Érase una vez un rey, cuyo hijo aspiraba a casarse con la hija de otro poderoso monarca. La doncella se llamaba Maleen y era de maravillosa hermosura. Sin embargo, le fue negada su mano, pues su padre la destinaba a otro pretendiente. Como los dos se amaban de todo corazón y no querían separarse, dijo Maleen a su padre:
- No aceptaré por esposo a nadie sino a él.
Enfurecido el padre, mandó construir una tenebrosa torre, en la que no penetrase un solo rayo de sol ni de luna, y, cuando estuvo terminada, le dijo:
- Te pasarás encerrada aquí siete años; al término de ellos, vendré a ver si se ha quebrado tu terquedad.
Llevaron a la torre comida y bebida para los siete años, y luego fueron conducidas a ella la princesa y su camarera, y amurallaron la entrada, dejándolas aisladas del cielo y la tierra. En plenas tinieblas, no sabían ya cuándo era de día o de noche. El príncipe rodeaba con gran frecuencia la prisión, llamando en alta voz a su amada, pero sus gritos no podían atravesar los espesos muros. ¿Qué otra cosa podían hacer las cuitadas sino quejarse y lamentarse? De este modo fue discurriendo el tiempo, y, por la disminución de sus provisiones, pudieron darse cuenta de que se acercaba el fin de los siete años. Pensaban que había llegado el momento de su liberación; pero no se oía ni un martillazo, ni caía una piedra de los muros; parecía como si su padre la hubiese olvidado. Cuando ya les quedaban poquísimas provisiones y preveían una muerte angustiosa, dijo la doncella Maleen:
- Hemos de hacer un último intento y ver si conseguimos perforar la muralla.
Cogiendo el cuchillo del pan, púsose a hurgar y agujerear el mortero de una piedra, y, cuando se sintió fatigada, relevóla la camarera. Tras prolongado trabajo lograron sacar una piedra, luego una segunda y una tercera, y, al cabo de tres días, el primer rayo de luz vino a rasgar las tinieblas. Finalmente, la abertura fue lo bastante grande para permitirles asomarse y mirar al exterior. El cielo estaba sereno, y soplaba una fresca y reconfortante brisa; pero, ¡qué triste aparecía todo en derredor! El palacio paterno era un montón de ruinas; la ciudad y los pueblos circundantes, hasta donde alcanzaba la mirada, aparecían incendiados; los campos, asolados, y no se veía un alma viviente. Cuando el boquete fue lo suficientemente ancho para que pudiesen deslizarse por él, saltó, en primer lugar, la camarera, y luego, la princesa Maleen. Pero, ¿adónde ir? El enemigo había destruido todo el reino, expulsado al Rey y pasado a cuchillo a los habitantes. Pusiéronse en camino en busca de otro país, a la ventura; pero en ninguna parte encontraban refugio ni persona alguna que les diese un pedazo de pan; y, así, su necesidad llegó a tal extremo, que hubieron de calmar el hambre comiendo ortigas. Cuando, al cabo de larga peregrinación, llegaron a otro país, ofrecieron en todas partes sus servicios, pero siempre se vieron rechazadas, sin que nadie se compadeciera de ellas. Al fin llegaron a una gran ciudad, y se dirigieron al palacio real. Tampoco allí las querían, hasta que el cocinero las admitió en la cocina como fregonas.
Y resultó que el hijo del Rey del país donde había ido a parar, era precisamente el enamorado de la doncella Maleen. Su padre le había destinado otra novia, tan fea de cara como perversa de corazón. Estaba fijado el día de la boda, y la prometida había llegado ya. Sabedora, empero, de su extrema fealdad, se mantenía alejada de todo el mundo, encerrada en su aposento, y la doncella Maleen le servía la comida. Al llegar el día en que hubo de presentarse en la iglesia con su novio, avergonzóse de su fealdad y temiendo que, si se exhibía en la calle, la gente se burlaría de ella, dijo a Maleen:
- Te deparo una gran suerte. Me he dislocado un pie y no puedo andar bien por la calle; así, tu te pondrás mis vestidos y ocuparás mi lugar. Jamás pudiste esperar tal honor.
Pero la doncella se negó, diciendo:
- No quiero honores que no me correspondan.
Fue también inútil que le ofreciese dinero; hasta que, al fin, le dijo, iracunda:
- Si no me obedeces, te costará la vida. Sólo he de pronunciar una palabra, y caerá tu cabeza.
