hutje had gestaan, daar stond nu een groot kasteel. Hij zette grote ogen op, ging naar binnen en zag zijn vrouw in mooie kleren uitgedost in een prachtige kamer zitten. Zij was zeer tevreden en zei: "Man, hoe is dat toch opeens gekomen? Ik vind het heerlijk!" - "Ja," zei de man, "ik ook, maar ik heb ook een geweldige honger, geef me eerst eens wat te eten." De vrouw zei: "Ja, ik heb niets en ik weet ook de weg niet in het nieuwe huis." - "Geeft niets," zei de man, "daar staat een grote kast, doe die eens open." Ze deed de kast open en daar lachten een taart, vlees, fruit en wijn hun toe. De vrouw riep vol vreugde uit: "Mijn hartje, wat wil je nog meer?" en ze gingen samen zitten eten. Toen ze klaar waren, vroeg de vrouw: "Maar man, waar komt al die rijkdom vandaan?" - "Och," zei hij, "dat moet je niet vragen, ik mag het niet vertellen, en als iemand het te weten komt, is alles voorbij." - "Goed," zei ze, "als ik het niet weten mag, wil ik het niet weten ook." Maar dat meende ze niet; het liet haar niet met rust, nacht noch dag, en ze plaagde en treiterde haar man zolang, tot hij er ongeduldig uitflapte dat alles van een wonderlijke goudvis kwam, die hij gevangen had, maar weer vrijgelaten had. En toen hij het gezegd had, verdween onmiddellijk het mooie kasteel en ook de kast, en ze zaten weer in het oude vissershutje.
De man moest weer van voren af aan beginnen, zijn netten in orde maken en gaan vissen. Maar het geluk wilde, dat hij de gouden vis nog eens aan de haak sloeg. "Luister eens," zei de vis, "als je mij weer teruggooit, dan zal ik je het slot met de kast met gekookt en gebraden eten teruggeven, maar houd je nu goed en verraad van je leven niet hoe je eraan komt, want dan ben je het weer kwijt." - "Ik kijk wel uit," antwoordde de visser en gooide de vis weer in het water terug. Thuis was alles weer net zo prettig als tevoren en zijn vrouw was een en al vreugde over hun geluk. Maar toch liet de nieuwsgierigheid haar niet met rust en na een paar dagen begon ze weer te vragen, hoe het gebeurd was en hoe hij het had klaargespeeld. Een tijd lang zweeg de man; maar op een keer maakte ze hem boos, zodat hij de waarheid er uitflapte en zo het geheim verraadde. Op datzelfde ogenblik verdween het kasteel en zaten ze weer in de oude hut. "Daar heb je het nu," zei de man, "nu kunnen we weer op onze knokkels kluiven." - "Ach," zei de vrouw, "ik vind al die rijkdom vervelend; als ik niet weet waar die vandaan komt, heb ik toch geen rust."
En de man ging weer vissen. En na een poos, het kon zeker niet anders, ving hij de gouden vis voor de derde maal met zijn net. "Luister eens," zei de vis, "ik zie wel, dat ik aldoor weer in je handen moet vallen. Neem me nu maar mee naar huis. Dan moet je me in zes stukken snijden, twee stukken geef je aan je vrouw te eten, twee aan je paard, en begraaf er twee in de aarde, het zal je geluk brengen." De man nam de vis mee en deed wat hem gezegd was. En nu gebeurde het dat uit de twee stukken die hij begraven had, twee gouden lelies groeiden, en dat het paard twee gouden veulens kreeg, en de vrouw van de visser kreeg twee kinderen die helemaal van goud waren.
De kinderen groeiden op en werden groot en mooi, en de lelies en de paarden groeiden mee. Eindelijk zeiden zij: "Vader, we gaan op onze gouden paarden de wijde wereld intrekken." Maar hij antwoordde bedroefd: "Hoe moet ik dat uithouden, als jullie weggaan, en ik niet weet hoe het met jullie gaat?" Toen zeiden ze: "De twee gouden lelies blijven hier, aan hen kunt u zien hoe het met ons gaat: staan ze er fris bij, dan zijn we gezond, verwelken ze, dan zijn we ziek, vallen ze om, dan zijn we dood."
Ze reden weg en kwamen bij een herberg waar een heleboel mensen waren en toen ze die twee gouden jongens zagen, begonnen ze te lachen en te spotten. Toen de een dat spotten hoorde, schaamde hij zich en wilde de wijde wereld niet meer in. Hij keerde om en kwam weer terug bij zijn vader. Maar de ander reed verder en kwam bij een groot bos. Toen hij echter daarin wilde rijden, zeiden de mensen: "Dat gaat niet, je kunt daar niet doorheen, want dat bos zit vol rovers die je kwaad zullen doen. En vooral als ze zien dat je helemaal van goud bent, en je paard ook, zullen ze je doodslaan!" Maar hij liet zich niet afschrikken en zei: "Ik moet en ik zal erdoor." Hij nam een paar berenvellen en daar bedekte hij zichzelf en zijn paard mee, zodat er niets meer van het goud te zien was en hij reed rustig het bos in. Toen hij een eindje gereden had, hoorde hij geritsel in het bos en hoorde hij stemmen die met elkaar spraken. Aan de ene kant riepen zij: "Daar komt er één!" en van de andere kant: "Laat die maar lopen, die heeft een berenvel. Die is zo arm als een kerkrat, wat moeten we daarmee?" Zo reed het goudkind ongehinderd door het bos en er gebeurde niets met hem.
