Los dos príncipes


De to kongebørn


Érase una vez un rey que tenía un hijo, todavía niño. Una profecía había anunciado que al niño lo mataría un ciervo cuando cumpliese los dieciséis años. Habiendo ya llegado a esta edad, salió un día de caza con los monteros, y, una vez en el bosque, quedó un momento separado de los demás. De pronto se le presentó un enorme ciervo; él quiso derribarlo, pero erró la puntería. El animal echó a correr perseguido por el mozo, hasta que salieron del bosque. De repente, el príncipe vio ante sí, en vez del ciervo, un hombre de talla descomunal que le dice:
- Ya era hora de que fueses mío. He roto seis pares de patines de cristal persiguiéndote, sin lograr alcanzarte.
Y, así diciendo, se lo llevó. Después de cruzar un caudaloso río, lo condujo a un gran castillo real, donde lo obligó a sentarse a una mesa y comer. Comido que hubieron, le dijo el Rey:
- Tengo tres hijas. Velarás una noche junto a la mayor, desde las nueve hasta las seis de la madrugada. Yo vendré cada vez que el reloj dé las horas, y te llamaré. Si no me respondes, mañana morirás; pero si me respondes, te daré a la princesa por esposa.
Los dos jóvenes entraron, pues, en el dormitorio, y en él había un San Cristóbal de piedra.
La muchacha dijo a San Cristóbal:
- A partir de las nueve vendrá mi padre cada hora, hasta que den las tres. Cuando pregunte, contestadle vos en lugar del príncipe.
El Santo bajó la cabeza asintiendo, con un movimiento que empezó muy rápido y luego fue haciéndose más lento, hasta quedarse de nuevo inmóvil.
A la mañana siguiente díjole el Rey:
- Has hecho bien las cosas; pero antes de darte a mi hija mayor, deberás pasar otra noche con la segunda, y entonces decidiré si te caso con aquélla. Pero voy a presentarme cada hora, y cuando te llame, contéstame. Si no lo haces, tu sangre correrá.
Entraron los dos en el dormitorio, donde se levantaba un San Cristóbal todavía mayor, al que dijo, asimismo, la princesa:
- Cuando mi padre pregunte, respóndele tú.
Y el gran Santo de piedra bajó también la cabeza varias veces, rápidamente las primeras, y con más lentitud las sucesivas, hasta volver a quedar inmóvil. El príncipe se echó en el umbral de la puerta y, poniéndose la mano debajo de la cabeza, se durmió.
Dijo el Rey a la mañana siguiente:
- Lo has hecho bien, pero no puedo darte a mi hija. Antes debes pasar una tercera noche en vela, esta vez con la más pequeña. Luego decidiré si te concedo la mano de la segunda. Pero volveré todas las horas, y, cuando llame, responde; de lo contrario, correrá tu sangre.
Entraron los dos jóvenes en el dormitorio de la doncella, y en él había una estatua de San Cristóbal, mucho más alta que los dos anteriores. Díjole la princesa:
- Cuando llame mi padre, contesta.
El gran Santo de piedra estuvo lo menos media hora diciendo que sí con la cabeza, antes de volverse a quedar inmóvil. El hijo del Rey se tendió en el umbral y durmió tranquilamente.
A la mañana siguiente le dijo el Rey:
- Aunque has cumplido puntualmente mis órdenes, todavía no puedo otorgarte a mi hija. Tengo ahí fuera un extenso bosque; si eres capaz de talarlo todo desde las seis de esta mañana hasta las seis de la tarde, veré lo que puedo hacer por ti.
Y le dio un hacha, una cuña y un pico, todo de cristal. Al llegar el mozo al bosque, púsose a trabajar; pero al primer hachazo se le partió la herramienta, probó entonces con la cuña y el pico; más también al primer golpe se le deshicieron como si fuesen de arena. Afligióse mucho y pensó que había sonado su última hora; sentóse en el suelo y se echó a llorar.
A mediodía dijo el Rey:
- Que vaya una de las muchachas a llevarle algo de comer.
- No - contestaron las dos mayores -, no le llevaremos nada. Que lo haga la que pasó con él la última noche.