Y, así, la princesa no tuvo más remedio que ceder y ponerse los magníficos vestidos y atavíos de la novia.
Al presentarse en el salón real, todos los presentes se asombraron de su hermosura, y el Rey dijo a su hijo:
- Ésta es la prometida que he elegido para ti y que has de llevar a la iglesia.
Sorprendióse el novio, pensando: "Se parece a mi princesa Maleen. Diría que es ella misma. Mas no puede ser. Habrá muerto o continuará encerrada en la torre".
Tomándola de la mano, la condujo a la iglesia y, encontrando en el camino una mata de ortigas, dijo ella:
- No aceptaré por esposo a nadie sino a él.
Enfurecido el padre, mandó construir una tenebrosa torre, en la que no penetrase un solo rayo de sol ni de luna, y, cuando estuvo terminada, le dijo:
- Te pasarás encerrada aquí siete años; al término de ellos, vendré a ver si se ha quebrado tu terquedad.
Llevaron a la torre comida y bebida para los siete años, y luego fueron conducidas a ella la princesa y su camarera, y amurallaron la entrada, dejándolas aisladas del cielo y la tierra. En plenas tinieblas, no sabían ya cuándo era de día o de noche. El príncipe rodeaba con gran frecuencia la prisión, llamando en alta voz a su amada, pero sus gritos no podían atravesar los espesos muros. ¿Qué otra cosa podían hacer las cuitadas sino quejarse y lamentarse? De este modo fue discurriendo el tiempo, y, por la disminución de sus provisiones, pudieron darse cuenta de que se acercaba el fin de los siete años. Pensaban que había llegado el momento de su liberación; pero no se oía ni un martillazo, ni caía una piedra de los muros; parecía como si su padre la hubiese olvidado. Cuando ya les quedaban poquísimas provisiones y preveían una muerte angustiosa, dijo la doncella Maleen:
- Hemos de hacer un último intento y ver si conseguimos perforar la muralla.
Cogiendo el cuchillo del pan, púsose a hurgar y agujerear el mortero de una piedra, y, cuando se sintió fatigada, relevóla la camarera. Tras prolongado trabajo lograron sacar una piedra, luego una segunda y una tercera, y, al cabo de tres días, el primer rayo de luz vino a rasgar las tinieblas. Finalmente, la abertura fue lo bastante grande para permitirles asomarse y mirar al exterior. El cielo estaba sereno, y soplaba una fresca y reconfortante brisa; pero, ¡qué triste aparecía todo en derredor! El palacio paterno era un montón de ruinas; la ciudad y los pueblos circundantes, hasta donde alcanzaba la mirada, aparecían incendiados; los campos, asolados, y no se veía un alma viviente. Cuando el boquete fue lo suficientemente ancho para que pudiesen deslizarse por él, saltó, en primer lugar, la camarera, y luego, la princesa Maleen. Pero, ¿adónde ir? El enemigo había destruido todo el reino, expulsado al Rey y pasado a cuchillo a los habitantes. Pusiéronse en camino en busca de otro país, a la ventura; pero en ninguna parte encontraban refugio ni persona alguna que les diese un pedazo de pan; y, así, su necesidad llegó a tal extremo, que hubieron de calmar el hambre comiendo ortigas. Cuando, al cabo de larga peregrinación, llegaron a otro país, ofrecieron en todas partes sus servicios, pero siempre se vieron rechazadas, sin que nadie se compadeciera de ellas. Al fin llegaron a una gran ciudad, y se dirigieron al palacio real. Tampoco allí las querían, hasta que el cocinero las admitió en la cocina como fregonas.
Y resultó que el hijo del Rey del país donde había ido a parar, era precisamente el enamorado de la doncella Maleen. Su padre le había destinado otra novia, tan fea de cara como perversa de corazón. Estaba fijado el día de la boda, y la prometida había llegado ya. Sabedora, empero, de su extrema fealdad, se mantenía alejada de todo el mundo, encerrada en su aposento, y la doncella Maleen le servía la comida. Al llegar el día en que hubo de presentarse en la iglesia con su novio, avergonzóse de su fealdad y temiendo que, si se exhibía en la calle, la gente se burlaría de ella, dijo a Maleen:
- Te deparo una gran suerte. Me he dislocado un pie y no puedo andar bien por la calle; así, tu te pondrás mis vestidos y ocuparás mi lugar. Jamás pudiste esperar tal honor.
Pero la doncella se negó, diciendo:
- No quiero honores que no me correspondan.
