Érase una vez un hombre muy rico que tenía un criado, el cual lo servía con diligencia y honradez; todas las mañanas era el primero en levantarse, y por la noche, el último en acostarse; cuando se presentaba algún trabajo pesado del que todos huían, allí acudía él de buena gana. Jamás se quejaba, sino que siempre se le veía alegre y contento. Terminado su año de servicio, su amo no le pagó soldada alguna, pensando: "Es lo mejor que puedo hacer; de este modo ahorraré algo, y él no se marchará, sino que continuará sirviéndome". El mozo no reclamó nada, trabajó un segundo año con la misma asiduidad que el primero, y cuando, al término del plazo, vio que tampoco le pagaban, resignóse y siguió trabajando. Transcurrido el tercer año, el amo reflexionó unos momentos y se metió la mano en el bolsillo; pero volvió a sacarla vacía. Entonces el criado, decidiéndose al fin, le dijo:
- Señor, os he estado sirviendo lealmente durante tres años; espero, pues, que sepáis pagarme lo que en derecho me corresponde. Deseo ir a correr mundo.
- Sí, mi buen criado - respondióle el avaro -, me has servido asiduamente y te recompensaré con equidad - y, metiendo de nuevo mano en el bolsillo, dio tres cuartos al criado.
- Ahí tienes, a razón de cuarto por año; es una buena paga, y generosa; pocos amos te lo darían.
El buen mozo, que entendía poco de dinero, embolsó su capital, pensando: "Tengo buenas monedas en el bolsillo; no habré de preocuparme ni hacer trabajos pesados".
Y marchóse, monte arriba y monte abajo, cantando y brincando alegremente. Al pasar por unas malezas, salió de entre ellas un enano y le dijo:
- ¿Adónde vas, hermano Alegre? Por lo que veo, no te pesan mucho las preocupaciones.
- ¿Y por qué he de estar triste? - respondió el mozo -. Llevo el bolso bien provisto, con el salario de tres años.
- ¿Y a cuánto asciende tu riqueza? - inquirió el hombrecillo.
- ¿A cuánto? A tres cuartos, contantes y sonantes.
- Oye - dijo el enano -, yo soy pobre y estoy necesitado; regálame tus tres cuartos. No puedo trabajar, mientras que tú eres joven, y te será fácil ganarte el pan.
El mozo tenía buen corazón; se compadeció del hombrecillo y le alargó las tres monedas, diciéndole:
- Sea en nombre de Dios. De un modo u otro saldré de apuros.
Y entonces le dijo el enanito:
- Puesto que tienes buen corazón, te concedo tres gracias, una por cada cuarto; pide, y te serán otorgadas.
- ¡Vaya! - exclamó el mozo -; ¡conque tú eres de esos que entienden en hechizos! Pues bien, lo primero que deseo es una cerbatana que nunca falle la puntería; luego un violín que, mientras lo toque, haga bailar a cuantos lo oigan; y en tercer lugar, deseo que, cuando dirija un ruego a alguien, no pueda éste dejar de satisfacerlo.
- Todo eso tendrás - dijo el hombrecillo, y, metiendo mano en la maleza, ¡quién lo hubiera pensado!, sacó el violín y la cerbatana, como si los tuviese preparados de antemano. Dando los objetos al mozo, le dijo:
- Cualquier cosa que pidas, ningún ser humano podrá negártela.
"¿Qué más ambicionas corazón?", pensó el mozo mientras reemprendía su camino. Al poco rato encontróse con un judío, de larga barba de chivo; se había parado a escuchar el canto de un pájaro posado en la rama más alta de un árbol.
- ¡Es un milagro de Dios - exclamó - que un animalito tan pequeño tenga una voz tan poderosa! ¡Ah, si fuese mío! ¡Quién pudiera echarle sal en el rabo!
- Si no es más que esto - dijo el mozo -, pronto habré hecho bajar al pájaro -y, apuntándole con la cerbatana, al instante cayó el animalito en medio de los espinos.
- ¡Anda, bribón! - dijo al judío -; ¡saca el pájaro de ahí!