Y la menor hubo de ir a llevarle la comida. Al llegar al bosque preguntóle qué tal le iba, y él contestó que muy mal. Díjole la doncella que comiese algo; pero el príncipe se negó. ¿Para qué comer, si tenía que morir? Ella lo animó con buenas palabras, y, al fin, pudo persuadirlo de que comiera. Cuando hubo tomado algún alimento, le dijo:
- Te acariciaré un poquitín, y así te vendrán pensamientos más agradables.
Y bajo sus caricias, sintiendo el muchacho un gran cansancio, se quedó dormido. Entonces la princesa, sacando el pañuelo y haciéndole un nudo, golpeó con él por tres veces la tierra, exclamando:
- ¡Trabajadores, aquí!
E inmediatamente aparecieron muchísimos enanos y le preguntaron qué les mandaba.
- En tres horas debe quedar talado, todo el bosque y estibados todos los troncos.
Los hombrecillos llamaron en su ayuda a toda su parentela, pusiéronse a la faena y, a las tres horas, todo estaba listo. Presentáronse a la princesa a comunicárselo, y ella, sacando de nuevo el pañuelo blanco, gritó:
- ¡Trabajadores, a casa!
Y, en un abrir y cerrar de ojos, todos se esfumaron. Al despertarse el hijo del Rey tuvo gran alegría, y la princesa le dijo:
- En cuanto den las seis, te vienes a casa. Así lo hizo, y le preguntó el Rey:
- ¿Has talado el bosque?
- Sí - respondió él.
Estando en la mesa, díjole el Monarca: - Todavía no puedo darte a mi hija por esposa. Quiero que hagas aún otra cosa.
- ¿Qué cosa? - preguntó el muchacho.
- Tengo un gran estanque. Mañana irás allí y le quitarás todo el barro, de manera que quede límpido y terso como un espejo, y, además, habrá de contener toda clase de peces.
Por la mañana le dio una pala de cristal y le dijo: - A las seis debe quedar listo el trabajo.
Marchóse el mozo y, llegado al estanque, al clavar la pala en el cieno se le rompió. Probó luego con el azadón, pero se le partió igualmente; y otra vez sintióse invadido por la tristeza. A mediodía, la princesita volvió a llevarle comida, y le preguntó qué tal le iba el trabajo. El muchacho hubo de responderle que muy mal, y que le costaría la cabeza:
- Se me ha roto de nuevo la herramienta -añadió.
- Lo mejor es que comas algo. Así te vendrán otras ideas.
Resistióse él a comer, diciendo que estaba demasiado triste, pero ella insistió hasta persuadirlo. Luego volvió a acariciarlo, y él se quedó dormido. Sacó la doncella el pañuelo, le hizo un nudo y, golpeando el suelo con él, por tres veces gritó:
- ¡Trabajadores, aquí!
Y volvieron a comparecer muchísimos enanitos, los cuales le preguntaron qué deseaba. En el espacio de tres horas deberían limpiar completamente el estanque, dejándolo tan terso que uno pudiese mirarse en él, y, además, debían poblarlo de todo género de peces. Pidieron los enanos la ayuda de sus congéneres, y a las dos horas quedaba todo terminado. Después se presentaron a la princesa, diciéndole:
- Hemos hecho lo que nos ordenaste.
Y la princesa, sacando el pañuelo y dando con él otros tres golpes en la tierra, dijo:
- ¡Trabajadores, a casa!
Al despertar el hijo del Rey, el estanque estaba limpio, y la princesa le dijo que a las seis regresara a palacio. Preguntóle el Rey al llegar:
- ¿Has limpiado bien el estanque?
- Sí - respondió el príncipe.
- A pesar de ello, todavía no puedo otorgarte la mano de mi hija. Debes hacer otra cosa.
- ¿Qué cosa? - preguntó el mozo.
- Tengo una gran montaña - dijo el Rey -, toda ella invadida de matorrales y espinos. Tendrás que cortarlos y edificar en la cumbre un gran palacio, magnífico, como nadie haya visto jamás otro semejante. Y dentro le pondrás todos los muebles y enseres domésticos.
