Vivía una vez una anciana reina, viuda desde hacía muchos años, que tenía una hija muy hermosa. Al hacerse mayor, la prometieron a un príncipe de un país lejano, y cuando llegó el tiempo convenido para la celebración de la boda y la doncella hubo de ponerse en camino hacia la corte de su prometido, la reina madre le preparó un ajuar precioso, con brocados de oro y plata, vasos y joyas; era, en una palabra, una dote digna de una princesa real, pues la anciana reina quería entrañablemente a su hija. Diole también, para que la acompañase y sirviese, una camarera que, además, debía entregar a la princesa en manos del novio. Recibió cada una de las dos un caballo; pero el de la princesa tenía el don de hablar y se llamaba Falada. Llegada la hora de las despedidas, entró la madre en su alcoba y, cogiendo un cuchillito, se hizo un corte en un dedo, para que fluyera la sangre; en un trocito de tela recogió tres gotas, y las dio a su hija, diciéndole:
- Hija mía, guárdalas cuidadosamente; puedes necesitarlas durante el camino.
Separáronse madre e hija con abundantes lágrimas. La princesa se guardó en el seno la telita con la sangre y, montando a caballo, emprendió el viaje hacia la Corte de su prometido. Cuando llevaban una hora cabalgando sintió una intensa sed y dijo a su camarera:
- Apéate y lléname de agua del arroyo la copa que para esto has traído; quiero beber.
- Si tenéis sed - respondióle la camarera -, apeaos vos y bebed. Yo no quiero ser vuestra criada.
La princesa, acuciada por la sed, bajó del caballo y, arrodillada en la orilla, bebió directamente del riachuelo, sin usar la copa. Luego exclamó:
- ¡Dios mío! - y las tres gotas de sangre le respondieron:
- Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría en el pecho.
Pero, humilde como era la princesita, guardó silencio y volvió a montar a caballo. Siguieron cabalgando, y al cabo de varias leguas volvió a tener sed, pues el día era caluroso, y el sol, ardiente. Llegaron a otro río, y la princesa repitió a la camarera:
- Apéate y sírveme de beber en mi copa de oro - pues había olvidado ya las insolentes palabras de la sirvienta.
Pero ésta repitió a su vez, más altanera que antes:
- Si queréis beber, arreglaos vos misma; yo no quiero ser vuestra criada.
Apeóse de nuevo la princesa, acuciada por la sed, Y, tendiéndose sobre el agua fluyente, exclamó llorando:
- ¡Dios mío! - y las tres gotas de sangre volvieron a exclamar:
- Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría en el pecho.
Y al agacharse para beber, se le cayó del seno la tela que contenía las tres gotas, y el agua se la llevó, sin que ella lo advirtiese, angustiada como estaba. Pero la camarera sí lo había visto, y se alegró, porque ello le daba poder sobre la princesa, quien, al perder aquellas gotas de sangre, se había quedado débil e impotente.
Al disponerse a subir nuevamente sobre su caballo Falada, dijo la camarera:
- A Falada lo montaré yo, y tú te subirás sobre mi rocín y la princesa hubo de resignarse. Luego, con palabras duras, mandóle la camarera que se quitase sus reales vestidos y se pusiese los suyos malos y, finalmente, la obligó a jurar, bajo la luz del cielo, que en la Corte del Rey no diría nada de todo aquello a nadie; y si se hubiese negado a prestar el juramento, la habría asesinado allí mismo. Pero Falada lo presenció todo y lo guardó en la memoria.
Montó, pues, la camarera sobre Falada, y la novia auténtica sobre el jamelgo, y así prosiguieron hasta llegar al palacio real. Grande fue el regocijo a su entrada, y el príncipe salió presuroso a recibirlas, y ayudó a la camarera a apearse del caballo, tomándola por su prometida. Luego la condujeron arriba, mientras la verdadera princesa se quedaba abajo. Al asomarse a la ventana el anciano rey y verla en el patio, tan distinguida, delicada y hermosa, entró en las reales habitaciones para preguntar quién era la novia.
- La tomé en el camino para que me acompañase; dadle algún trabajo, que no permanezca ociosa.
Pero el viejo rey no tenía ocupación para ella, y sólo se le ocurrió decir:
- Tengo un muchacho encargado de guardar las ocas, que vaya a ayudarle.
El mozo se llamaba Conradito, y la princesa fue enviada a servirle de auxiliar.
No tardó la falsa novia en decir al príncipe:
- Amado mío, quisiera pedirte una gracia.
- Te la concederé gustoso - respondió él.
- Pues ordenad al desollador que corte el cuello del caballo que yo monté, pues me ha fastidiado durante el camino.