Fue también inútil que le ofreciese dinero; hasta que, al fin, le dijo, iracunda:
- Si no me obedeces, te costará la vida. Sólo he de pronunciar una palabra, y caerá tu cabeza.
Y, así, la princesa no tuvo más remedio que ceder y ponerse los magníficos vestidos y atavíos de la novia.
Al presentarse en el salón real, todos los presentes se asombraron de su hermosura, y el Rey dijo a su hijo:
- Ésta es la prometida que he elegido para ti y que has de llevar a la iglesia.
Sorprendióse el novio, pensando: "Se parece a mi princesa Maleen. Diría que es ella misma. Mas no puede ser. Habrá muerto o continuará encerrada en la torre".
Tomándola de la mano, la condujo a la iglesia y, encontrando en el camino una mata de ortigas, dijo ella:
"Mata de ortigas.
mata de ortigas pequeñita,
¿qué haces tan solita?
Cuántas veces te comí,
sin cocerte ni salarte,
¡desdichada de mí!".
mata de ortigas pequeñita,
¿qué haces tan solita?
Cuántas veces te comí,
sin cocerte ni salarte,
¡desdichada de mí!".
- ¿Qué dices? -preguntó el príncipe.
- Nada -respondió ella-, sólo pensaba en la doncella Maleen.
Admiróse él al ver que la conocía, pero no replicó. Al subir los peldaños de la iglesia, dijo ella:
- Nada -respondió ella-, sólo pensaba en la doncella Maleen.
Admiróse él al ver que la conocía, pero no replicó. Al subir los peldaños de la iglesia, dijo ella:
"Escalón del templo, no te rompas,
yo no soy la novia verdadera".
yo no soy la novia verdadera".
- ¿Qué estás diciendo?- preguntó otra vez el príncipe.
-Nada -respondió la muchacha-; sólo pensaba en la doncella Maleen.
- ¿Acaso conoces a la doncella Maleen?
- No -repuso ella-. ¿Cómo iba a conocerla? Pero he oído hablar de ella.
Y, al entrar en la iglesia, volvió a decir:
-Nada -respondió la muchacha-; sólo pensaba en la doncella Maleen.
- ¿Acaso conoces a la doncella Maleen?
- No -repuso ella-. ¿Cómo iba a conocerla? Pero he oído hablar de ella.
Y, al entrar en la iglesia, volvió a decir:
"Puerta del templo, no te quiebres,
yo no soy la novia verdadera".
yo no soy la novia verdadera".
- ¿Qué es lo que dices? -inquirió él.
- ¡Ay! -replicó la princesa-. Sólo pensaba en la doncella Maleen.
Entonces el príncipe sacó una joya preciosa, se la puso en el cuello y cerró el broche. Entraron en el templo y, ante el altar, el sacerdote unió sus manos y los casó. Luego, él la acompañó de nuevo a palacio, sin que la novia pronunciase una palabra en todo el camino. Ya de regreso, corrió ella al aposento de la prometida y se quitó los vestidos y preciosos adornos, poniéndose su pobre blusa gris y conservando sólo, alrededor del cuello, la joya que recibiera del príncipe.
Al llegar la noche y, con ella, la hora de ser conducida la novia a la habitación del príncipe, cubrióse el rostro con el velo, para que él no se diera cuenta del engaño. En cuanto se quedaron solos, preguntó el esposo:
- ¿Qué le dijiste a la mata de ortigas que encontramos en el camino?
- ¿Qué mata de ortigas? -replicó ella-. Yo no hablo con ortigas.
- Pues si no lo hiciste, es que no eres la novia verdadera repuso él.
La prometida procuró salir de apuros diciendo:
- ¡Ay! -replicó la princesa-. Sólo pensaba en la doncella Maleen.
Entonces el príncipe sacó una joya preciosa, se la puso en el cuello y cerró el broche. Entraron en el templo y, ante el altar, el sacerdote unió sus manos y los casó. Luego, él la acompañó de nuevo a palacio, sin que la novia pronunciase una palabra en todo el camino. Ya de regreso, corrió ella al aposento de la prometida y se quitó los vestidos y preciosos adornos, poniéndose su pobre blusa gris y conservando sólo, alrededor del cuello, la joya que recibiera del príncipe.
Al llegar la noche y, con ella, la hora de ser conducida la novia a la habitación del príncipe, cubrióse el rostro con el velo, para que él no se diera cuenta del engaño. En cuanto se quedaron solos, preguntó el esposo:
- ¿Qué le dijiste a la mata de ortigas que encontramos en el camino?