- A fe mía que lo haré - replicó éste -. ¡Quien no cuida de su hacienda, se la lleva el diablo! Recogeré el pájaro, puesto que lo has acertado - y, tendiéndose en el suelo, introdújose a rastras por entre los zarzales. Cuando estaba ya en medio de los espinos, ocurriósele al buen mozo la idea de jugarle una mala pasada y, descolgándose el violín, se puso a tocar. Inmediatamente, el judío, levantando las piernas, se puso a bailar, y cuanto más rascaba el músico, más se animaba la danza. Pero los espinos le rompían sus deshilachadas ropas, le peinaban la barba de chivo y le desgarraban la piel de todo el cuerpo.
- ¡Eh! - exclamó el judío-, ¡a qué sales ahora con tu música! Deja ya el violín, que no tengo ganas de bailar.
Pero el mozo siguió rasca que te rasca, pensando: "¡Bastante has desollado tú a la gente; verás cómo el espino te desuella ahora a ti!", y continúo tocando con mayores bríos. Redoblaron los saltos y brincos del judío, cuyos vestidos, desgarrados por las espinas, se quedaban colgando, en pingajos, de la zarza.
- ¡Basta, basta! - gritaba el hombre -. Te daré lo que quieras, con tal que dejes de tocar. ¡Una bolsa llena de oro!
- Si tan generoso eres - replicó el mozo -, dejaré de tocar; una cosa he de reconocer, sin embargo, y es que bailas que es un primor - y, cogiendo la bolsa, prosiguió su camino.
El judío se quedó parado, siguiéndolo con la vista y sin chistar hasta que el mozo hubo desaparecido en la lejanía. Entonces se puso a gritar con todas sus fuerzas:
- ¡Músico miserable, violinista de taberna, espera a que te atrape! ¡Te juro que correrás hasta que te quedes sin suelas! ¡Pelagatos, muerto de hambre, que no vales dos ochavos! - y siguió escupiendo todos los improperios que le vinieron a la boca. Una vez se hubo desahogado un poco, corrió a la ciudad y se presentó al juez:
- ¡Señor juez, justicia pido! Un desalmado me ha robado en mitad del camino y me ha dejado como veis. ¡Hasta las piedras se compadecerían! Los vestidos rotos, todo el cuerpo arañado y maltrecho. ¡Mi pobre dinero robado, con bolsa y todo! Ducados de oro eran, si uno hermoso, el otro más. Por amor de Dios, mandad que prendan al ladrón.
- ¿Fue acaso un soldado que la emprendió contigo a sablazos? - preguntóle el juez.
- ¡Dios nos guarde! - respondió el judío -; ni siquiera llevaba una mala espada; sólo una cerbatana y un violín colgado del cuello; el muy bribón es fácil de reconocer.
El juez envió a sus hombres en persecución del culpable. No tardaron en alcanzar al muchacho, que caminaba sin prisa, y le encontraron la bolsa con el dinero. Llevado ante el tribunal, dijo:
- Yo no he tocado al judío ni le he quitado el dinero; fue él quien me lo ofreció voluntariamente, para que dejase de tocar el violín, pues parece que mi música no le gustaba.
- ¡Dios nos guarde! - exclamó el judío -. Éste caza las mentiras como moscas en la pared.
Tampoco el juez quiso creerlo, y dijo:
- Muy mala es esta excusa; ningún judío haría tal cosa -, y, considerando que se trataba de un delito de asalto y robo en la vía pública, condenó al mozo a la horca. Cuando ya lo conducían al suplicio, el judío no cesaba de gritarle:
- ¡Haragán, músico de pega! ¡Ahora recibirás tu merecido!
El condenado subió tranquilamente las escaleras del cadalso junto con el verdugo; pero, al llegar arriba, volvióse para decir al juez:
- Concededme una gracia antes de morir.
- De acuerdo - respondió el juez -, con tal de que no sea la vida.
- No pediré la vida - replicó el mozo -, sino sólo que me permitáis tocar el violín por última vez.
El judío puso el grito en el cielo:
- ¡Por amor de Dios, no se lo permitáis, no se lo permitáis!
Pero el juez dijo:
- ¿Y por qué no he concederle este breve placer? Tiene derecho a ello, y no hay porque privárselo.