En realidad, lo que temía era que el animal descubriese lo sucedido a la princesa. Así, el leal Falada tuvo que morir, y, al enterarse de ello, la verdadera princesa prometió al desollador una moneda de oro a cambio de un pequeño servicio. En la ciudad había una gran puerta oscura, por la que ella debía pasar cada mañana y cada anochecer con sus ocas; pidió, pues, al hombre que clavase la cabeza de Falada en aquella puerta, para que ella pudiese verla a menudo. Así se hizo, y la cabeza del noble caballo quedó clavada en el lúgubre portal.
Cuando, de madrugada, la princesa y Conradito pasaron bajo el portal, dijo ella:
- Hija mía, guárdalas cuidadosamente; puedes necesitarlas durante el camino.
Separáronse madre e hija con abundantes lágrimas. La princesa se guardó en el seno la telita con la sangre y, montando a caballo, emprendió el viaje hacia la Corte de su prometido. Cuando llevaban una hora cabalgando sintió una intensa sed y dijo a su camarera:
- Apéate y lléname de agua del arroyo la copa que para esto has traído; quiero beber.
- Si tenéis sed - respondióle la camarera -, apeaos vos y bebed. Yo no quiero ser vuestra criada.
La princesa, acuciada por la sed, bajó del caballo y, arrodillada en la orilla, bebió directamente del riachuelo, sin usar la copa. Luego exclamó:
- ¡Dios mío! - y las tres gotas de sangre le respondieron:
- Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría en el pecho.
Pero, humilde como era la princesita, guardó silencio y volvió a montar a caballo. Siguieron cabalgando, y al cabo de varias leguas volvió a tener sed, pues el día era caluroso, y el sol, ardiente. Llegaron a otro río, y la princesa repitió a la camarera:
- Apéate y sírveme de beber en mi copa de oro - pues había olvidado ya las insolentes palabras de la sirvienta.
Pero ésta repitió a su vez, más altanera que antes:
- Si queréis beber, arreglaos vos misma; yo no quiero ser vuestra criada.
Apeóse de nuevo la princesa, acuciada por la sed, Y, tendiéndose sobre el agua fluyente, exclamó llorando:
- ¡Dios mío! - y las tres gotas de sangre volvieron a exclamar:
- Si tu madre viese esto, el corazón le estallaría en el pecho.
Y al agacharse para beber, se le cayó del seno la tela que contenía las tres gotas, y el agua se la llevó, sin que ella lo advirtiese, angustiada como estaba. Pero la camarera sí lo había visto, y se alegró, porque ello le daba poder sobre la princesa, quien, al perder aquellas gotas de sangre, se había quedado débil e impotente.
Al disponerse a subir nuevamente sobre su caballo Falada, dijo la camarera:
- A Falada lo montaré yo, y tú te subirás sobre mi rocín y la princesa hubo de resignarse. Luego, con palabras duras, mandóle la camarera que se quitase sus reales vestidos y se pusiese los suyos malos y, finalmente, la obligó a jurar, bajo la luz del cielo, que en la Corte del Rey no diría nada de todo aquello a nadie; y si se hubiese negado a prestar el juramento, la habría asesinado allí mismo. Pero Falada lo presenció todo y lo guardó en la memoria.
Montó, pues, la camarera sobre Falada, y la novia auténtica sobre el jamelgo, y así prosiguieron hasta llegar al palacio real. Grande fue el regocijo a su entrada, y el príncipe salió presuroso a recibirlas, y ayudó a la camarera a apearse del caballo, tomándola por su prometida. Luego la condujeron arriba, mientras la verdadera princesa se quedaba abajo. Al asomarse a la ventana el anciano rey y verla en el patio, tan distinguida, delicada y hermosa, entró en las reales habitaciones para preguntar quién era la novia.
- La tomé en el camino para que me acompañase; dadle algún trabajo, que no permanezca ociosa.
Pero el viejo rey no tenía ocupación para ella, y sólo se le ocurrió decir:
- Tengo un muchacho encargado de guardar las ocas, que vaya a ayudarle.
El mozo se llamaba Conradito, y la princesa fue enviada a servirle de auxiliar.
No tardó la falsa novia en decir al príncipe:
- Amado mío, quisiera pedirte una gracia.
- Te la concederé gustoso - respondió él.
- Pues ordenad al desollador que corte el cuello del caballo que yo monté, pues me ha fastidiado durante el camino.
En realidad, lo que temía era que el animal descubriese lo sucedido a la princesa. Así, el leal Falada tuvo que morir, y, al enterarse de ello, la verdadera princesa prometió al desollador una moneda de oro a cambio de un pequeño servicio. En la ciudad había una gran puerta oscura, por la que ella debía pasar cada mañana y cada anochecer con sus ocas; pidió, pues, al hombre que clavase la cabeza de Falada en aquella puerta, para que ella pudiese verla a menudo. Así se hizo, y la cabeza del noble caballo quedó clavada en el lúgubre portal.
