El lobo vivía con la zorra, y ésta debía hacer lo que él le mandaba, porque era la más débil; con mucho gusto se hubiera librado de su amo. Un día en que los dos vagaban por el bosque, dijo el lobo:
- Pelirroja, tengo hambre; búscame algo de comer o te devoraré a ti.
Respondió la zorra:
- Sé de una granja donde hay unos cuantos corderos; si quieres, iremos por uno.
Asintió el lobo, se encaminaron a la granja, robó la zorra el cordero, lo llevó a su amo y echó a correr. El lobo se comió el cordero; pero no habiendo quedado satisfecho, quiso también los restantes y fue en su busca. Pero tan torpemente lo hizo, que la oveja madre lo sintió y se puso a balar tan fuerte y a meter tanto ruido, que los campesinos acudieron corriendo y pillaron al lobo, propinándole tal paliza, que la fiera llegó a la guarida de la zorra aullando y cojeando:
- ¡A buen sitio me llevaste! -lamentóse-. Cuando quise apoderarme de otro cordero, los campesinos me atraparon y me pusieron como nuevo.
- ¿Por qué has de ser tan glotón? -replicóle la zorra.
Al día siguiente volvieron a salir a la campiña, y el glotón del lobo repitió lo de la víspera:
- Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.
Y respondió la zorra:
- Conozco una alquería, donde hoy la mujer fríe buñuelos; vamos a buscar unos cuantos.
Dirigiéronse a la alquería, y la zorra se deslizó por los alrededores, espiando y olfateando hasta que, habiendo descubierto la fuente de los buñuelos, cogió media docena y se los llevó al lobo:
- Ahí tienes merienda -le dijo, y se marchó. El lobo se zampó los buñuelos de un bocado y dijo:
- Saben a más.
Entró en la despensa y se lanzó sobre la fuente, con tan mala pata que ésta se cayó al suelo y se hizo añicos, con gran estrépito. Acudió la mujer y, al ver al lobo, llamó a la gente. Vinieron todos corriendo y zurraron al animal de tal modo, que hubo de huir cojo de dos patas. En lamentable estado llegó a la madriguera de la zorra,
- ¡Maldito lugar a que me llevaste! -gritóle-. Los hombres me pescaron y me molieron a palos.
Pero la zorra le respondió:
- ¿Por qué has de ser tan glotón?
Al tercer día de salir juntos, el lobo, que andaba con dificultad y cojeando, volvió a las andadas:
- Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.
Dijo la zorra:
- Sé de un hombre que ha hecho la matanza y guarda la carne salada en un barril, en la bodega; vamos por ella.
- Pero te vendrás conmigo -dijo el lobo-, para ayudarme en el caso de que no pueda huir.
- Por mí, no hay inconveniente -contestó la zorra, y le enseñó los rodeos y caminos por donde, al fin, llegaron a la bodega.
Había en ella carne en abundancia, y el lobo se puso enseguida a la tarea: "¡Hay para rato, antes no termine!", pensó. Tampoco la zorra se quedó corta, pero mientras comía, miraba en todas direcciones, y con frecuencia corría al agujero por el que habían entrado, para vigilar que su cuerpo no se hinchase demasiado y le impidiera salir. Díjole el lobo:
- Amiga zorra, ¿a qué vienen estas constantes idas y venidas, y este saltar de fuera adentro y de dentro afuera?
- Vigilo que no venga alguien -respondióle la astuta-. ¡Tú no comas demasiado!
Pero el lobo replicó:
- ¡Lo que es yo, no me marcho hasta dejar el barril vacío!
En éstas llegó el campesino a la bodega, pues había oído el ruido de los saltos de la zorra. Ésta, al verlo, de un brinco escapó por el agujero; el lobo quiso seguirla, pero a fuerza de comer se había llenado de tal modo que no pudo pasar por el agujero y se quedó en él aprisionado. Armóse el dueño de un buen garrote, y mató al lobo a garrotazos, mientras la zorra saltaba por el bosque, contenta de haberse librado del viejo glotón.
- Pelirroja, tengo hambre; búscame algo de comer o te devoraré a ti.
Respondió la zorra:
- Sé de una granja donde hay unos cuantos corderos; si quieres, iremos por uno.
Asintió el lobo, se encaminaron a la granja, robó la zorra el cordero, lo llevó a su amo y echó a correr. El lobo se comió el cordero; pero no habiendo quedado satisfecho, quiso también los restantes y fue en su busca. Pero tan torpemente lo hizo, que la oveja madre lo sintió y se puso a balar tan fuerte y a meter tanto ruido, que los campesinos acudieron corriendo y pillaron al lobo, propinándole tal paliza, que la fiera llegó a la guarida de la zorra aullando y cojeando:
- ¡A buen sitio me llevaste! -lamentóse-. Cuando quise apoderarme de otro cordero, los campesinos me atraparon y me pusieron como nuevo.
