Tembellikten yerinden bile kıpırdamayan Heinz'la şişko Trine gibi düşünmüyordu Sıska Liese. Sabahtan akşama kadar yan gelip yatıyor ve üç çuval taşıyan eşeğin yapabileceği işi kocasına yüklüyordu. Ama bu da bir işe yaramıyordu. Ellerinde hiçbir şey yoktu; hiçbir şey de kazanamadılar.
O akşam yatağa yattığında, yorgunluktan elini ayağını oynatamazken uyuyamadı: aklına bir şey takılmıştı!
Kocasına bir dirsek atarak, "Dinle, Uzun Lenz" dedi. "Ne düşündüm, biliyor musun? Sokakta 1 gulden bulursam, 1 gulden de biri bana hediye ederse, 1 gulden de ben borçlanırım ve sen de 1 gulden verdin mi, eder 4 gulden; bununla bir inek satın alırım."
Bu fikir adamın çok hoşuna gitti. "Sana hediye etmemi istediğin 1 guldeni nerden bulurum bilmiyorum, ama 4 guldeni bir araya getirip bir inek satın alırsan, niyetin ne, bilmiyorum" dedi kocası. "Ama buna sevindim. İnek bir dana doğurursa, ara sıra susadığımda ben de sütünden içerim" diye ekledi.
"O süt senin için değil" dedi karısı. "Danayı sağdırırız ki, büyüsün ve yağlansın; sonra da sütünü iyi paraya satarız."
"Elbette" diye cevap verdi kocası. "Ama kendimize de birazcık süt alırız, bunun bir zararı olmaz."
"Sen inekten ne anlarsın ki? Zararı olsa da, olmasa da ben istemiyorum işte! Yer yerinden oynasa, bir damla bile süt vermem sana. Bana bak Uzun Lenz! Senin karnın doymak bilmez zaten. Ben o kadar çalışacağım, sen hepsini yiyip içeceksin! Yok öyle!"
"Hanım! Kapa çeneni yoksa bir tane çakarım ha" dedi adam.
"Nee? Beni tehdit mi ediyorsun yani? Hadi ordan asma sırığı" diye bağıran kadın, kocasının saçlarına saldırdı, ama adam yatağında doğrularak bir eliyle Sıska Liese'nin kolunu yakalarken öbür eliyle başını yastığa bastırdı ve kadını bağırmaya bıraktı, ta ki Liese yorgunluktan bitkin düşüp uyuyuncaya kadar.
Kadın ertesi sabah tartışmayı sürdürdü mü, sokağa çıkıp gulden aradı mı, aradıysa buldu mu... bilmiyorum!
La flaca Elisa pensaba de modo muy distinto que el holgazán Enrique y la gorda Trini, a quienes no había modo de sacar de la cama. Se desvivía trabajando de la mañana a la noche, y obligaba también a trabajar a su marido, el larguirucho Lorenzo, de tal manera, que el pobre lo pasaba peor que un asno bajo la carga de tres sacos. Pero todo resultaba inútil; ni tenían nada ni conseguían prosperar lo más mínimo. Una noche, estando acostada y tan rendida que apenas podía menearse, los pensamientos no la dejaban conciliar el sueño. Despertó a su marido de un codazo en las costillas, y le dijo:
- Escucha, Lorenzo. ¿Sabes qué he pensado? Pues que si me encontrase un escudo y alguien me regalase otro, pediría prestado un tercero y tú me darías uno; y así, con los cuatro, compraría una vaca joven.
No le pareció mal la idea al hombre:
- Claro que - observó - no sé de dónde voy a sacar yo el escudo que tú quieres que te dé. De todos modos, si tuvieras el dinero y te bastase para comprar una vaca, obrarías santamente poniendo en práctica tu ocurrencia. Me encanta pensar - añadió - que la vaca pudiera tener una ternerita; al menos podría, de cuando en cuando, tomarme un vasito de leche.
- La leche no sería para ti - replicó la mujer -, pues la ternera habría de mamar para que engordara y pudiésemos venderla bien.
- Cierto - asintió el marido -; mas un poquitín de leche, bien podría tomármela; ningún mal habría en ello.
- ¿Y qué sabes tú de vacas? - replicó la mujer-. Haya o no mal en ello, no lo quiero, y por mucho que te emperres no probarás una gota de leche. ¡Grandullón, nunca estás harto! ¿Crees que voy a dejar que te tragues lo que tanto sacrificio me ha costado?
- Mujer - contestó Lorenzo -. Cállate o te arreo una bofetada.
- ¡Cómo! - exclamó ella -; ¡te atreves a amenazarme, glotón, pícaro, gandul! -, y trató de agarrarlo de los pelos; pero el larguirucho esposo se incorporó y, sujetando con una mano los desmirriados brazos de Elisa, con la otra le apretó la cabeza contra la almohada y la mantuvo así hasta que la mujer se cansó de echar pestes y se quedó dormida. Lo que ignoro es sí, al despertarse al día siguiente, continuó buscándole camorra o si se marchó en busca de los escudos que necesitaba.
- Escucha, Lorenzo. ¿Sabes qué he pensado? Pues que si me encontrase un escudo y alguien me regalase otro, pediría prestado un tercero y tú me darías uno; y así, con los cuatro, compraría una vaca joven.
No le pareció mal la idea al hombre:
- Claro que - observó - no sé de dónde voy a sacar yo el escudo que tú quieres que te dé. De todos modos, si tuvieras el dinero y te bastase para comprar una vaca, obrarías santamente poniendo en práctica tu ocurrencia. Me encanta pensar - añadió - que la vaca pudiera tener una ternerita; al menos podría, de cuando en cuando, tomarme un vasito de leche.
- La leche no sería para ti - replicó la mujer -, pues la ternera habría de mamar para que engordara y pudiésemos venderla bien.
- Cierto - asintió el marido -; mas un poquitín de leche, bien podría tomármela; ningún mal habría en ello.
- ¿Y qué sabes tú de vacas? - replicó la mujer-. Haya o no mal en ello, no lo quiero, y por mucho que te emperres no probarás una gota de leche. ¡Grandullón, nunca estás harto! ¿Crees que voy a dejar que te tragues lo que tanto sacrificio me ha costado?
- Mujer - contestó Lorenzo -. Cállate o te arreo una bofetada.
- ¡Cómo! - exclamó ella -; ¡te atreves a amenazarme, glotón, pícaro, gandul! -, y trató de agarrarlo de los pelos; pero el larguirucho esposo se incorporó y, sujetando con una mano los desmirriados brazos de Elisa, con la otra le apretó la cabeza contra la almohada y la mantuvo así hasta que la mujer se cansó de echar pestes y se quedó dormida. Lo que ignoro es sí, al despertarse al día siguiente, continuó buscándole camorra o si se marchó en busca de los escudos que necesitaba.