Cuando se levantó a la mañana siguiente, el Rey diole un hacha y una barrena, las dos de cristal, y lo despachó advirtiéndole que a las seis debería estar todo terminado. Al primer golpe que asestó a un espino, el hacha le voló en mil pedazos, y tampoco hubo modo de utilizar la barrena.
Afligido, aguardó el muchacho la llegada de su princesa, esperando que volviera a sacarlo de su difícil situación. Y, en efecto, presentóse a mediodía con la comida. Salióle él al encuentro y, después de comer un poquito, durmióse otra vez bajo sus caricias.
La princesa sacó de nuevo el pañuelo y repitió la llamada:
- ¡Trabajadores, aquí!
Y nuevamente aparecieron los enanitos y pidieron órdenes. Díjoles ella:
- En el término de tres horas debéis tener cortado toda la maleza y los espinos, y construido en lo alto de la montaña el palacio más bonito que un hombre pueda imaginar, y provisto de todos los muebles y enseres necesarios.
Salieron los hombrecillos en busca de sus parientes, y, a la hora señalada, la labor había quedado lista. Acudieron a comunicarlo a la princesa, y ella, golpeando la tierra por tres veces con su pañuelo, exclamó:
- ¡Trabajadores, a casa!
Desaparecieron todos en el acto. Al despertarse el hijo del Rey y ver todo aquello, sintióse feliz como el pájaro en el aire, y a las seis se encaminaron los dos a palacio.
- ¿Está terminado el trabajo? - preguntó el Rey.
- Sí - respondió el príncipe. Ya en la mesa, dijo el Monarca:
- No puedo darte a mi hija menor antes de que haya casado a las dos mayores.
Estas palabras entristecieron profundamente a los dos jóvenes: pero no se veía la manera de solucionar el caso. Llegada la noche, los dos príncipes huyeron. Cuando ya se habían alejado un buen trecho, al volverse ella a mirar atrás vio a su padre que los perseguía.
- ¡Ay! - exclamó -. ¿Qué hacemos ahora? Mi padre viene en nuestra busca y nos alcanzará. Mira, te transformaré en espino, y yo me convertiré en rosa. En el centro de la zarza seguramente estaré a salvo.
Y, al llegar el Rey al lugar, sólo vio una zarza espinosa y una rosa en medio. Intentó cortar la flor, pero se le clavó una espina en el dedo, obligándolo a desistir y a regresar a palacio. Preguntóle su esposa por qué no había capturado a los fugitivos, y el Rey le explicó que, cuando ya casi los había alcanzado, de repente desaparecieron de su vista, y sólo vio un rosal con una rosa en medio. Dijo la Reina:
- Pues debiste cortar la rosa. El rosal habría seguido por sí mismo.
Marchóse de nuevo el Rey en busca de la rosa; pero, entretanto los fugitivos habían avanzado mucho, y su perseguidor fue tras ellos sin descanso. Volvió la princesa nuevamente la cabeza y vio a su padre. Y dijo:
- ¡Ay! ¿Qué hacemos? Te transformaré en una iglesia, y yo seré el cura y predicaré desde el púlpito.
Al llegar el Rey se encontró frente a un templo, en cuyo púlpito un cura estaba predicando. Escuchó el hombre el sermón y regresa a palacio; entonces su mujer volvió a preguntarle por qué no traía a la pareja. Respondió el Rey:
- Corrí largo trecho tras ellos, y cuando ya creía darles alcance, me encontré con una iglesia, y en el púlpito, un cura predicando.
- Debiste traerte al cura - riñóle la mujer -. La iglesia habría seguido por sí sola. Ya veo que de nada sirve mandarte a ti. No hay más remedio; tengo que ir yo misma.
Cuando la Reina vio desde lejos a los que huían, su hija, que también había visto a su madre, exclamó:
- ¡Ay de nosotros! ¡Qué desgracia! Ahora viene mi madre en persona. Te transformaré en estanque, y yo seré un pez.