Cuando, de madrugada, la princesa y Conradito pasaron bajo el portal, dijo ella:
"¡Oh, Falada, colgado aquí tristemente!".
Y respondió la cabeza:
"¡Oh, princesa, cómo te trata esa gente!
Si tu madre lo supiera,
de la pena se muriera".
Si tu madre lo supiera,
de la pena se muriera".
Salió ella de la ciudad y se fue con el mozo al campo, a guardar las ocas. Al llegar al prado sentóse sobre la hierba a peinar sus cabellos, que eran de oro puro; y Conradito gozaba contemplando su brillo. Quiso arrancarle algunos, pero ella dijo:
"Sopla, sopla, vientecito,
quítale el sombrero a Conradito
y fuérzalo a correr por el prado
hasta que yo me haya peinado
y de nuevo acicalado".
quítale el sombrero a Conradito
y fuérzalo a correr por el prado
hasta que yo me haya peinado
y de nuevo acicalado".
En el mismo instante se levantó un fortísimo viento, que se llevó el sombrero de Conradito, obligando al mozo a salir corriendo detrás de él durante largo rato; y, cuando volvió, ya había terminado la doncella de peinarse y arreglarse, por lo cual el mozo se quedó sin sus cabellos. Enfadado, dejó de hablarle, y así guardaron las ocas hasta el anochecer, en que regresaron a palacio.
A la mañana siguiente, cuando pasaron de nuevo por el portal, dijo la doncella:
A la mañana siguiente, cuando pasaron de nuevo por el portal, dijo la doncella:
"¡Oh, Falada, colgado aquí tristemente!".
Y Falada respondió:
"¡Oh, princesa, cómo te trata esa gente!
Si tu madre lo supiera,
de la pena se muriera".
Si tu madre lo supiera,
de la pena se muriera".
Ya en el prado, volvió a sentarse sobre la hierba y a peinarse. Acudió Conradito para arrancarle unos cabellos; pero ella dijo rápidamente:
"Sopla, sopla, vientecito,
quítale el sombrero a Conradito
y fuérzalo a correr por el prado
hasta que yo me haya peinado
y de nuevo acicalado".
quítale el sombrero a Conradito
y fuérzalo a correr por el prado
hasta que yo me haya peinado
y de nuevo acicalado".
Púsose a soplar el viento, llevándose el sombrerito de la cabeza del mozo, el cual hubo de correr en su persecución, y cuando volvió, la muchacha hacía ya buen rato que estaba lista de su peinado, con lo que Conradito no pudo salirse con la suya. Y así estuvieron guardando las ocas hasta el anochecer.
Pero, cuando hubieron regresado a palacio, Conradito se presentó al anciano rey y le dijo:
- No quiero seguir guardando ocas con esa muchacha:
- ¿Y por qué? - preguntóle el Rey.
- Porque se pasa el día haciéndome rabiar.
Entonces el Rey le mandó que le contase lo ocurrido, y Conradito le dijo:
Cada mañana, cuando pasamos con la manada por la puerta oscura, se dirige a una cabeza de caballo que hay clavada en ella, y le dice:
Pero, cuando hubieron regresado a palacio, Conradito se presentó al anciano rey y le dijo:
- No quiero seguir guardando ocas con esa muchacha:
- ¿Y por qué? - preguntóle el Rey.
- Porque se pasa el día haciéndome rabiar.
Entonces el Rey le mandó que le contase lo ocurrido, y Conradito le dijo:
Cada mañana, cuando pasamos con la manada por la puerta oscura, se dirige a una cabeza de caballo que hay clavada en ella, y le dice:
"¡Oh, Falada, colgado aquí tristemente!"
Y la cabeza responde:
"¡Oh, princesa, cómo te trata esa gente!
Si tu madre lo supiera,
de la pena se muriera".
Si tu madre lo supiera,
de la pena se muriera".
Y de este modo siguió Conradito contando lo que sucedía en el prado, y cómo había de correr siempre tras su sombrero.