- ¿Qué mata de ortigas? -replicó ella-. Yo no hablo con ortigas.
- Pues si no lo hiciste, es que no eres la novia verdadera repuso él.
La prometida procuró salir de apuros diciendo:
"Preguntaré a mi criada,
que de todo está enterada".
que de todo está enterada".
Salió y, encarándose ásperamente con la doncella Maleen, le preguntó:
- Desvergonzada, ¿qué le dijiste a la mata de ortigas?
- Sólo le dije:
- Desvergonzada, ¿qué le dijiste a la mata de ortigas?
- Sólo le dije:
"Mata de ortigas,
mata de ortigas pequeñita,
¿qué haces tan solita?
Cuántas veces te comí,
sin cocerte ni salarte,
¡desdichada de mí!".
mata de ortigas pequeñita,
¿qué haces tan solita?
Cuántas veces te comí,
sin cocerte ni salarte,
¡desdichada de mí!".
La prometida entró nuevamente en el aposento y dijo:
- Ya sé lo que le dije a la mata de ortigas -y repitió las palabras que acababa de oír.
- Pero, ¿qué dijiste al peldaño de la iglesia, al subir la escalinata? -preguntó el príncipe.
- ¿Al peldaño? -replicó ella-. Yo no hablo a los peldaños.
- Entonces, tú no eres la novia verdadera.
Repitió ella:
- Ya sé lo que le dije a la mata de ortigas -y repitió las palabras que acababa de oír.
- Pero, ¿qué dijiste al peldaño de la iglesia, al subir la escalinata? -preguntó el príncipe.
- ¿Al peldaño? -replicó ella-. Yo no hablo a los peldaños.
- Entonces, tú no eres la novia verdadera.
Repitió ella:
"Preguntaré a mi criada,
que de todo está enterada".
que de todo está enterada".
y, saliendo rápidamente, increpó de nuevo a la doncella:
- Desvergonzada, ¿qué le dijiste al peldaño de la iglesia?
- Sólo esto:
- Desvergonzada, ¿qué le dijiste al peldaño de la iglesia?
- Sólo esto:
"Escalón del templo, no te rompas,
yo no soy la novia verdadera".
yo no soy la novia verdadera".
- ¡Esto va a costarte la vida! -gritó la novia, y, corriendo a la habitación, manifestó:
- Ya sé lo que le dije al escalón -y repitió las palabras.
- Pero, ¿qué le dijiste a la puerta de la iglesia?
- ¿A la puerta de la iglesia? -replicó ella-. Yo no hablo con las puertas de las iglesias.
- Entonces tú no eres la novia verdadera.
Salió ella y preguntó furiosa a la doncella Maleen:
- Desvergonzada, ¿qué dijiste a la puerta de la iglesia?
- Sólo esto:
- Ya sé lo que le dije al escalón -y repitió las palabras.
- Pero, ¿qué le dijiste a la puerta de la iglesia?
- ¿A la puerta de la iglesia? -replicó ella-. Yo no hablo con las puertas de las iglesias.
- Entonces tú no eres la novia verdadera.
Salió ella y preguntó furiosa a la doncella Maleen:
- Desvergonzada, ¿qué dijiste a la puerta de la iglesia?
- Sólo esto:
"Puerta del templo, no te quiebres,
yo no soy la novia verdadera".
yo no soy la novia verdadera".
- ¡Lo pagarás con la cabeza! -exclamó la novia, fuera de sí por la rabia; y, corriendo al aposento, dijo:
- Ya sé lo que dije a la puerta de la iglesia -y repitió las palabras de la princesa.
- Pero, ¿dónde tienes la alhaja que te di en la puerta de la iglesia?
- ¿Qué alhaja? -preguntó ella-. No me diste ninguna.
- Yo mismo te la puse en el cuello; si no lo sabes, es que no eres la novia verdadera.
Apartóle el velo del rostro y al ver su extrema fealdad, retrocediendo asustado exclamó:
- ¿Cómo has venido aquí? ¿Quién eres?
- Soy tu prometida, y he tenido miedo de que la gente se burlase de mí si me presentaba en público, y mandé a la fregona que se pusiera mis vestidos y fuese a la iglesia en mi lugar.
- ¿Y dónde está esa muchacha? -dijo él-. Quiero verla. ¡Ve a buscarla!