Al llegar la Reina al lugar, extendióse ante ella un gran estanque, en cuyo centro saltaba un pececito, el cual asomó alegremente la cabecita por encima de la superficie. La mujer intentó cogerlo, pero en vano. Airada y colérica, bebióse todo el estanque, con la esperanza de capturar al pez. Mas le vino un mareo tan terrible, que tuvo que vomitar toda el agua que se había tragado. Dijo entonces:
- Bien veo que esto no tiene remedio - y, dirigiéndose a los príncipes, los invitó a acercarse a ella y hacer las paces. Al despedirse dio tres nueces a su hija, diciéndole:
- Te serán de gran utilidad cuando te encuentres en un apuro.
Y los jóvenes prosiguieron su camino.
Habrían andado cosa de diez horas, cuando llegaron al palacio del que había salido el príncipe. Junto al palacio había una aldea. Y dijo el príncipe:
- Aguárdame aquí, querida; yo iré a casa de mi padre y volveré a buscarte con un coche y criados.
Cuando se presentó en el castillo, todo el mundo sintió una gran alegría por tener entre ellos al hijo del Rey. Contóles él que su novia lo esperaba en el pueblo y dispuso que saliesen a buscarla con una carroza. Engancháronla, pues, y subieron en ella numerosos criados; y cuando se disponía a subir el príncipe, su madre le dio un beso, y, al instante, se borró de su memoria todo lo que le había sucedido y cuanto había de hacer. Ordenó la madre que desenganchasen y regresó la comitiva a casa.
Mientras tanto, la doncella estaba en el pueblo, consumiéndose de impaciencia. Mas nadie acudía. Al fin, la princesa hubo de colocarse como sirvienta en un molino, propiedad del Rey. Allí había de pasarse las tardes al borde del río, fregando platos. Hasta que un día la Reina que había salido a pasear por aquellos lugares, viendo a la diligente muchacha, exclamó:
- ¡Qué jovencita tan hacendosa! De veras que me gusta.
Todas la miraron, pero nadie la reconoció.
Transcurrió largo tiempo, y la muchacha continuaba sirviendo en casa del molinero con toda lealtad y honradez. Entretanto, la Reina había buscado una nueva novia para su hijo, una joven de lejanas tierras, y la boda debía celebrarse en cuanto llegase. Congregóse un gran gentío deseoso de presenciar la fiesta, y la princesa pidió permiso al molinero para ir a verla también.
Díjole el amo:
- Vete, pues, si quieres.
Ella, antes de marcharse, abrió una de las tres nueces, que contenía un vestido maravilloso. Se lo puso, se fue a la iglesia y se colocó junto al altar. Entraron los novios y se sentaron en primer término. El cura se disponía a echarles la bendición, cuando he aquí que los ojos de la novia acertaron a posar sobre la hermosa muchacha que estaba de pie cerca de ella. Levantóse en seguida y declaró que no se casaría mientras no tuviera un vestido tan primoroso como el de aquella dama. Regresaron todos a palacio y, mandando llamar a la joven, le preguntaron si quería vender su vestido.
- No, venderlo no - respondió ella -; pero la novia podría ganárselo.
¿Cómo? ¿Qué quería decir con estas palabras? Entonces ella les ofreció la prenda a cambio de que le permitiesen dormir aquella noche ante la puerta del príncipe. La novia no vio en ello inconveniente alguno y asintió. Y, sentándose en el umbral, la muchacha prorrumpió a llorar y recordó a su amado cuanto por él había hecho. Cómo gracias a su ayuda había sido talado el bosque, limpiado el estanque y construido el castillo; cómo lo había transformado en rosal, luego en templo y, finalmente, en lago. ¡Y ahora lo había olvidado todo! Pero el hijo del Rey no pudo oírla, pues los criados habían recibido orden de administrarle un somnífero; sin embargo, como estaban despiertos, lo habían oído todo y quedaron perplejos.