El anciano Rey le ordenó que al día siguiente volviese a salir con la manada, y el propio Rey, al rayar el alba, se escondió detrás de la puerta, desde donde pudo oír las palabras que se cruzaron entre la doncella y la cabeza de Falada. Luego siguió a los dos al prado, ocultándose en un matorral. Pronto pudo contemplar con sus propios ojos cómo el muchacho y la moza llegaban con las ocas y cómo, al poco rato, ella se sentaba en la hierba y se soltaba el cabello, y cómo irradiaba éste un resplandor de oro. Enseguida repitió la doncella:
El anciano Rey le ordenó que al día siguiente volviese a salir con la manada, y el propio Rey, al rayar el alba, se escondió detrás de la puerta, desde donde pudo oír las palabras que se cruzaron entre la doncella y la cabeza de Falada. Luego siguió a los dos al prado, ocultándose en un matorral. Pronto pudo contemplar con sus propios ojos cómo el muchacho y la moza llegaban con las ocas y cómo, al poco rato, ella se sentaba en la hierba y se soltaba el cabello, y cómo irradiaba éste un resplandor de oro. Enseguida repitió la doncella:
"Sopla, sopla, vientecito,
quítale el sombrero a Conradito
y fuérzalo acorrer por el prado
hasta que yo me haya peinado
y de nuevo acicalado".
quítale el sombrero a Conradito
y fuérzalo acorrer por el prado
hasta que yo me haya peinado
y de nuevo acicalado".
Inmediatamente llegó una ráfaga de viento y se llevó el sombrero, obligando al muchacho a emprender un larga carrera hasta recuperarlo, mientras la moza se peinaba los bucles. l anciano Rey lo presenció todo. Retiróse luego sin ser observado, y cuando, al anochecer, regresó la pastora de ocas, la llamó aparte y le preguntó la razón de su proceder.
- No puedo decíroslo - respondió ella - ni revelar mi desgracia a nadie, pues lo juré bajo el cielo para salvar mi vida.
El Rey insistió y porfió para que hablase; pero, viendo que no lograba sacarle una palabra, le dijo, al fin:
- Pues si no quieres confiármelo a mí, ve a contar tus penas a la estufa de hierro - y se alejó.
Acercóse la princesa a la estufa, y, entre lamentos y lágrimas, desahogando su corazón, dijo:
- Aquí estoy abandonada del mundo entere y, no obstante, soy hija de un rey; una pérfida camarera me redujo a esta situación usando de la violencia, obligándome a quitarme mis vestidos de princesa y suplantándome ella como prometida del príncipe, mientras yo debo hacer trabajos humildes y guardar ocas. ¡Si mi madre lo supiera, de pena le estallaría el corazón en el pecho!
Pero el viejo Rey lo escuchaba todo por el tubo de la chimenea, y así se enteró de sus desgracias. Volvió al aposento y le mandó que saliese de la estufa; pusiéronle vestidos principescos, y entonces quedó de manifiesto su maravillosa hermosura. El Rey llamó entonces a su hijo y le reveló la falacia de su presunta prometida, que no era sino una vulgar sirvienta.
mientras la novia verdadera, que allí estaba, hubo de estar guardando ocas durante todo aquel tiempo.
El joven príncipe sintió una gran alegría al verla tan bella y virtuosa, y preparó un gran banquete, al que quedaron invitadas muchísimas personas y los buenos amigos. A la cabeza de la mesa sentóse el novio, el cual tenía, a su lado, a la princesa, y al otro, a la camarera, la cual, deslumbrada, no reconoció a su rival bajo sus magníficos atavíos. Una vez hubieron comido y bebido, reinando gran animación entre los comensales, el anciano Rey planteó un acertijo a la camarera. ¿Qué merecía una persona que hubiese engañado a su señor de tal y cual manera?; y después de detallarle todo el caso, acabó preguntándole:
- ¿Qué sentencia dictaríais contra esta persona?
Y respondió la presunta prometida:
- No merece sino que se la desnude completamente y se la encierre en un barril cuyo interior esté erizado de agudos clavos y que, tirado por dos caballos blancos, sea paseado por todas las calles de la ciudad, hasta que la malvada haya muerto.
- Pues ésa eres tú - respondióle el Rey -, y en ti va a cumplirse la sentencia que acabas de pronunciar.
Y, cuando se hubo cumplido, celebróse le boda de los jóvenes príncipes, y ambos reinaron en paz y felicidad.
- No puedo decíroslo - respondió ella - ni revelar mi desgracia a nadie, pues lo juré bajo el cielo para salvar mi vida.
El Rey insistió y porfió para que hablase; pero, viendo que no lograba sacarle una palabra, le dijo, al fin:
- Pues si no quieres confiármelo a mí, ve a contar tus penas a la estufa de hierro - y se alejó.
Acercóse la princesa a la estufa, y, entre lamentos y lágrimas, desahogando su corazón, dijo:
- Aquí estoy abandonada del mundo entere y, no obstante, soy hija de un rey; una pérfida camarera me redujo a esta situación usando de la violencia, obligándome a quitarme mis vestidos de princesa y suplantándome ella como prometida del príncipe, mientras yo debo hacer trabajos humildes y guardar ocas. ¡Si mi madre lo supiera, de pena le estallaría el corazón en el pecho!