Por otra parte no se podía negar, si recordamos el don que había sido otorgado al mozo. Gritó entonces el judío:
- ¡Ay de mí! ¡Atadme, atadme fuerte!
Entretanto, el buen mozo se descolgó el violín y se puso a tocar. A la primera nota, todo el mundo empezó a menearse y oscilar: el juez, el escribano y los alguaciles; y la cuerda se cayó de la mano del que se disponía a amarrar al judío. A la segunda nota, levantaron todos las piernas, y el verdugo, soltando al reo, inició también la danza; a la tercera, todo el mundo estaba ya saltando: el juez y el judío en primer término, y con el mayor entusiasmo. A los pocos momentos bailaba toda la gente que la curiosidad había congregado en la plaza: viejos y jóvenes, gordos y flacos, en enorme confusión. Hasta los perros que habían acudido saltaban sobre las patas traseras. Y cuanto más tocaba, tanto mayores eran los brincos de los bailadores, que, dándose unos a otros de cabezadas, empezaron a gritar lamentablemente. Al fin el juez, jadeante, levantó la voz:
- ¡Te perdono la vida si dejas de tocar!
El buen mozo, compadecido, interrumpió la música y, colgándose el violín del cuello, descendió las escaleras del patíbulo. Acercándose al judío que, tendido en tierra, trataba de recobrar el aliento, le dijo:
- ¡Bribón, confiesa ahora de dónde sacaste este dinero o vuelvo a coger el violín!
- ¡Lo he robado, lo he robado - exclamó el judío -, mientras que tú lo ganaste honradamente!
Y el juez mandó que ahorcasen al judío por ladrón.
- Señor, os he estado sirviendo lealmente durante tres años; espero, pues, que sepáis pagarme lo que en derecho me corresponde. Deseo ir a correr mundo.
- Sí, mi buen criado - respondióle el avaro -, me has servido asiduamente y te recompensaré con equidad - y, metiendo de nuevo mano en el bolsillo, dio tres cuartos al criado.
- Ahí tienes, a razón de cuarto por año; es una buena paga, y generosa; pocos amos te lo darían.
El buen mozo, que entendía poco de dinero, embolsó su capital, pensando: "Tengo buenas monedas en el bolsillo; no habré de preocuparme ni hacer trabajos pesados".
Y marchóse, monte arriba y monte abajo, cantando y brincando alegremente. Al pasar por unas malezas, salió de entre ellas un enano y le dijo:
- ¿Adónde vas, hermano Alegre? Por lo que veo, no te pesan mucho las preocupaciones.
- ¿Y por qué he de estar triste? - respondió el mozo -. Llevo el bolso bien provisto, con el salario de tres años.
- ¿Y a cuánto asciende tu riqueza? - inquirió el hombrecillo.
- ¿A cuánto? A tres cuartos, contantes y sonantes.
- Oye - dijo el enano -, yo soy pobre y estoy necesitado; regálame tus tres cuartos. No puedo trabajar, mientras que tú eres joven, y te será fácil ganarte el pan.
El mozo tenía buen corazón; se compadeció del hombrecillo y le alargó las tres monedas, diciéndole:
- Sea en nombre de Dios. De un modo u otro saldré de apuros.
Y entonces le dijo el enanito:
- Puesto que tienes buen corazón, te concedo tres gracias, una por cada cuarto; pide, y te serán otorgadas.
- ¡Vaya! - exclamó el mozo -; ¡conque tú eres de esos que entienden en hechizos! Pues bien, lo primero que deseo es una cerbatana que nunca falle la puntería; luego un violín que, mientras lo toque, haga bailar a cuantos lo oigan; y en tercer lugar, deseo que, cuando dirija un ruego a alguien, no pueda éste dejar de satisfacerlo.
- Todo eso tendrás - dijo el hombrecillo, y, metiendo mano en la maleza, ¡quién lo hubiera pensado!, sacó el violín y la cerbatana, como si los tuviese preparados de antemano. Dando los objetos al mozo, le dijo:
- Cualquier cosa que pidas, ningún ser humano podrá negártela.