- ¿Por qué has de ser tan glotón? -replicóle la zorra.
Al día siguiente volvieron a salir a la campiña, y el glotón del lobo repitió lo de la víspera:
- Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.
Y respondió la zorra:
- Conozco una alquería, donde hoy la mujer fríe buñuelos; vamos a buscar unos cuantos.
Dirigiéronse a la alquería, y la zorra se deslizó por los alrededores, espiando y olfateando hasta que, habiendo descubierto la fuente de los buñuelos, cogió media docena y se los llevó al lobo:
- Ahí tienes merienda -le dijo, y se marchó. El lobo se zampó los buñuelos de un bocado y dijo:
- Saben a más.
Entró en la despensa y se lanzó sobre la fuente, con tan mala pata que ésta se cayó al suelo y se hizo añicos, con gran estrépito. Acudió la mujer y, al ver al lobo, llamó a la gente. Vinieron todos corriendo y zurraron al animal de tal modo, que hubo de huir cojo de dos patas. En lamentable estado llegó a la madriguera de la zorra,
- ¡Maldito lugar a que me llevaste! -gritóle-. Los hombres me pescaron y me molieron a palos.
Pero la zorra le respondió:
- ¿Por qué has de ser tan glotón?
Al tercer día de salir juntos, el lobo, que andaba con dificultad y cojeando, volvió a las andadas:
- Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.
Dijo la zorra:
- Sé de un hombre que ha hecho la matanza y guarda la carne salada en un barril, en la bodega; vamos por ella.
- Pero te vendrás conmigo -dijo el lobo-, para ayudarme en el caso de que no pueda huir.
- Por mí, no hay inconveniente -contestó la zorra, y le enseñó los rodeos y caminos por donde, al fin, llegaron a la bodega.
Había en ella carne en abundancia, y el lobo se puso enseguida a la tarea: "¡Hay para rato, antes no termine!", pensó. Tampoco la zorra se quedó corta, pero mientras comía, miraba en todas direcciones, y con frecuencia corría al agujero por el que habían entrado, para vigilar que su cuerpo no se hinchase demasiado y le impidiera salir. Díjole el lobo:
- Amiga zorra, ¿a qué vienen estas constantes idas y venidas, y este saltar de fuera adentro y de dentro afuera?
- Vigilo que no venga alguien -respondióle la astuta-. ¡Tú no comas demasiado!
Pero el lobo replicó:
- ¡Lo que es yo, no me marcho hasta dejar el barril vacío!
En éstas llegó el campesino a la bodega, pues había oído el ruido de los saltos de la zorra. Ésta, al verlo, de un brinco escapó por el agujero; el lobo quiso seguirla, pero a fuerza de comer se había llenado de tal modo que no pudo pasar por el agujero y se quedó en él aprisionado. Armóse el dueño de un buen garrote, y mató al lobo a garrotazos, mientras la zorra saltaba por el bosque, contenta de haberse librado del viejo glotón.
Certain loup s'était fait le compagnon de certain renard, et les moindres désirs de sa seigneurie le loup devenaient des ordres pour son très-humble serviteur le renard, car celui-ci était le plus faible. Aussi désirait-il de tout son cœur pouvoir se débarrasser d'un camarade aussi gênant.
Tout en rôdant de compagnie, ils arrivèrent un jour dans une forêt profonde.
- Ami à barbe rouge, lui dit le loup, mets-toi en quête de me procurer un bon morceau; sinon, je te croque.
Maître renard s'empressa de répondre:
- Seigneur loup, je sais à peu de distance d'ici une étable où se trouvent deux agneaux friands; si le cœur vous en dit, nous irons en dérober un.
La proposition plut au loup. En conséquence, nos deux compagnons se dirigèrent vers la ferme indiquée; le rusé renard parvint sans peine à dérober un des agneaux qu'il s'empressa d'apporter au loup; puis il s'éloigna.
Aussitôt le loup se mit en devoir de dévorer à belles dents l'innocente bête; et quand il eut fini, ce qui ne tarda guère, ne se sentant pas encore suffisamment repu, il se prit à penser que ce ne serait pas trop du second agneau pour apaiser sa faim. Il se décida donc à entreprendre lui-même cette nouvelle expédition.
Or, comme sa seigneurie était un peu lourde, elle renversa un balai en entrant dans l'étable, si bien que la mère du pauvre agneau poussa aussitôt des bêlements si déchirants, que le fermier et ses garçons accoururent en toute hâte. Maître loup passa alors un mauvais quart d'heure; il sentit pleuvoir sur son dos une grêle de coups si drue, qu'il eut toutes les peines du monde à se sauver en boîtant, et en hurlant de la manière la plus lamentable.