Pero el viejo Rey lo escuchaba todo por el tubo de la chimenea, y así se enteró de sus desgracias. Volvió al aposento y le mandó que saliese de la estufa; pusiéronle vestidos principescos, y entonces quedó de manifiesto su maravillosa hermosura. El Rey llamó entonces a su hijo y le reveló la falacia de su presunta prometida, que no era sino una vulgar sirvienta.
mientras la novia verdadera, que allí estaba, hubo de estar guardando ocas durante todo aquel tiempo.
El joven príncipe sintió una gran alegría al verla tan bella y virtuosa, y preparó un gran banquete, al que quedaron invitadas muchísimas personas y los buenos amigos. A la cabeza de la mesa sentóse el novio, el cual tenía, a su lado, a la princesa, y al otro, a la camarera, la cual, deslumbrada, no reconoció a su rival bajo sus magníficos atavíos. Una vez hubieron comido y bebido, reinando gran animación entre los comensales, el anciano Rey planteó un acertijo a la camarera. ¿Qué merecía una persona que hubiese engañado a su señor de tal y cual manera?; y después de detallarle todo el caso, acabó preguntándole:
- ¿Qué sentencia dictaríais contra esta persona?
Y respondió la presunta prometida:
- No merece sino que se la desnude completamente y se la encierre en un barril cuyo interior esté erizado de agudos clavos y que, tirado por dos caballos blancos, sea paseado por todas las calles de la ciudad, hasta que la malvada haya muerto.
- Pues ésa eres tú - respondióle el Rey -, y en ti va a cumplirse la sentencia que acabas de pronunciar.
Y, cuando se hubo cumplido, celebróse le boda de los jóvenes príncipes, y ambos reinaron en paz y felicidad.
Eli muinoin vanha leski-kuninkaanna, jonka puoliso jo vuosikausia oli ollut kuollehena, ja jolla oli tytär ihana. Tämä, kun hän oli täysi-kasvuiseksi ehtinyt, kihlattiin kovin kau'as eräälle kuninkaan-pojalle. Kun sitten läheni häitten aika ja tytön nyt tuli lähteä tuonne vierahasen valtakuntaan, vanha kuninkaanna hänen myötänsä sääli kovin paljon kalliita kaluja ja koristeita, kultaa ja hopeaa, pikareita ja kallis-arvoisia astioita, yleensä kaikki, mitä kuninkaallisiin myötäjäisihin vain kuului, sillä hellimmän hellästi hän tytärtänsä rakasti. Myöskin antoi hän hänelle kumppaniksi kamarineitsyen, joka morsiamen saattaisi yljän haltuhun, ja matkaa varten he kumpikin saivat hevosensa. Mutta kuninkaan-tyttären hevosen nimi oli 'Liinaharja', ja tuo puhua osasi. Silloin ihan ennen hyvästijätön-hetkeä vanha äiti meni makuukammioonsa, otti pienen veitsen ja leikkasi sillä sormeensa että tuli vertä; sitten hän kolme veri-pisaraa tipautti valkoiseen pikku riepuun, antoi sen tyttärellensä ja sanoi: "rakas lapseni, tallenna tämä hyvin, sinä sitä matkalla kyllä tulet tarvitsemaan."
Surullisina sitten molemmat toisilleen sanoivat jää-hyväisensä, ja prinsessa poveensa pisti tuon riepusen, nousi hevosen selkään sekä läksi ylkänsä luoksi ratsastamaan. Heidän kappaleen aikaa kuljettuansa, kuninkaan-tytärtä kovasti rupesi janottamaan ja hän kamari neitsyellensä sanoi: "astu alas hevosen selästä ja nouda minulle purosta vettä sillä pikarillani, joka sitä varten on mukahas säälitty; minä aivan halusta joisin vähäsen." - "Jos teitä janottaa," vastasi kamari-neitsyt, "niin menkää itse tuonne rantahan juomaan; eipä ole mieleisiäni tuommoiset piian-työt." Kovin janoissansa kun oli, kuninkaan-tytär hevosen selästä astui, kumartui vettä kohden ja joi purosta eikä nyt saanutkaan juoda kulta-pikarista. Hän siinä huokasi: "voi minua raukkaa!" ja silloin vastasi nuot kolme veri-pisaraa: "jos sinun äitisi tämän tietäisi, hänen sydämmensä varmaankin pakahtuisi." Mutta olipa tuo kuninkaallinen morsian nöyrä-mielinen, hän ei sanonut mitään, vaan nousi taas hevosensa selkään. Näin sitten ratsastivat eteen-päin muutamia peninkulmia, mutta päivä oli heltehinen sekä auringon-paiste paahtava, ja piankin prinsessaa