"¿Qué más ambicionas corazón?", pensó el mozo mientras reemprendía su camino. Al poco rato encontróse con un judío, de larga barba de chivo; se había parado a escuchar el canto de un pájaro posado en la rama más alta de un árbol.
- ¡Es un milagro de Dios - exclamó - que un animalito tan pequeño tenga una voz tan poderosa! ¡Ah, si fuese mío! ¡Quién pudiera echarle sal en el rabo!
- Si no es más que esto - dijo el mozo -, pronto habré hecho bajar al pájaro -y, apuntándole con la cerbatana, al instante cayó el animalito en medio de los espinos.
- ¡Anda, bribón! - dijo al judío -; ¡saca el pájaro de ahí!
- A fe mía que lo haré - replicó éste -. ¡Quien no cuida de su hacienda, se la lleva el diablo! Recogeré el pájaro, puesto que lo has acertado - y, tendiéndose en el suelo, introdújose a rastras por entre los zarzales. Cuando estaba ya en medio de los espinos, ocurriósele al buen mozo la idea de jugarle una mala pasada y, descolgándose el violín, se puso a tocar. Inmediatamente, el judío, levantando las piernas, se puso a bailar, y cuanto más rascaba el músico, más se animaba la danza. Pero los espinos le rompían sus deshilachadas ropas, le peinaban la barba de chivo y le desgarraban la piel de todo el cuerpo.
- ¡Eh! - exclamó el judío-, ¡a qué sales ahora con tu música! Deja ya el violín, que no tengo ganas de bailar.
Pero el mozo siguió rasca que te rasca, pensando: "¡Bastante has desollado tú a la gente; verás cómo el espino te desuella ahora a ti!", y continúo tocando con mayores bríos. Redoblaron los saltos y brincos del judío, cuyos vestidos, desgarrados por las espinas, se quedaban colgando, en pingajos, de la zarza.
- ¡Basta, basta! - gritaba el hombre -. Te daré lo que quieras, con tal que dejes de tocar. ¡Una bolsa llena de oro!
- Si tan generoso eres - replicó el mozo -, dejaré de tocar; una cosa he de reconocer, sin embargo, y es que bailas que es un primor - y, cogiendo la bolsa, prosiguió su camino.
El judío se quedó parado, siguiéndolo con la vista y sin chistar hasta que el mozo hubo desaparecido en la lejanía. Entonces se puso a gritar con todas sus fuerzas:
- ¡Músico miserable, violinista de taberna, espera a que te atrape! ¡Te juro que correrás hasta que te quedes sin suelas! ¡Pelagatos, muerto de hambre, que no vales dos ochavos! - y siguió escupiendo todos los improperios que le vinieron a la boca. Una vez se hubo desahogado un poco, corrió a la ciudad y se presentó al juez:
- ¡Señor juez, justicia pido! Un desalmado me ha robado en mitad del camino y me ha dejado como veis. ¡Hasta las piedras se compadecerían! Los vestidos rotos, todo el cuerpo arañado y maltrecho. ¡Mi pobre dinero robado, con bolsa y todo! Ducados de oro eran, si uno hermoso, el otro más. Por amor de Dios, mandad que prendan al ladrón.
- ¿Fue acaso un soldado que la emprendió contigo a sablazos? - preguntóle el juez.
- ¡Dios nos guarde! - respondió el judío -; ni siquiera llevaba una mala espada; sólo una cerbatana y un violín colgado del cuello; el muy bribón es fácil de reconocer.
El juez envió a sus hombres en persecución del culpable. No tardaron en alcanzar al muchacho, que caminaba sin prisa, y le encontraron la bolsa con el dinero. Llevado ante el tribunal, dijo:
- Yo no he tocado al judío ni le he quitado el dinero; fue él quien me lo ofreció voluntariamente, para que dejase de tocar el violín, pues parece que mi música no le gustaba.
- ¡Dios nos guarde! - exclamó el judío -. Éste caza las mentiras como moscas en la pared.
Tampoco el juez quiso creerlo, y dijo:
- Muy mala es esta excusa; ningún judío haría tal cosa -, y, considerando que se trataba de un delito de asalto y robo en la vía pública, condenó al mozo a la horca. Cuando ya lo conducían al suplicio, el judío no cesaba de gritarle:
- ¡Haragán, músico de pega! ¡Ahora recibirás tu merecido!