Salió ella y dijo a los criados que la fregona era una embustera, y les dio orden de que la bajasen al patio y le cortasen la cabeza. Sujetáronla los criados, y ya se disponían a llevársela, cuando ella prorrumpió en gritos de auxilio, y el príncipe, oyéndolos, salió de su habitación y ordenó que la dejasen en libertad. Trajeron luces, y el príncipe vio que llevaba en el cuello el collar que le había dado en la puerta de la iglesia.
- Tú eres la auténtica novia -exclamó-, la que estuviste conmigo en la iglesia. Ven a mi cuarto.
Y, cuando estuvieron solos, le dijo:
- En la entrada de la iglesia pronunciaste el nombre de la doncella Maleen, que fue mi amada y prometida. Si lo creyera posible, diría que la tengo ante mí, pues tú te pareces a ella en todo.
Respondió ella:
- Yo soy la doncella Maleen, que por ti vivió siete años encerrada en una mazmorra tenebrosa; por ti he sufrido hambre y sed, y he vivido hasta ahora pobre y miserable; pero hoy vuelve a brillar el sol para mí. Contigo me han unido en la iglesia, y soy tu legítima esposa.
Y se besaron y fueron ya felices todo el resto de su vida. La falsa novia fue decapitada en castigo de su maldad.
La torre que había servido de prisión a la doncella Maleen permaneció en pie mucho tiempo todavía, y, cuando los niños pasaban por delante de ella, cantaban:
- Ya sé lo que dije a la puerta de la iglesia -y repitió las palabras de la princesa.
- Pero, ¿dónde tienes la alhaja que te di en la puerta de la iglesia?
- ¿Qué alhaja? -preguntó ella-. No me diste ninguna.
- Yo mismo te la puse en el cuello; si no lo sabes, es que no eres la novia verdadera.
Apartóle el velo del rostro y al ver su extrema fealdad, retrocediendo asustado exclamó:
- ¿Cómo has venido aquí? ¿Quién eres?
- Soy tu prometida, y he tenido miedo de que la gente se burlase de mí si me presentaba en público, y mandé a la fregona que se pusiera mis vestidos y fuese a la iglesia en mi lugar.
- ¿Y dónde está esa muchacha? -dijo él-. Quiero verla. ¡Ve a buscarla!
Salió ella y dijo a los criados que la fregona era una embustera, y les dio orden de que la bajasen al patio y le cortasen la cabeza. Sujetáronla los criados, y ya se disponían a llevársela, cuando ella prorrumpió en gritos de auxilio, y el príncipe, oyéndolos, salió de su habitación y ordenó que la dejasen en libertad. Trajeron luces, y el príncipe vio que llevaba en el cuello el collar que le había dado en la puerta de la iglesia.
- Tú eres la auténtica novia -exclamó-, la que estuviste conmigo en la iglesia. Ven a mi cuarto.
Y, cuando estuvieron solos, le dijo:
- En la entrada de la iglesia pronunciaste el nombre de la doncella Maleen, que fue mi amada y prometida. Si lo creyera posible, diría que la tengo ante mí, pues tú te pareces a ella en todo.
Respondió ella:
- Yo soy la doncella Maleen, que por ti vivió siete años encerrada en una mazmorra tenebrosa; por ti he sufrido hambre y sed, y he vivido hasta ahora pobre y miserable; pero hoy vuelve a brillar el sol para mí. Contigo me han unido en la iglesia, y soy tu legítima esposa.
Y se besaron y fueron ya felices todo el resto de su vida. La falsa novia fue decapitada en castigo de su maldad.
La torre que había servido de prisión a la doncella Maleen permaneció en pie mucho tiempo todavía, y, cuando los niños pasaban por delante de ella, cantaban:
"Cling, clang, corre.
¿Quién hay en esa torre?
Pues hay una princesa
encerrada y presa.
No ceden sus muros,
recios son y duros.
Juanillo colorado,
no me has alcanzado".
¿Quién hay en esa torre?
Pues hay una princesa
encerrada y presa.
No ceden sus muros,
recios son y duros.
Juanillo colorado,
no me has alcanzado".
Pewien królewicz starał się o rękę pięknej córki możnego króla, zwanej dziewicą Maleną. Ale ojciec jej przyobiecał ją innemu królewiczowi, więc odmówił nowemu zalotnikowi. Że jednak dziewica Malena serdecznie kochała królewicza, przeto oświadczyła ojcu:
- Nie chcę i nie mogę mieć innego męża, tylko tego jednego.