Al levantarse, a la mañana siguiente, la novia púsose el vestido y se dirigió a la iglesia con su prometido, mientras la muchacha abría la segunda nuez y sacaba de ella otro vestido más precioso aún que el de la víspera. Y ocurrió como la víspera. Otra vez fue autorizada a pasar la noche junto a la puerta que daba acceso al dormitorio del príncipe, y otra vez recibieron los criados la orden de administrar un somnífero al príncipe. Pero diéronle uno que lo mantuvo despierto. Y la moza molinera volvió a su llanto y a la enumeración de todas las cosas que por él había hecho. Oyóla el príncipe y sintió en su corazón una gran tristeza. Mas, de repente, se iluminó su memoria y recordó con claridad todo lo pasado. Quiso salir en busca de la doncella, pero su madre había cerrado la puerta con llave, por lo cual hubo de esperar a que apuntase el día. Entonces fue al encuentro de su amada, contóle lo ocurrido y le pidió que no le guardase rencor por haberla tenido tanto tiempo olvidada. La princesa abrió entonces la tercera nuez y vio que contenía un vestido más bello aún que los anteriores. Se lo puso y se encaminó a la iglesia con su novio. Y acudieron muchísimos niños, que les ofrecieron flores y les cubrieron el camino de cintas multicolores. Luego bendijo el cura su unión y se celebró una fiesta brillantísima y llena de alegría. La falsa madre y su hija hubieron de marcharse. Y quien lo ha contado últimamente, tiene aún la boca caliente.
Der var engang en konge, som havde en lille dreng. Ved hans fødsel blev det spået, at han skulle blive dræbt af en hjort, når han var seksten år. Da han var blevet så gammel, fulgte han engang med nogle jægere på jagt, og inde i skoven kom han bort fra de andre. Pludselig fik han øje på en stor hjort, sigtede på den, men kunne ikke ramme den. Hjorten blev ved at løbe foran ham, til han kom ud af skoven, så forsvandt den pludselig, og i stedet for stod der en stor mand. "Det er godt, jeg endelig har fået fat på dig," sagde han, "jeg har allerede løbet seks par glasskøjter itu for din skyld, uden at kunne nå dig." Han slæbte ham nu med sig over en dyb flod, til de kom til et stort, kongeligt slot. Der satte de sig til bords, og da de havde spist, sagde kongen: "Jeg har tre døtre. Du skal våge hos den ældste fra klokken ni om aftenen til klokken seks om morgenen. Hver gang klokken slår, kommer jeg og kalder på dig, og hvis du ikke svarer, slår jeg dig ihjel i morgen, men svarer du, skal du få hende til kone." De to unge mennesker gik så ind i sovekammeret, hvor der stod en stenstøtte. "Fra klokken ni kommer min far hver time, til klokken er seks," sagde prinsessen til den, "så skal du svare i stedet for prinsen." Statuen nikkede med hovedet, først hurtigt, så langsommere og langsommere, til den til sidst stod stille. Prinsen lagde sig på dørtærskelen, støttede hovedet på hånden og faldt i søvn. Næste morgen sagde kongen: "Du har gjort dine sager godt, men jeg kan alligevel ikke give dig min datter. Du må først våge en nat hos den næstældste prinsesse, så vil jeg tænke over, om du kan få min ældste datter til kone. Hver time kommer jeg og kalder på dig, og hvis du ikke svarer, skal dit blod flyde." De gik så ind i prinsessens sovekammer. Der stod en endnu større stenfigur, og hun sagde til den: "Når min far kalder, skal du svare." Statuen nikkede med hovedet, først langsomt, så hurtigere og hurtigere, til den til sidst stod stille. Prinsen lagde sig på dørtærskelen, støttede hovedet i hånden og faldt i søvn. Næste morgen sagde kongen: "Du har gjort dine sager godt, men jeg kan alligevel ikke give dig min datter. Du må først våge en nat hos den yngste prinsesse, så vil jeg tænke over, om du kan få min næstældste datter til kone. Hver time kommer jeg og kalder på dig, og hvis du så ikke svarer skal dit røde blod flyde." De gik så ind i prinsessens sovekammer, hvor der stod en endnu større stenfigur. " Når min far kalder, skal du svare," sagde prinsessen, og den store figur nikkede vel en halv time med hovedet. Prinsen lagde sig på dørtærskelen og faldt i søvn. Næste morgen