El condenado subió tranquilamente las escaleras del cadalso junto con el verdugo; pero, al llegar arriba, volvióse para decir al juez:
- Concededme una gracia antes de morir.
- De acuerdo - respondió el juez -, con tal de que no sea la vida.
- No pediré la vida - replicó el mozo -, sino sólo que me permitáis tocar el violín por última vez.
El judío puso el grito en el cielo:
- ¡Por amor de Dios, no se lo permitáis, no se lo permitáis!
Pero el juez dijo:
- ¿Y por qué no he concederle este breve placer? Tiene derecho a ello, y no hay porque privárselo.
Por otra parte no se podía negar, si recordamos el don que había sido otorgado al mozo. Gritó entonces el judío:
- ¡Ay de mí! ¡Atadme, atadme fuerte!
Entretanto, el buen mozo se descolgó el violín y se puso a tocar. A la primera nota, todo el mundo empezó a menearse y oscilar: el juez, el escribano y los alguaciles; y la cuerda se cayó de la mano del que se disponía a amarrar al judío. A la segunda nota, levantaron todos las piernas, y el verdugo, soltando al reo, inició también la danza; a la tercera, todo el mundo estaba ya saltando: el juez y el judío en primer término, y con el mayor entusiasmo. A los pocos momentos bailaba toda la gente que la curiosidad había congregado en la plaza: viejos y jóvenes, gordos y flacos, en enorme confusión. Hasta los perros que habían acudido saltaban sobre las patas traseras. Y cuanto más tocaba, tanto mayores eran los brincos de los bailadores, que, dándose unos a otros de cabezadas, empezaron a gritar lamentablemente. Al fin el juez, jadeante, levantó la voz:
- ¡Te perdono la vida si dejas de tocar!
El buen mozo, compadecido, interrumpió la música y, colgándose el violín del cuello, descendió las escaleras del patíbulo. Acercándose al judío que, tendido en tierra, trataba de recobrar el aliento, le dijo:
- ¡Bribón, confiesa ahora de dónde sacaste este dinero o vuelvo a coger el violín!
- ¡Lo he robado, lo he robado - exclamó el judío -, mientras que tú lo ganaste honradamente!
Y el juez mandó que ahorcasen al judío por ladrón.
Er was eens een rijk man, en hij had een knecht die hem vol ijver diende, 's Morgens was hij het eerst uit bed, 's avonds het laatste erin en als er zwaar of moeilijk werk was, dan pakte hij altijd het eerst aan. En hij klaagde nooit, maar was altijd tevreden en altijd vrolijk. Toen het jaar om was, gaf de man hem geen loon maar dacht: "Zo doe ik het slimste, nu kan ik dat uitsparen, en hij gaat toch niet weg, maar blijft rustig in mijn dienst." De knecht zweeg er ook over, het tweede jaar deed hij zijn werk als het eerste, en toen hij aan 't eind weer geen loon kreeg, liet hij dat nog toe en bleef nog eens. Toen nu ook het derde jaar om was, bedacht de meester zich, greep in zijn zak, maar hij nam er niets uit. Dan begon de knecht eindelijk te spreken en zei: "Heer, ik heb u drie jaar lang trouw en met ere gediend, wees zo goed en geef mij, wat mij toekomt: ik wilde nu gaan en wilde nog eens wat meer van de wereld gaan zien." Toen antwoordde de vrek: "Ja beste knecht, je hebt me altijd trouw gediend en je zult er goed voor beloond worden," en weer greep hij in zijn jaszak en betaalde de knecht met drie enkele stuivers: "daar heb je voor elk jaar een stuiver; het is een groot en rijk loon, zoals je van weinig heren zou hebben gekregen." Maar de goede knecht die van geld maar weinig afwist, streek zijn kapitaal op en dacht: "Nu heb je volop in je zak, wat voor zorgen heb je nu nog en waarom zou je 't je moeilijk maken met zwaar werk."