Król popadł w wielki gniew i kazał zbudować kamienną wieżę, do której nie przenikał ani promyk słońca, ani księżyca. Gdy wieża była gotowa, rzekł król do córki:
- W tej wieży będziesz zamknięta przez siedem lat, a potem zobaczymy, czy upór twój nie osłabnie!
Zniesiono do wieży tyle żywności, ile trzeba było dla dwóch osób na siedem lat, po czym wprowadzono tam dziewicę Malenę i jej służebną i zamurowano wejście do wieży.
Siedziały tak obie w ciemnościach nie wiedząc, czy jest dzień, czy noc. Królewicz często stawał pod wieżą i wołał ukochaną swoją po imieniu, ale przez grube mury nie przenikał głos. Cóż mogły uczynić biedne, jak nie płakać tylko i lamentować!
Tymczasem lata biegły, a uwięzione dziewice po ubywaniu jedzenia poznały, że siedem lat dobiega końca. Sądziły, że nadeszła już chwila ich wyzwolenia, głos młotów nie rozlegał się jednak, a kamienne mury trwały niewzruszone. Zdawało się, że ojciec zapomniał o nich.
Gdy zapasy żywności były już na wyczerpaniu i zrozpaczone dziewice ujrzały przed sobą widno niedalekiej śmierci głodowej, rzekła dziewica Malena:
- Musimy podjąć ostatnią próbę, czy nie uda nam się wyłamać muirów.
Wzięła nóż od chleba i poczęła wiercić nim dziurę w miejscu spojenia dwóch kamieni. Kiedy opadło ją zmęczenie, służebna zastępowała ją w pracy. Po kilku dniach udało im się wyjąć jeden kamień, potem drugi i trzeci, a po kilku następnych dniach do ciemnicy ich przeniknęły pierwsze promienie światła. Wreszcie otwór był już tak duży, że mogły przezeń wyjrzeć. Niebo było błękitne, a wprost na nich wiał miły wiaterek, ale wszystko dokoła było ponure i ciche: zamek królewski leżał w gruzach, wsie i miasta jak okiem sięgnąć, były popalone, pola zniszczone, nigdzie nie było widać śladu życia.
Kiedy otwór w murze był dość wielki, aby się przezeń przedostać, wyskoczyła najpierw służebna, a potem dziewica Malena. Ale gdzież miały skierować swe kroki? Wrogowie napadli państwo, zburzyli je, króla wygnali, a ludność wybili. Powędrowały więc biedne dziewice w świat, szukając innego królestwa, gdzie by mogły znaleźć przytułek, ale nigdzie nie chciano ich przyjąć, ani dać im kawałka chleba, a nędzę cierpiały tak wielką, że żywić się musiały liśćmi pokrzywy.
Gdy po długiej wędrówce przybyły do innego królestwa, prosiły wszędzie, aby je przyjęto do służby, ale wszyscy zamykali przed nimi drzwi, nikt nie chciał się nad nimi ulitować.
Wreszcie przybyły do pewnego wielkiego miasta i udały się na dwór królewski. Ale i tu odprawiono je z niczym, aż wreszcie kucharz zlitował się nad nimi i pozwolił im zostać w kuchni za posługaczki.
Syn króla, w którego państwie się znajdowały, był właśnie owym królewiczem, którego kochała dziewica Malena. Ojciec przeznaczył mu inną narzeczoną, która była brzydka i zła. Ustalono już dzień ślubu i narzeczona przybyła do zamku, ale z powodu swej brzydoty nie chciała, aby ją widział ktokolwiek, zamknęła się więc w swym pokoju, a dziewica Malena musiała przynosić jej jedzenie z kuchni.
Gdy nadszedł dzień, kiedy narzeczeni mieli pojechać do kościoła, panna młoda wstydziła się pokazać na ulicy, w obawie, że będzie wyśmiana i wydrwiona.
Rzekła więc do dziewicy Maleny:
- Sądzone ci jest wielkie szczęście. Zwichnęłam sobie nogę i nie mogę chodzić. Ty więc wdziejesz moje szaty weselne i pójdziesz zamiast mnie do kościoła. WIększy zaszczyt nie mógłby cię spotkać.
Ale dziewica Malena odmówiła jej i rzekła:
- Nie pragnę zaszczytu, który mi się nie należy.
Na próżno panna młoda dawała jej pieniądze, dziewica Malena odmawiała ciągle. Wreszcie brzydka królewna zawołała z gniewu:
- Jeśli mnie nie usłuchasz, będzie cię to kosztowało życie. Wystarczy mego słowa, a utną ci głowę.