Arrivé près du renard:
- Tu m'as conduit dans un beau guêpier, lui dit-il; j'avais voulu m'emparer du deuxième agneau; mais est-ce que ces paysans mal appris ne se sont pas avisés de fondre sur moi à grands coups de bâton, ce qui m'a réduit au fâcheux état où tu me vois.
- Pourquoi aussi êtes-vous si insatiable? répondit le renard.
Le jour suivant, ils se remirent en campagne, et s'adressant à son rusé compagnon:
- Ami à barbe rouge, lui dit le loup, mets-toi en quête de me procurer un bon morceau, sinon je te croque.
Maître renard s'empressa de répondre:
- Seigneur loup, je connais une ferme dont la fermière est présentement occupée à faire des gâteaux délicieux; si vous voulez, nous irons en dérober quelques-uns?
- Marche en avant, répliqua le loup.
Ils se dirigèrent donc vers la ferme en question, et quand ils y furent arrivés, le renard poussa des reconnaissances autour de la place qu'il s'agissait d'enlever. Il fureta si bien, qu'il finit par découvrir l'endroit où la ménagère cachait ses gâteaux, en déroba une demi-douzaine, et courut les porter au loup.
- Voilà de quoi régaler votre seigneurie, dit-il.
Puis il s'éloigna.
Le loup ne fit qu'une bouchée des six gâteaux qui, loin de le rassasier, aiguillonnèrent encore son appétit.
- Cela demanda à être goûté plus à loisir! rumina-t-il.
En conséquence, il entra dans la ferme d'où il avait vu sortir le renard, et parvint dans l'office où se trouvaient les gâteaux. Mais dans son avidité, il voulut tirer à lui tout le plat qui tomba sur le carreau, et vola en pièces en occasionnant un grand fracas.
Attirée soudain par un tel vacarme, la fermière aperçut le loup et appela ses gens. Ceux-ci accoururent sur-le-champ, et cette fois encore maître loup fut rossé d'importance.
Boîtant de deux pattes et poussant des hurlements capables d'attendrir un rocher, il rejoignit le renard dans la forêt:
- Dans quel horrible guêpier m'as-tu de nouveau conduit? lui dit-il. Il se trouvait là des rustres qui m'ont cassé leurs bâtons sur le dos.
- Pourquoi votre seigneurie est-elle si insatiable? répondit le renard.
Le lendemain, les deux compagnons se mirent pour la troisième fois en campagne, et, bien que le loup ne pût encore marcher que clopin-clopant, s'adressant de nouveau au renard:
- Ami à la barbe rouge, lui dit-il, mets-toi en quête de me procurer un bon morceau; sinon je te croque.
Le renard s'empressa de répondre.
- Je connais un homme qui vient de saler un porc; le lard savoureux se trouve en ce moment dans un tonneau de sa cave; si vous voulez, nous irons en prélever notre part?
- J'y consens, répliqua le loup, mais j'entends que nous y allions ensemble, pour que tu puisses me prêter secours en cas de malheur.
- De tout mon cœur, reprit le rusé renard.
Et il se mit immédiatement en devoir de conduire le loup par une foule de détours et de sentiers jusque dans la cave annoncée.
Ainsi que le renard l'avait prédit, jambon et lard se trouvaient là en abondance. Le loup fut bientôt à l'œuvre:
- Rien ne nous presse, dit-il, donnons-nous-en donc tout à notre aise!
Maître renard se garda bien d'interrompre son compagnon dans ses fonctions gloutonnes: mais quant à lui, il eut toujours l'œil et l'oreille au guet; de plus, chaque fois qu'il avait avalé un morceau, il s'empressait de courir à la lucarne par laquelle ils avaient pénétré dans la cave, afin de prendre la mesure de son ventre.
Étonné de ce manège, le loup lui dit entre deux coups de dents.
- Ami renard, explique-moi donc pourquoi tu perds ainsi ton temps à courir de droite à gauche, puis à passer et à repasser par ce trou?
- C'est pour m'assurer que personne ne vient, reprit le rusé renard. Que votre seigneurie prenne seulement garde de se donner une indigestion.
- Je ne sortirai d'ici, répliqua le loup, que lorsqu'il ne restera plus rien dans le tonneau.
Dans l'intervalle, arriva le paysan, attiré par le bruit que faisaient les bonds du renard. Ce dernier n'eut pas plutôt aperçu notre homme, qu'en un saut il fut hors de la cave; sa seigneurie le loup voulut le suivre, mais par malheur, il avait tant mangé que son ventre ne put passer par la lucarne, et qu'il y resta suspendu. Le paysan eut donc tout le temps d'aller chercher une fourche dont il perça le pauvre loup.
Sans sa gloutonnerie, se dit le renard, en riant dans sa barbe, je ne serais pas encore débarrassé de cet importun compagnon.