En hij trok weg, berg op, berg af, zingend en springend naar hartelust. Toen hij langs een bosje liep, kwam daar een klein mannetje uit en riep hem toe: "Waarheen gaat dat, jij vrolijke Frans? Ik kan wel zien datje aan je zorgen geen zware last hebt." - "Waar zou ik zorg over hebben," antwoordde de knecht, "ik heb volop, het loon van drie jaar danst in mijn geldzak." - "Hoeveel bedraagt die schat?" vroeg het mannetje hem. "Hoeveel? Wel drie hele stuivers welgeteld." - "Hoor eens," zei de dwerg, "ik ben een arme stakker van een man. Geef mij die drie stuivers; ik kan niet meer werken. Maar jij bent jong en kunt je brood nog makkelijk verdienen." En omdat de knecht een goed hart hard en medelijden had met dat kleine mannetje, reikte hij hem zijn drie stuivers aan en zei: "Nu, in Godsnaam. Het zal mij toch wel goed gaan." Toen zei de dwerg: "Ik zie dat je een goed hart hebt; en ik sta je drie wensen toe, één voor elke stuiver; die zullen vervuld worden." - "Aha," zei de knecht, "jij bent er nog eens eentje. Nu, als het dan toch kan: dan wens ik me ten eerste een blaaspijp die alles treft waarnaar ik mikken wil, ten tweede een viool, en als ik daarop speel, moet alles dansen wat die klank hoort, ten derde dat een vraag me niet geweigerd wordt." - "Dat kan je allemaal krijgen," zei de dwerg en hij haalde wat tussen de struiken, en denk eens, daar lagen de viool en de pijp al klaar alsof ze besteld waren. Hij gaf beide dingen aan de knecht en sprak toen: "Welk verzoek je ooit aan iemand doet, niemand ter wereld zal het afslaan." - "Mijn hartje, wat wil je nog meer?" zei de knecht tegen zichzelf en hij trok vrolijk verder. Weldra ontmoette hij een Jood met een lange sik; hij stond naar 't gezang van een vogel te luisteren die helemaal op het topje van een boom zat. "Een wonder van God!" riep hij uit, "zo'n kleine dier en zo'n geweldige stem! Als die nu eens van mij was! Kon ik hem maar wat zout op zijn staart strooien!" - "Als het anders niet is," zei de knecht, "die vogel kan gauw beneden zijn," en hij legde aan en hij trof hem precies; en de vogel viel in de doornhaag. "Kom, kerel," zei hij tegen de Jood, "haal je vogel maar." - "Die is van mij," zei de Jood, "ik zal hem halen, omdat hij nu toch getroffen is." En hij ging op de grond liggen en werkte zich al kruipend in de haag. Toen hij midden in de dorens was, kreeg de knecht ineens een ondeugende inval en hij nam zijn viool en begon te spelen. Meteen begon de Jood de benen op te heffen en te springen, en hoe harder hij speelde, hoe sneller de dans. Maar de dorens verscheurden zijn versleten pak, kamden hem zijn sik uit en staken hem over zijn hele lijf. "Wat moet dat fiedelen!" riep de Jood, "meneer moet dat spelen laten, ik wil niet dansen!" Maar de knecht luisterde niet en dacht: "Jij hebt de mensen genoeg laten lijden; nu zal de doornhaag je niet beter maken," en hij speelde opnieuw, zodat de Jood hoger moest springen en de lappen van zijn pak aan de stekels bleven hangen. "O wee!" riep de Jood, "ik zal meneer geven wat hij verlangt, een buidel vol goud, als hij maar ophoudt met spelen." - "Als je zoveel geld kunt geven," sprak de knecht, "dan wil ik wel met de muziek ophouden, maar dat moet ik tot je eer zeggen, je kunt uitstekend dansen!" en hij nam de buidel op en ging verder.