taas rupesi janottamaan. Kun tuosta nyt erään joen rannalle tulivat, hän siis vielä kerran lausui kamari-neitsyellensä: "astu sinä ratsun selästä sekä tuo kulta-pikarillani vähän vettä minun juodakseni," sillä jo aikoja sitten oli hän kaikki pahat sanat unhoittanut. Mutta entistä ylpeämmin vastasi kamari-neitsyt: "jos juoda tahdotte, niin itse myös hankkikaa vettä teillenne; minun ei tarvitse ruveta teidän piiaksenne." Silloin kuninkaan-tytär janoissansa astui maahan ratsahilta, kyykistyi virtaavan veden puolehen sekä sanoi itkein: "voi minua raukkaa!" ja vastasipa veri-pisarat taas: "jos sinun äitis tämän tietäisi, hänen sydämmensä varmaankin pakahtuisi." Ja hänen siinä kovin kyykysillään juodessansa, putosi povesta se vaate-tilka, jossa oli nuot kolme pisaraa, ja virta sen vei mennessänsä, eikä tyttö suuressa tuskassansa tuota ensinkään huomannut. Mutta kamari-neitsyt tämän kyllä näki ja tuli kovin iloiseksi, koska hän nyt muka saisi valtoihinsa morsiamen: sillä hukattuansa veri-pisarat prinsessa oli aivan heikoksi ja voimattomaksi käynyt. Kun hän nyt aikoi taas nousta Liinaharja-nimisen hevosensa selkään, tiuskasi kamari-neitsyt: "'Liinaharja' on 'minua' varten, 'sinulle' on työ-hevoseni aivan omansa," ja täytyi, kuin täytyikin, hänen tähän suostua. Sitten kamari-neitsyt myöskin käski kuninkaan-tyttären riisua kuninkaallisen pukunsa sekä pukea ylleen hänen halvat vaattehensa, ja täytyipä viimein prinsessa paran vannoa taivaan kautta, ett'ei hän, heidän tultuansa perille, kellekkään tästä hiiskahtaisi edes ainoata sanaakaan; ja jollei hän tämmöistä valaa vannoisi, hän muka ihan kohta tulisi tapettavaksi. Mutta Liinaharja huomasi ja pani hyvin mieleensä tämän kaiken.
Kamari-neitsyt nyt nousi Liinaharjan ja oikea morsian tuon huonon hevosen selkähän, ja näin he yhä eteen-päin kulkivat, kunnes viimein ennättivät tuonne kuninkaalliseen linnahan. Siellä heidän tulonsa suurta iloa synnytti, ja kuninkaan poika juoksi heitä vastaan sekä nosti hevosen selästä kamari-neitsyen, luullen häntä morsiameksensa; hänet sisälle saatettiin huoneihin, mutta oikean kuninkaan-tyttären täytyi jäädä portahien eteen. Silloin vanha kuningas akkunasta katsahti sekä näki tytön seisovan pihalla, ja huomattuaan, miten tuo oli hento, hempeä ja suloisen ihana, hän suoraa päätä meni kuninkaalliseen kamariin sekä kysyi morsiamelta: "kuka se lienee, joka tänne on tullut sinun seurassas ja nyt seisoo tuolla pihalla?" - "Hänen minä olen matkalla ottanut seuralaisekseni; määrätkää tytölle jotakin työtä, ett'ei hän siinä seisoisi laiskottelemassa." Mutta eipä vaari-kuningas tietänyt, mihin työhön tuo kelpaisi, ja sanoi sentähden: "onhan palvelioitteni joukossa poika rääsy, joka käy hanhiani kaitsemassa, hänen apulaiseksensa tyttö ruvetkohon." Poika oli 'Kaarlo' nimeltään, ja häntä nyt oikean morsiamen täytyi auttaa hanhien kaitsemisessa.
Mutta kohta väärä morsian sanoi nuorelle kuninkaalle: "puolisoni, rakkahimpani! minä sinua rukoilen, että erään asian minun mielikseni toimittaisit." - "Aivan halustakin," tämä vastasi. "Noh käske sitten, että nylkyri kaulan katkaisisi siltä hevoselta, jonka selässä tänne ratsastin, sillä se on matkalla minua suututtanut." Mutta oikeastaan hän pelkäsi hevosen ilmoittavan, mitenkä hän oli kuninkaan-tytärtä kohdellut. Olihan nyt siis niiksi käynyt, että uskollinen Liinaharja kuoleman omaksi joutuisi. Tämä myöskin oikean kuninkaan-tyttären kuultaviin tuli, ja hän salaa lupasi nylkyrille maksaa raha-summan, jos tuo hänelle pienen hyvän työn tekisi. Kaupungissa oli pitkä, pimeä portti-vaja, jonka kautta hanhien oli illoin aamuin meneminen, ja sen lakehen tyttö nyt pyysi että Liinaharjan pää naulattaisiin, jotta hän tuosta kulkeissaan sen saisi nähdä joka päivä. Nylkyri myöskin lupasi noudattaa tytön mieltä, hakkasi hevoselta pään ja naulasi sen tuon pimeän läpi-käytävän lakeen.