sagde kongen: "Du har rigtignok gjort dine sager godt, men jeg kan alligevel ikke give dig min datter. Jeg har en stor, stor skov. Hvis du kan hugge den om fra klokken seks om morgenen til seks om aftenen, så vil jeg tænke over det." Prinsen fik en glasøkse, en glaskile og en glaskølle med og gik ind i skoven. Da han havde gjort et hug, gik øksen itu, så tog han kilen og slog med køllen på den, og den splintredes som fint sand. Da blev han meget bedrøvet, for han troede, at han skulle dø, og satte sig ned og græd. Ved middagstid sagde kongen til sine døtre: "En af jer må bringe lidt mad ud til ham." - "Nej," sagde den ældste, "vi gør det ikke. Lad hende gå, som han har våget sidst hos." Den yngste måtte så af sted, og da hun kom ud i skoven, spurgte hun, hvordan det gik. "Det går meget dårligt," svarede han. Hun sagde så, at han skulle komme hen og få lidt at spise, men det ville han ikke. Nu skulle han jo snart dø, sagde han. Prinsessen snakkede godt for ham og bad ham dog prøve at spise lidt, og til sidst føjede han hende. Da de havde spist, sagde hun: "Kom her og læg dit hovede i mit skød, så bliver du nok bedre tilpas." Han gjorde det, men blev straks så træt, at han faldt i søvn. Hun tog da sit lommetørklæde frem og slog en knude på det, slog det tre gange mod jorden og sagde: "Kom, krumben." I samme nu vrimlede der en mængde underjordiske frem og spurgte prinsessen, hvad hun befalede. "I løbet af tre timer skal I fælde hele skoven og stable træet op," sagde hun. De underjordiske kaldte nu hele deres slægt til hjælp, og da de tre timer var gået, var de færdige og løb hen og fortalte prinsessen det. "Hjem med jer, krumben," sagde hun, tog igen sit lommetørklæde og væk var de. Da prinsen vågnede, blev han meget glad, og prinsessen sagde, at nu skulle han komme hjem klokken seks. Det gjorde han. Kongen spurgte så, om han havde fældet skoven, og han sagde ja. "Du må gøre en ting til, inden du kan blive gift med min datter," sagde kongen, mens de sad og spiste til aften. Prinsen spurgte, hvad han nu forlangte. "Jeg har en meget stor dam," sagde kongen, "den må du i morgen rense, så den er blank som et spejl, og den må være fuld af alle slags fisk." Klokken seks næste morgen gav kongen ham en glasskovl og en glashakke og sagde: "Klokken seks må dammen være færdig." Prinsen gik så ned til dammen, men da han stak skovlen ned i mudderet, gik den itu, og det gik ligesådan med hakken. Han blev meget bedrøvet. Ved middagstid kom den yngste prinsesse med mad til ham, og spurgte, hvordan det gik. Prinsen svarede, at det gik så dårligt, at han nok måtte af med hovedet. Hans redskaber var straks gået itu. "Kom nu hen og få noget at spise," sagde hun. "Så skal du se, du bliver i bedre humør." Men det var han altfor bedrøvet til. Prinsessen snakkede så godt for ham, til han føjede hende, og derpå lagde han igen hovedet i hendes skød og faldt i søvn. Prinsessen slog så på jorden med sit lommetørklæde, og straks myldrede de underjordiske frem og spurgte, hvad hun ønskede. Hun befalede dem så at sørge for, at dammen i løbet af tre timer var blank som et spejl og fuld af alle slags fisk. De underjordiske kaldte nu alle deres slægtninge til hjælp, og efter to timers forløb var de færdige. Prinsessen slog så med sit lommetørklæde i jorden, og væk var de. Så gik hun og sagde til prinsen, at han skulle komme hjem klokken seks. Kongen spurgte ham nu, om han var færdig med dammen, og han sagde ja. Da de havde sat sig til bords, sagde kongen: "Du kan nu alligevel ikke få min datter, før du har gjort en ting til." - "Hvad er det?" spurgte prinsen. Kongen fortalte ham da, at han havde et stort bjerg, der var helt bevokset med tjørnekrat. Det skulle han fælde, og på toppen af bjerget skulle han bygge et slot, der var så dejligt, at man ikke kunne tænke sig det skønnere, og der måtte ikke mangle en eneste smule. Da prinsen næste morgen stod op, gav kongen ham en glasøkse og et glasbor. Klokken seks skulle slottet være færdigt. Men ved det første slag sprang øksen i mange små stykker, og boret kunne han heller ikke bruge. Da