De Jood bleef staan, keek hem na en was stil tot de knecht een heel eind weg was, en helemaal uit zijn ogen verdwenen. Dan schreeuwde hij uit alle macht: "Jij miserabele muzikant, jij bierfiedelaar, wacht maar tot ik jou eens alleen tref! Dan zal ik je zo opjagen, dat je de zolen van je schoenen zult verliezen, lomperd, hang een kwartje aan je hals, dan ben je zes stuivers waard!" en hij bleef schelden wat hij maar bedenken kon. En toen hij zich daaraan tegoed had gedaan en wat lucht gekregen had, liep hij in de stad naar de rechter. "Rechter! o wee! Kijk eens, hoe een goddeloos mens mij zo maar op de openbare weg heeft beroofd en kwaad gedaan: een steen op de aarde zou nog medelijden hebben: mijn kleren gescheurd! mijn ledematen gestoken en gekrabd! mijn beetje armoe en mijn buidel geld genomen! Allemaal dukaten, de één nog mooier dan de ander: om Gods wil, werp die man in de gevangenis!" De rechter sprak: "Was dat een soldaat die je zo heeft toegetakeld met zijn sabel?" - "God beware ons!" zei de Jood, "een naakte degen heeft hij niet gehad, maar een blaaspijp had hij en een viool om zijn hals hangen, die booswicht is gemakkelijk te vinden."
De rechter zond zijn mannen uit om hem te zoeken en ze vonden de goede knecht, hij was heel langzaam verder gelopen en de buidel met goudstukken had hij nog bij zich. Toen hij voor het gerecht werd gesleept, zei hij: "Ik heb die Jood niet aangeraakt en ik heb hem het geld niet afgenomen, hij heeft het mij uit vrije wil aangeboden, want hij wilde dat ik ophield met vioolspelen, want hij kon niet tegen mijn muziek." - "God beware ons!" riep de Jood, "die heeft leugens bij de hand als vliegen aan de wand." Maar de rechter geloofde het ook niet en zei: "Dat is een slechte verontschuldiging; een Jood biedt geen geld aan," en hij veroordeelde de goede knecht wegens straatroof tot de galg. En toen hij weggevoerd werd, schreeuwde de Jood hem nog toe: "Jij kerel in een berevel, jij hondenmuzikant, nu krijg je je verdiende loon!" De knecht steeg heel rustig met de beul de ladder op, maar op de laatste sport draaide hij zich om en zei: "Vervul van mij nog één wens, voor ik sterf." - "Ja," zei de rechter, "behalve dan je leven." - "Ik vraag niet om mijn leven," zei de knecht, "ik vraag, laat me voor 't laatst nog eens op mijn viool te spelen." De Jood schreeuwde het uit: "Om Gods wil, sta dat niet toe, sta dat niet toe!" Maar de rechter zei: "Waarom zou ik hem die korte vreugde niet gunnen: het is hem toegestaan." Want hij kon het niet afslaan, om die gave die de knecht gegeven was. Maar de Jood riep: "O wee! o wee! Bind me vast! Bind me vast!" Nu nam de knecht zijn viool van de band, zette hem onder de kin, en toen de strijkstok over de snaren ging, begon alles te wiegen en te wiebelen; de rechter, de schrijver en de gerechtsdienaars, de strik viel de beul uit de hand, die de Jood zou vastbinden, en bij de tweede streek over de snaren hieven allen hun benen op, de beul liet hem los en begon te dansen; bij de derde streek sprongen allen in de hoogte en begonnen ook te dansen, en de rechter en de Jood samen vooraan en ze dansten het mooist. Weldra danste ieder mee die uit nieuwsgierigheid op de markt was gekomen, ouden en jongen met elkaar en dikken en dunnen, zelfs de honden die meegelopen waren, gingen op hun achterpoten staan en dansten mee. En hoe langer hij speelde, des te hoger sprongen de dansers, zodat ze elkaar tegen 't hoofd stootten en ze begonnen te schreeuwen. Eindelijk riep de rechter buiten adem: "Ik schenk je 't leven, maar hou op met vioolspelen." De knecht liet zich bepraten, legde de viool weg, hing ze weer om zijn hals en kwam de ladder af. Hij ging naar de Jood die op de grond naar adem lag te snakken en hij zei: "Schurk, erken nu, waar je het geld vandaan had, of ik neem de viool weer van de hals en begin weer te spelen." - "Gestolen heb ik het, gestolen!" riep hij, "maar jij had het eerlijk verdiend." En nu liet de rechter de Jood naar de galg leiden' en als dief ophangen.