Seuraavana aamuna varahin, kun tyttö ja Kaarlo portti-vajan kautta ajoivat hanhet ulos laitumelle, sanoi ensinmainittu pään kohdalle tultuansa:
"voi tuossa täytyy rippua Liinaharjasen!"
ja pää siihen vastasi:
"voi tuossa täytyy kulkea kuningattaren!
vaan jos sen tietäisi äitisi,
sydän hältä varmaan sortuisi."
vaan jos sen tietäisi äitisi,
sydän hältä varmaan sortuisi."
Mitään puhumata tyttö sitten eteen-päin astui ulos kaupungista, ja he ajoivat hanhet laitumelle. Ja kun niitylle olivat ennättäneet, hän maahan istui ja rupesi kehittämään hiuksiansa, jotka kullan kiiltävinä nyt pääsivät hänen hartioillensa valumaan, ja Kaarlo tätä nähdessänsä ihastui sekä tahtoi hänen päästään nytkäistä pari hius-karvaa. Silloin sanoi tyttö:
"tuuli nopsa, heiluta
Kaarlon hattua!
hiukseni mä suoritan,
jolloin häntä juoksutan
sitä noutamaan."
Kaarlon hattua!
hiukseni mä suoritan,
jolloin häntä juoksutan
sitä noutamaan."
Ja tulipa silloin niin kova tuulis-pää, että se Kaarlolta vei hatun menemään pitkiä matkoja, ja hänen nyt oli perästä juokseminen. Kun hän sitten tytön luo palasi, tämän jo oli hiukset suoritettuna, eikä hän ainoatakaan karvaa saanut. Kaarlo tästä suuttui eikä enään sanaakaan tytölle puhunut; ja näin he siinä hanhia kaitsivat, kunnes tuli ilta, jolloinka kotia palasivat.
Seuraavana aamuna, kun he tuota pimeää läpi-käytävää taas kulkivat, lausui tyttö:
"voi tuossa täytyy rippua Liinaharjasen!"
ja Liinaharja vastasi:
"voi tuossa täytyy kulkea kuningattaren!
vaan jos sen tietäisi äitisi,
sydän hältä varmaan sortuisi."
vaan jos sen tietäisi äitisi,
sydän hältä varmaan sortuisi."
Ja niitylle tultuansa hän taas ruohikkoon istahti sekä rupesi hiuksiansa kampaamaan, ja Kaarlo häntä kohden juoksi aikoen puoleensa korjata jonkunkin hius-karvan, mutta nytpä neitonen pikaan lausui:
"tuuli nopsa, heiluta
Kaarlon hattua!
hiukseni mä suoritan,
jolloin häntä juoksutan
sitä noutamaan."
Kaarlon hattua!
hiukseni mä suoritan,
jolloin häntä juoksutan
sitä noutamaan."
Silloin nousi tuuli ja puhalsi hatun pois pojan päästä niin kau'as, että hänen kyllä kesti juosta sitä saavuttaaksensa. Ja kun hän kumppaninsa luoksi taas palasi, tämä jo aikaa sitten oli hiuksensa suorittanut, eikä poika parka saanut yhtäkään hius-karvaa: ja he siinä hanhen-kaitsinnassa hääräsivät, kunnes ehti ilta.
Mutta illalla, kotia tultuansa, meni Kaarlo vanhan kuninkaan puheelle ja sanoi: "minua ei enään haluta käydä tuon tytön kanssa hanhia kaitsemassa." - "Miksi ei?" kysyi vanha kuningas. "No niin, hän minua kaiken päivää suututtaa." Silloin vaari-kuningas käski pojan kertoa, mitenkä tyttö muka menetteli. Tähän vastasi Kaarlo: "aamulla kun me hanhi-karjoinemme tuosta pimeästä portista kuljemme, siinä portti-vajan laesta killuu hevosen pää ja sille sanoo tyttö:
"voi tuossa täytyy rippua Liinaharjasen!"
ja pää tähän vastaa:
"voi tuossa täytyy kulkea kuningattaren!
vaan jos sen tietäisi äitisi,
sydän hältä varmaan sortuisi."
vaan jos sen tietäisi äitisi,
sydän hältä varmaan sortuisi."