Musiała więc dziewica Malena usłuchać i włożyć suknie oraz klejnoty panny młodej.
Kiedy weszła na salę, wszyscy zdumieli się jej pięknością, a król rzekł do syna:
- Oto narzeczona, którą ci wybrałem i którą masz poprowadzić do kościoła.
Królewicz zdziwił się i pomyślał:
- Jest ona tak podobna do mojej ukochanej, że gdybym nie wiedział, iż dziewica Malena zamknięta jest w wieży albo może nie żyje już, przypuściłbym, że to ona.
Ujął ją za rękę i poprowadził do kościoła. Gdy przechodzili obok krzaczka pokrzywy, dziewica Malena rzekła:
Pokrzyweczko,
Pokrzyweczko maleńka,
Czemu stoisz samiuteńka?
Tyś mnie niegdyś karmiła,
Jam listkami się żywiła
Twoimi,
Listkami surowymi!
Pokrzyweczko maleńka,
Czemu stoisz samiuteńka?
Tyś mnie niegdyś karmiła,
Jam listkami się żywiła
Twoimi,
Listkami surowymi!
- Co mówisz? - zapytał królewicz.
- Nic - odparła. - Pomyślałam tylko o dziewicy Malenie.
Królewicz zdziwił się, że wiedziała o niej, ale milczał. Kiedy weszli na kładkę, rzekła dziewica malena:
Nie złam się, kładko! Szkoda, szkoda,
Jam nieprawdziwa panna młoda!
Jam nieprawdziwa panna młoda!
- Co mówisz? - zapytał królewicz.
- Nic - odparła. - Pomyślałam tylko o dziewicy Malenie.
- A czy ty znasz dziewicę Malenę? - zapytał królewicz.
- Nie - odparła. - Jakżebym ją mogła znać? Słyszałam tylko o niej.
Kiedy zaś podchodzili do drzwi kościelnych, rzekła:
Nie złamcie się, drzwi! Szkoda, szkoda,
Jam nieprawdziwa panna młoda!
Jam nieprawdziwa panna młoda!
- Co mówisz? - zapytał królewicz.
- Nic - odparła. - Pomyślałam tylko o dziewicy Malenie.
Wówczas królewicz wydobył drogocenny łańcuch i włożył go jej na szyję. Po czym weszli do kościoła, a kapłan związał przy ołtarzu ich dłonie i pobłogosławił ich. Królewicz powiódł pannę młodą z powrotem, ale ta przez całą drogę nie odezwała się ani słowem.
Kiedy przybyli znowu do zamku, pobiegła dziewica Malena do pokoju narzeczonej i zdjęła wspaniałe szaty i klejnoty, a wdziała swą szarą sukienkę. Ale łańcuch, który podarował jej narzeczony, zatrzymała sobie.
Kiedy nastał wieczór i miano zaprowadzić narzeczoną do komnaty królewicza, opuściła ona na twarz zasłonę, aby młody małżonek nie spostrzegł podstępu.
Gdy tylko ludzie odeszli, rzekł królewicz do swojej małżonki:
- Co mówiłaś dziś do pokrzywy, stojącej przy ścieżce?
- Do jakiej pokrzywy? - zapytała królewna. - Nie rozmawiam z pokrzywami.
- Jeśli tego nie uczyniłaś, to nie jesteś prawdziwą panną młodą! - rzekł królewicz.
Wówczas królewna zawołała:
O tym wie moja pokojowa,
Która myśli moje chowa!
Która myśli moje chowa!
I wybiegła do dziewicy Maleny pytając:
- Co mówiłaś po drodze do krzaczka pokrzywy?
- Powiedziałam tylko:
Pokrzyweczko,
Pokrzyweczko maleńka,
Czemu stoisz samiuteńka?
Tyś mnie niegdyś karmiła,
Jam listkami się żywiła
Twoimi,
Listkami surowymi!
Pokrzyweczko maleńka,
Czemu stoisz samiuteńka?
Tyś mnie niegdyś karmiła,
Jam listkami się żywiła
Twoimi,
Listkami surowymi!
Panna młoda wróciła do królewicza i rzekła:
- Wiem już, co mówiłam!
I powtórzyła słowa dziewicy Maleny.
- A co mówiłaś do kładki? - zapytał królewicz.
- Do jakiej kładki? - rzekła królewna. - Nie rozmawiam z kładkami!