blev han meget bedrøvet, og satte sig ned og ventede på, om prinsessen ikke ville komme og hjælpe ham. Ved middagstid, da hun kom med maden, gik han hende i møde og fortalte, hvordan det var gået ham. Hun satte sig ned, lod ham lægge hovedet i hendes skød, og straks faldt han i søvn. Hun kaldte så igen på de underjordiske, og de kom myldrende og spurgte, hvad hun ønskede. "I løbet af tre timer skal I hugge hele krattet om," sagde hun, "og så skal I på toppen af bjerget bygge det vidunderligste slot, man kan tænke sig, og der må ikke mangle den mindste smule." De underjordiske kaldte nu alle deres slægtninge til hjælp, og slottet var færdigt i rette tid. De kom løbende og fortalte prinsessen det, hun slog igen med sit lommetørklæde på jorden, og de forsvandt. Da prinsen vågnede, blev han meget glad, og klokken seks gik de sammen hjem. Kongen spurgte, om slottet var færdigt, og prinsen sagde ja. Da de havde sat sig til bords, sagde kongen: "Jeg kan ikke give min yngste datter bort, før de to ældste er gift." Prinsen og prinsessen blev så bedrøvede, og vidste ikke, hvad de skulle gøre. Om natten løb de så deres vej sammen. Da de var kommet et lille stykke bort, vendte prinsessen sig om og så, at hendes far fulgte efter dem. "Hvad skal vi gøre," sagde hun, "far forfølger os, og han vil nok indhente os. Jeg forvandler dig til en tjørn og mig til en rose, midt inde i busken." Da kongen kom derhen, så han ikke andet end en tjørnebusk og en rose. Han ville plukke blomsten, men tornene stak ham i fingrene, og så vendte han om og gik hjem. Hans kone spurgte, hvorfor han ikke havde bragt dem med hjem. Han svarede, at han havde været ganske nær ved dem, men så havde han tabt dem af syne og ikke fundet andet end en tjørn og en rose. "Du skulle bare have plukket rosen, så var busken nok kommet efter," sagde dronningen. Kongen gik så af sted igen for at få fat i rosen. Prinsen og prinsessen var allerede kommet langt bort, og da hun vendte sig om, fik hun øje på sin far, der skyndte sig efter dem. "Hvad skal vi nu gøre," sagde hun, "jeg vil forvandle dig til en kirke og mig til en præst, som står på prædikestolen og prædiker." Da kongen kom derhen, stod der en kirke, og da han gik derind, stod præsten og prædikede. Han hørte på prædikenen og gik så hjem. Dronningen spurgte, hvorfor han ikke havde de to flygtninge med. "Jeg løb efter dem i lang tid," svarede han, "men ligesom jeg troede, jeg havde dem var de væk, og jeg så ikke andet end en kirke, hvor præsten stod og prædikede." - "Du skulle have taget præsten med," sagde dronningen, "så var kirken også nok kommet. Men det kan ikke nytte, at sende dig af sted. Det er bedre, jeg går selv." Da hun var kommet så langt bort, at hun kunne se de to i det fjerne, vendte prinsessen sig om, og fik øje på sin mor. "Nu er det ude med os," sagde hun, "nu kommer min mor selv. Jeg vil forvandle dig til en dam og mig til fisk, som svømmer deri." Da dronningen kom derhen, så hun ikke andet end en stor dam. En lille fisk svømmede nok så lystigt omkring derude og stak hovedet op af vandet. Hun ville gerne fange fisken, men hun kunne ikke få fat i den. Hun blev vred og lagde sig ned for at drikke dammen ud, men hun fik kvalme og måtte kaste det hele op igen. "Jeg ser nok, at det ikke kan hjælpe noget," sagde hun, "men kom så kun, jeg skal ikke gøre jer noget." Prinsen og prinsessen kom nu også, og dronningen gav sin datter tre valnødder og sagde: "De kan hjælpe dig i den yderste nød." Så gik prinsen og prinsessen videre, og da de havde gået en halv snes dage, kom de til det slot, hvor prinsen hørte hjemme. Lige ved siden af det lå en landsby. "Bliv her, min elskede," sagde han, "jeg går op på slottet, og så kommer jeg og henter dig i en vogn med mine tjenere." Da han kom op på slottet, blev der stor glæde. Han fortalte så, at hans brud sad nede i landsbyen, og der blev straks spændt for vognen, og mange tjenere stod op på den. Da prinsen ville stige ind, gav hans mor ham et kys, og straks glemte han alt, hvad der var sket. Så lod hun hestene spænde fra, og de gik ind i slottet.