Op een dag kwam hij in een dorp waar hij een meisje zag dat zó mooi was, dat hij niet geloofde dat er op de wereld een kon zijn die nog mooier was dan zij. En omdat hij een grote liefde voor haar koesterde, ging hij naar haar toe en zei: "Ik hou van je van ganser harte. Wil je mijn vrouw worden?" En het meisje dacht er net zo over en zei: "Ja, ik wil je vrouw worden en je mijn leven lang trouw blijven." En toen vierden ze samen bruiloft en toen het feest op zijn hoogtepunt was, kwam juist de vader van de bruid thuis en toen hij zag dat het zijn dochter was die bruiloft vierde, vroeg hij verwonderd: "Waar is de bruidegom?" Ze wezen hem het goudkind aan, maar dat had toen nog zijn berenvel om. Toen sprak de vader boos: "Nooit zal een landloper mijn dochter hebben!" en hij wilde hem vermoorden. De bruid smeekte wat ze kon, en zei: "Hij is nu eenmaal mijn man en ik houd van hem," tot hij zich eindelijk liet vermurwen. Maar toch liet de gedachte hem niet met rust, en hij stond de volgende morgen vroeg op om te zien of de man van zijn dochter een ordinaire verlopen bedelaar was. Maar toen hij hem zag, zag hij een prachtige gouden man in bed liggen en de afgeworpen berenvellen lagen op de grond. Toen ging hij terug en dacht: "Het is maar goed, dat ik mijn woede in bedwang hield, want ik had bijna een grote misdaad begaan."
Maar het goudkind droomde echter dat hij op jacht was en op een prachtig hert jaagde, en de volgende morgen toen hij wakker werd zei hij tegen zijn jonge vrouw: "Vandaag wil ik jagen." Ze was bang, ze vroeg hem te blijven waar hij was en zei: "Een ongeluk zit in een klein hoekje," maar hij antwoordde: "Ik moet en ik zal." Hij stond op en trok naar het bos, en het duurde niet lang of een prachtig hert stond voor hem stil, juist zoals hij gedroomd had. Hij legde aan en wilde schieten, maar het hert sprong weg. Nu joeg hij het na, over greppels en door struikgewas, en de hele dag werd het niet moe, 's avonds verdween het hert voor zijn ogen. En toen het goudkind omkeek, stond hij bij een huisje, en daar zat een heks in. Hij klopte aan en een oud vrouwtje kwam naar buiten en zei: "Wat wilt u zo laat, en midden in zo'n groot bos?" Hij zei: "Heb je dan dat hert niet gezien?" - "Ja," antwoordde ze, "dat hert ken ik wel." En een hondje dat met haar mee het huis uit gekomen was, begon hevig tegen de man te blaffen. "Wil je stil zijn, klein mormel, anders schiet ik je dood!" zei hij. De heks zei woedend: "Wat, wil je mijn hondje doodmaken?" en ze veranderde hem direct in een steen en zo lag hij daar. En zijn jonge vrouw bleef tevergeefs op hem wachten en dacht: "Nu is er zeker gebeurd, waar ik zo bang voor was en wat mij zo bezwaarde."
Maar thuis stond de andere broer bij de gouden lelies, toen er opeens één viel. "Och!" riep hij, "nu is mijn broer een groot ongeluk overkomen, ik moet weg. Misschien kan ik hem nog redden." Toen zei de vader: "Blijf toch hier: als ik jou ook nog moet missen, wat moet ik dan beginnen?" Maar hij antwoordde: "Ik moet en ik zal." En hij wierp zich in het zadel op zijn gouden paard en hij reed zo snel hij kon en hij kwam in het grote bos, waar zijn stenen broer lag. De oude heks kwam uit haar huis, riep hem toe en wilde hem ook betoveren, maar hij zorgde, dat hij op een afstand bleef en zei: "Ik schiet jou dood, ouwe heks, als je mijn broer niet onmiddellijk weer levend maakt!" En met hoeveel tegenzin ze het ook deed, ze raakte de steen met haar vinger aan, en meteen keerde hij tot het menselijk leven terug. De twee goudkinderen waren dolblij toen zij elkaar weer zagen en ze kusten elkaar en reden samen het bos weer uit. En de ene ging naar zijn vrouw, en de ander naar huis naar zijn vader. Toen zei de vader: "Ik wist het al, dat je je broer had verlost, want de gouden lelie is ineens weer recht gaan staan en bloeit weer." Nu leefden ze verder heel gelukkig en het ging hun goed tot aan hun einde.