- Jeśli tego nie uczyniłaś, to nie jesteś prawdziwą panną młodą! - rzekł królewicz.
Wówczas królewna zawołała:
O tym wie moja pokojowa,
Która myśli moje chowa!
Która myśli moje chowa!
Po czym wybiegła do dziewicy Maleny pytając:
- Co mówiłaś po drodze do kładki?
- Powiedziałam tylko:
Nie złam się, kładko! Szkoda, szkoda,
Jam nieprawdziwa panna młoda!
Jam nieprawdziwa panna młoda!
- To cię będzie kosztowało życie! - zawołała panna młoda.
Ale natychmiast wróciła do królewicza i rzekła:
- Wiem już, co mówiłam!
I powtórzyła słowa dziewicy Maleny.
- A cóż mówiłaś do drzwi kościelnych? - rzekł królewicz.
- Do drzwi kościelnych? - zapytała królewna. - Nie rozmawiam z drzwiami.
- Jeśli tego nie uczyniłaś, to nie jesteś prawdziwą panną młodą! - rzekł królewicz.
Wówczas królewna zawołała:
O tym wie moja pokojowa,
Która myśli moje chowa!
Która myśli moje chowa!
I wybiegła do dziewicy Maleny pytając:
- Co mówiłaś do drzwi kościelnych?
- Powiedziałam tylko:
Nie złamcie się, drzwi! Szkoda, szkoda,
Jam nieprawdziwa panna młoda!
Jam nieprawdziwa panna młoda!
- Głową zapłacisz mi za to! - zawołała z wielkim gniewem panna młoda, ale szybko wróciła do królewicza i rzekła:
- Wiem już, co mówiłam!
I powtórzyła słowa dziewicy Maleny.
- A gdzie masz łańcuch, który dałem ci przed drzwiami kościoła? - rzekł królewicz.
- Jaki łańcuch? - zapytała królewna. - Nie dawałeś mi wcale łańcucha.
- Sam ci go zawiesiłem na szyi. A jeśli nie wiesz o tym, to nie jesteś prawdziwą panną młodą.
I podniósł jej zasłonę, a gdy ujrzał jej straszliwą brzydotę, przeraził się i zawołał:
- Kto ty jesteś? Skąd sie tu wzięłaś?
- Jestem twoją narzeczoną. Ale bałam się, że ludzie wyśmieją mnie, gdy się pokażę na ulicy, kazałam więc służbie włożyć moje szaty i pójść zamiast mnie do kościoła.
- Gdzie jest ta dziewczyna? - rzekł królewicz. - Chcę ją widzieć. Idź i przyprowadź ją tu.
Królewna wyszła z komnaty i powiedziała sługom, że posługaczka jej jest zdrajczynią i należy niezwłocznie uciąć jej głowę. Słudzy chwycili ją i chcieli zabrać, ale ona tak głośno wołała o pomoc, że królewicz usłyszał głos jej w swoim pokoju, przybiegł natychmiast i kazał ją uwolnić. Zapalono światła, a wówczas królewicz spostrzegł na jej szyi łańcuch, który jej podarował.
- Ty jesteś prawdziwą żoną moją! - zawołał. - Ciebie poślubiłem w kościele. Pójdź ze mną do mej komnaty!
Kiedy pozostali sami, rzekł królewicz:
- Po drodze do kościoła wymieniłaś imię dziewicy Maleny, która była moją narzeczoną. Gdybym mógł przypuścić, że jest to możliwe, pomyślałbym, że to ona stoi przede mną, tak jesteś do niej podobna.
Ona zaś odparła:
- Jam jest dziewica Malena, która dla ciebie siedziała przez siedem lat w ciemnościach, znosiła głód i pragnienie i tak długo żyła w nędzy i ubóstwie. Ale dziś słońce wzeszło dla mnie znowu. Zostałam ci poślubiona w kościele i jestem twą prawdziwą małżonką.
Po czym ucałowali się wzajemnie i długie lata żyli razem w szczęściu i miłości. Zaś brzydkiej narzeczonej za karę ucięto głowę.
Wieża, w której siedziała dziewica Malena, stała jeszcze długie lata, a dzieci przechodząc koło niej śpiewały:
Siedzi sobie królewna, hej!
W wysokiej, kamiennej wieży, hej!
Za wysoka jest ta wieża, hej!
Żaden człowiek jej nie zmierzy, hej!
W wysokiej, kamiennej wieży, hej!
Za wysoka jest ta wieża, hej!
Żaden człowiek jej nie zmierzy, hej!