Prinsessen sad imidlertid nede i landsbyen og ventede og ventede, men der kom ingen. Hun tog da tjeneste på en mølle, som hørte til slottet, og sad hver eftermiddag nede ved vandet og skurede karrene. Engang kom dronningen spadserende forbi, og da hun fik øje på hende, sagde hun: "Sikken en køn pige. Hende synes jeg godt om." Alle de andre så nu på hende, men ingen af dem kendte hende. Tiden gik imidlertid og prinsessen tjente mølleren ærlig og tro. Dronningen havde nu fundet en brud til sin søn, og hun boede langt, langt borte, men så snart hun kom, skulle brylluppet fejres. En mængde mennesker strømmede sammen for at se på stadsen, og pigen bad mølleren, om hun måtte få lov til at gå derhen. "Ja, værsgo'," sagde han. Førend hun gik, åbnede hun den ene af valnødderne, og der lå den dejligste kjole. Den tog hun på og gik op til alteret. Lidt efter kom bruden og brudgommen ind og satte sig ved alteret, men lige da præsten ville til at velsigne dem, skottede bruden til siden og fik øje på den unge pige. Hun sagde nu, at hun ville ikke giftes, før hun også havde fået sådan en kjole, og de gik så hjem og sendte bud til pigen for at spørge, om hun ville sælge den, det ville hun ikke, men hun sagde, at de kunne få den på visse betingelser. De spurgte, hvad det var, og hun svarede da, at hvis hun måtte sove udenfor prinsens dør om natten, skulle de få kjolen, og det gik de ind på. Tjeneren fik nu befaling til at give prinsen en sovedrik, og prinsessen lå hele natten derude og fortalte om, hvordan hun havde fældet skoven, renset dammen, bygget slottet, forvandlet dem til en tornebusk, en kirke og en dam, og nu havde han glemt det altsammen. Prinsen hørte ikke noget af det, men tjeneren vågnede og kunne ikke forstå, hvad det skulle betyde.
Næste morgen tog bruden kjolen på og gik til kirke med prinsen. Imidlertid lukkede pigen den anden valnød op og fandt en endnu smukkere kjole. Den tog hun på og gik op til alteret, og det gik ligesom forrige gang. Pigen lagde sig igen om natten på dørtærskelen. Tjeneren, som skulle give prinsen sovedrikken, gav ham i stedet for noget, som kunne holde ham vågen, og da han var kommet i seng, hørte han alt, hvad pigen sagde. Han blev meget bedrøvet, for nu kunne han huske alt, hvad der var sket, og ville gå ud til hende, men hans mor havde låst døren. Næste morgen gik han straks ind til sin kæreste, fortalte hende, hvordan det hele var gået til, og bad hende ikke være vred, fordi han havde glemt hende så længe. Prinsessen lukkede nu den tredie valnød op, og fandt en endnu smukkere kjole. Den tog hun på og gik med sin brudgom til kirken. Børnene gav hende blomster og kastede brogede bånd for hendes fødder, og præsten velsignede dem og brylluppet blev fejret med stor pragt. Prinsens mor og den anden brud måtte rejse deres vej.
Den, der sidst fortalte mig denne historie sagde, at det var sandt altsammen.