La flaca Elisa pensaba de modo muy distinto que el holgazán Enrique y la gorda Trini, a quienes no había modo de sacar de la cama. Se desvivía trabajando de la mañana a la noche, y obligaba también a trabajar a su marido, el larguirucho Lorenzo, de tal manera, que el pobre lo pasaba peor que un asno bajo la carga de tres sacos. Pero todo resultaba inútil; ni tenían nada ni conseguían prosperar lo más mínimo. Una noche, estando acostada y tan rendida que apenas podía menearse, los pensamientos no la dejaban conciliar el sueño. Despertó a su marido de un codazo en las costillas, y le dijo:
- Escucha, Lorenzo. ¿Sabes qué he pensado? Pues que si me encontrase un escudo y alguien me regalase otro, pediría prestado un tercero y tú me darías uno; y así, con los cuatro, compraría una vaca joven.
No le pareció mal la idea al hombre:
- Claro que - observó - no sé de dónde voy a sacar yo el escudo que tú quieres que te dé. De todos modos, si tuvieras el dinero y te bastase para comprar una vaca, obrarías santamente poniendo en práctica tu ocurrencia. Me encanta pensar - añadió - que la vaca pudiera tener una ternerita; al menos podría, de cuando en cuando, tomarme un vasito de leche.
- La leche no sería para ti - replicó la mujer -, pues la ternera habría de mamar para que engordara y pudiésemos venderla bien.
- Cierto - asintió el marido -; mas un poquitín de leche, bien podría tomármela; ningún mal habría en ello.
- ¿Y qué sabes tú de vacas? - replicó la mujer-. Haya o no mal en ello, no lo quiero, y por mucho que te emperres no probarás una gota de leche. ¡Grandullón, nunca estás harto! ¿Crees que voy a dejar que te tragues lo que tanto sacrificio me ha costado?
- Mujer - contestó Lorenzo -. Cállate o te arreo una bofetada.
- ¡Cómo! - exclamó ella -; ¡te atreves a amenazarme, glotón, pícaro, gandul! -, y trató de agarrarlo de los pelos; pero el larguirucho esposo se incorporó y, sujetando con una mano los desmirriados brazos de Elisa, con la otra le apretó la cabeza contra la almohada y la mantuvo así hasta que la mujer se cansó de echar pestes y se quedó dormida. Lo que ignoro es sí, al despertarse al día siguiente, continuó buscándole camorra o si se marchó en busca de los escudos que necesitaba.
- Escucha, Lorenzo. ¿Sabes qué he pensado? Pues que si me encontrase un escudo y alguien me regalase otro, pediría prestado un tercero y tú me darías uno; y así, con los cuatro, compraría una vaca joven.
No le pareció mal la idea al hombre:
- Claro que - observó - no sé de dónde voy a sacar yo el escudo que tú quieres que te dé. De todos modos, si tuvieras el dinero y te bastase para comprar una vaca, obrarías santamente poniendo en práctica tu ocurrencia. Me encanta pensar - añadió - que la vaca pudiera tener una ternerita; al menos podría, de cuando en cuando, tomarme un vasito de leche.
- La leche no sería para ti - replicó la mujer -, pues la ternera habría de mamar para que engordara y pudiésemos venderla bien.
- Cierto - asintió el marido -; mas un poquitín de leche, bien podría tomármela; ningún mal habría en ello.
- ¿Y qué sabes tú de vacas? - replicó la mujer-. Haya o no mal en ello, no lo quiero, y por mucho que te emperres no probarás una gota de leche. ¡Grandullón, nunca estás harto! ¿Crees que voy a dejar que te tragues lo que tanto sacrificio me ha costado?
- Mujer - contestó Lorenzo -. Cállate o te arreo una bofetada.
- ¡Cómo! - exclamó ella -; ¡te atreves a amenazarme, glotón, pícaro, gandul! -, y trató de agarrarlo de los pelos; pero el larguirucho esposo se incorporó y, sujetando con una mano los desmirriados brazos de Elisa, con la otra le apretó la cabeza contra la almohada y la mantuvo así hasta que la mujer se cansó de echar pestes y se quedó dormida. Lo que ignoro es sí, al despertarse al día siguiente, continuó buscándole camorra o si se marchó en busca de los escudos que necesitaba.
Ganz anders als der faule Heinz und die dicke Trine, die sich von nichts aus ihrer Ruhe bringen ließen, dachte die hagere Liese. Sie äscherte sich ab von Morgen bis Abend und lud ihrem Mann, dem langen Lenz, so viel Arbeit auf, daß er schwerer zu tragen hatte als ein Esel an drei Säcken. Es war aber alles umsonst, sie hatten nichts und kamen zu nichts. Eines Abends, als sie im Bette lag und vor Müdigkeit kaum ein Glied regen konnte, ließen sie die Gedanken doch nicht einschlafen. Sie stieß ihren Mann mit dem Ellenbogen in die Seite und sprach 'hörst du, Lenz, was ich gedache habe? wenn ich einen Gulden fände, und einer mir geschenkt würde, so wollte ich einen dazu borgen, und du solltest mir auch noch einen geben: sobald ich dann die vier Gulden beisammen hätte, so wollte ich eine junge Kuh kaufen.' Dem Mann gefiel das recht gut, 'ich weiß zwar nicht,' sprach er, 'woher ich den Gulden nehmen soll, den du von mir willst geschenkt haben, aber wenn du dennoch das Geld zusammenbringst, und du kannst dafür eine Kuh kaufen, so tust du wohl, wenn du dein Vorhaben ausführst.' 'Ich freue mich,' fügte er hinzu, 'wenn die Kuh ein Kälbchen bringt, so werde ich doch manchmal zu meiner Erquickung einen Trank Milch erhalten.' 'Die Milch ist nicht für dich,' sagte die Frau, 'wir lassen das Kalb saugen, damit es groß und fett wird, und wir es gut verkaufen können.' 'Freilich,' antwortete der Mann, 'aber ein wenig Milch nehmen wir doch, das schadet nichts.' 'Wer hat dich gelehrt mit Kühen umgehen?' sprach die Frau, 'es mag schaden oder nicht, ich will es nicht haben: und wenn du dich auf den Kopf stellst, du kriegst keinen Tropfen Milch. Du langer Lenz, weil du nicht zu ersättigen bist, meinst du, du wolltest verzehren, was ich mit Mühe erwerbe.' 'Frau,' sagte der Mann, 'sei still, oder ich hänge dir eine Maultasche an.' 'Was,' rief sie, 'du willst mir drohen, du Nimmersatt, du Strick, du fauler Heinz.' Sie wol lte ihm in die Haare fallen, aber der lange Lenz richtete sich auf, packte mit der einen Hand die dürren Arme der hagern Liese zusammen, mit der andern drückte er ihr den Kopf auf das Kissen, ließ sie schimpfen und hielt sie so lange, bis sie vor großer Müdigkeit eingeschlafen war. Ob sie am andern Morgen beim Erwachen fortfuhr zu zanken, oder ob sie ausging, den Gulden zu suchen, den sie finden wollte, das weiß ich nicht.