Ja sitten Kaarlo vielä kertoi, mitenkä tuolla niityllä oli käynyt, ja kuinka hänen siellä oli täytynyt juoksennella tuulen ajamaa hattuansa tavoittelemassa. Vanha kuningas nyt käski Kaarlon taas seuraavana päivänä lähteä paimeneen ja meni itse, aamun koittaessa, tuon pimeän portin taakse istumaan sekä kuuli siinä, mitä juttua tyttö ja Liinaharjan pää keskenänsä pitivät; sitten hän myöskin meni heidän perässänsä laitumelle ja pistäysi niityllä piilohon pensaistoon. Sieltä, hän nyt näki omin silmin, mitenkä poika ja tyttö hanhi-karjan ajoi syömään sekä miten sitten tyttö hetkisen kuluttua mättähälle istuutui ja rupesi kehittämään kullan-kiiltäviä hiuksiansa. Kohta tuo myöskin taas sanoi:
"tuuli nopsa, heiluta
Kaarlon hattua!
hiukseni mä suoritan,
jolloin häntä juoksutan
sitä noutamaan."
Kaarlon hattua!
hiukseni mä suoritan,
jolloin häntä juoksutan
sitä noutamaan."
Silloin tuli tuulis-pää ja sieppasi Kaarlolta hatun, jota pojan nyt täytyi pitkät matkat juosta hakemassa, mutta tyttö sillä välin äänetönnä suortuviansa kampasi ja palmikoisi; ja tämän kaiken otti varteen vanha kuningas. Sitten hän kenenkään huomaamata pujahti sieltä pois, ja kun illalla hanhen-paimenet olivat kotia palanneet, hän tytön kutsutti luoksensa sekä kysyi miksikä tämä oli nuot kaikki temput tehnyt. "Sitä en tohdi teille sanoa enkä uskalla kellekkään ihmiselle huoliani valittaa, sillä taivahan kautta olen vannonut ollakseni noista hiiskahtamata koska muutoin olisin henkeni menettänyt." Sekä käskemällä että kehoittamalla vanha kuningas kyllä parastansa pani mutta eipä hän tytöstä saanut lähtemään sen enempää. Silloin sanoi hän: "kosk'et mitään tahdo minulle ilmoittaa, niin usko takalle huoles," sekä läksi tiehensä. Nytpä tyttö takan uunihin hiipi, rupesi itkemään ja valittamaan sekä lausui: "täällä minä koko mailman hylkäämänä istua kökötän ja olempa kuitenkin kuninkaan-tytär; kavala kamari-neitsyt on väki-vallalla minua pakoittanut riisumaan kuninkaalliset vaattehet yltäni, on ylkäni luona anastanut minun sijani ja itse minun täytyy hanhen-kaitsiana halpaa tointa toimittaa. Jos tämän tietäisi äitini, hänen sydämmensä varmaankin pakahtuisi." Mutta vaari-kuningas kuuleskellen ylhäällä piili uunin-torven suussa ja kuuli selvästi, mitä tuo parka puhui. Hän nyt huonehesen riensi, käski tytön tulla ulos uunista sekä puetti hänet kuninkaalliseen pukuhun, ja neitosen ihanuus hänestä oikein ihmeeksi kävi. Vanha kuningas sitten tykönsä huusi poikansa ja ilmoitti hänelle, että hän väärän morsiamen oli saanut; tuo muka vain oli kamari-neitsyt, mutta täällähän seisoi oikea morsian, tämä entinen hanhi-piika. Nuori kuningas aivan ihastuksihin joutui huomatessaan hänen ihanuuttansa ja hänen siveyttään, ja pidettiimpä komeat pidot, joihin oli käsketty vieraita oikein kosolta. Pöydän päässä istui ylkä ja hänen vieressään toisella puolella prinsessa, toisella kamari-neitsyt, mutta tämä ikään-kuin sokaistuna oli eikä ollenkaan tuntenut tuota kiiltäviin koristuksihin puettua kuninkaan-tytärtä. Kun sitten oli syöty sekä juotu ja kaikki oikein olivat hyvällä tuulella, asetti vanha kuningas kamari-neitsyen arvattavaksi, mitä ansaitsisi semmoinen, joka häijysti oli herransa pettänyt, jutteli sitten koko tässä kerrotun tapauksen sekä kysyi lopuksi: "minkä tuomion nyt arvelet tuon ilkiön ansainnehen?" Väärä morsian siihen vastasi: "eipä tuommoinen hylky ansaitse parempaa, kuin että hänet ilki alastomaksi riisutaan ja pistetään tynnyrihin, jonka on sisä-puolelta laidat hakattu teräviä nauloja täyteen, ja että sitten tuon tynnyrin etehen valjastetaan kaksi valkoista hevosta sitä pitkin katuja vetämään, kunnes häijykäs heittää henkensä." - "Itsehän sinä tuo olet," sanoi vaari-kuningas, "oletpa nyt oman tuomios julistanut, ja noin myöskin tulee sinun käymään." Ja kun tämä tuomio oli toimeen pantu, nuori kuningas oikean morsiamensa otti puolisoksehen, ja onnellisina sitten molemmat rauhassa hallitsivat valtakuntaansa.